Las
esculturas animalísticas de la península Ibérica han atraído desde hace décadas
la atención de historiadores y arqueólogos. Algunos especialistas se inclinan
por buscar los prototipos de estos ejemplares en sus congéneres del arte
neohitita, mediante lo cual se infiere que fueron los fenicios quienes, al
establecer relaciones comerciales con la Península desde aproximadamente 1000 a .C., dieron a conocer
estos modelos a los pueblos hispánicos.
La presencia del león ibérico se advierte
tanto en el Levante como en el Mediodía. Se desprende de algunas
investigaciones que éstos no se encuentran relacionados con los de las
representaciones de vivaces cacerías asirías, sino más bien con los vinculados
a la arquitectura, en su naturaleza de guardianes de templos, mansiones y
tumbas. Se cree que los antecesores más lejanos del león ibérico pertenecen a
las esculturas sirio-hititas, leones del arcaísmo cretense, a partir de
similitudes en su actitud y composición, como las orejas dirigidas hacia atrás,
la boca abierta -en muchos casos con la lengua afuera- y los pliegues del labio
superior retraídos. En su carácter de guardianes de tumbas, un aspecto bien
documentado en la península lbérica tanto entre los iberos como entre los
turdetanos, coinciden también en la posición en que se representa a los
felinos: tumbados y enseñando la dentadura.
El mismo sentido funerario de estas piezas
se extiende con frecuencia en toda la costa del Mediterráneo, desde los griegos
hasta los etruscos.
En otros casos, como en Hattusa, la capital
del reino hitita, los felinos cumplen la función de guardianes de puertas monumentales.
Es posible que los marfiles fenicios, o más bien los artistas fenicios que
emigraron al Occidente, reprodujeran leones que obedecían a prototipos
orientales, jugando de esta manera un papel importante en la transmisión y
propagación de este tipo de felino por todo el Mediterráneo: esta imagen es la
que se encuentra presente en la mayoría de los leones ibéricos y turdetanos.
Se ha atribuido una influencia griega a
estas representaciones, y parece ser cierto sólo en la medida en que hace referencia
al arte griego orientalizante. Los ejemplares griegos del período arcaico no se
relacionan con los leones micénicos y sí presentan características similares a
los leones ibéricos y turdetanos. La cabeza del león de Cástula, por ejemplo,
tanto en la ejecución de la melena y de los ojos, como en el perfil de la
nariz, presenta un profundo paralelismo con una pieza procedente del Heraion de
Samos, del último cuarto del siglo VI a.C. Una deformación de este tipo de
figura, que deriva del arte jonio, corresponde el León de Baena.
Esta escultura, fechada en el 500 a .C., fue seguramente el
modelo para el resto de esculturas del mismo tema. El León de Baena permanece
tendido, según la tendencia oriental, y presenta una mayor expresión de
ferocidad y virulencia, que anticipa algo de la crueldad de las figuras
diabólicas de los infiernos medievales peninsulares. Su forma es de bulto
redondo y algo más alargada y mejor proporcionada que los otros mencionados; es
de una gran sencillez y mantiene una espléndida perfección en sus miembros.
Hallada en Córdoba, se encuentra en la actualidad en el Museo Arqueológico
Nacional, Madrid.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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