Punto al Arte: El gran arte cretense

El gran arte cretense

Grande es, en verdad; tanto por su precocidad como por la calidad de sus consecuciones.

En relación con los más antiguos indicios de la cultura que floreció en las Cícladas, pronto en este arte se acusaron características propias, y debido a ser la de los antiguos cretenses una raza navegadora, irradió intensamente a Chipre, dejó rastros suyos en la costa de Siria y en el arte fenicio, y gracias a las relaciones mercantiles de antiguo establecidas entre Creta y el Imperio egipcio, logró introducir en el país de los faraones sus productos artísticos, mientras recibía otros típicamente egipcios, tales como los pequeños escarabeos que, llevando los sellos de faraones de varias dinastías, han posibilitado, al ser hallados por Evans en la excavación de Cnosos, la datación de las distintas etapas de construcción de aquel palacio.

Ala norte del palacio de Cnosos (Creta). Debió de ser imponente, monumental, y en ella se sitúa una de las entradas. En la misma ala se alza la casa del Gran Sacerdote. Las rojizas columnas de fuste troncocónico soportan amplios dinteles. La exacta estructura de los palacios reales de Cnosos aparece incierta, debido a sucesivas reconstrucciones (existen rastros visibles de un terremoto y un gran incendio), pero no hay duda de que se trata de un conjunto verdaderamente majestuoso, digno del legendario rey Minos. 
Hay que aclarar, además, que la civilización cretense es la primera cultura antigua de tipo completamente europeo, y que originada y desarrollada a lo largo del período protohistórico calcolítico, inició, e impulsó grandemente, la navegación por las regiones occidentales del Mediterráneo.

Fue una civilización que se basó, políticamente, en la existencia de pequeños señoríos monárquicos, y que en el período de su plenitud nacional (entre los años 1700 y 1400) debió de adquirir la forma de una monarquía unitaria, con capitalidad en Cnosos, en cuya edificación palacial dejó sus mejores muestras.

Los iniciadores de la exploración arqueológica de Creta fueron los miembros de la misión italiana que excavó el palacio de Paestum, en situación dominante en la llanura de Mesara, en el sur de la isla. Este equipo exploró también las cuevas de Kamares, al pie del monte Ida, donde fue hallada una original cerámica pintada antigua.

Trono del rey Minos (salón del trono del palacio de Cnosos, Creta). Mide casi 1,5 metros de altura y detrás del trono hay un fondo pintado al fresco con plantas y un animal mitológico a cada lado, con cabeza de pájaro y cuerpo de cuadrúpedo.



Poco después, Evans, profesor en Oxford, con miembros de la Escuela inglesa de Atenas, comenzó a excavar en Cnosos. Otros centros importantes, por la calidad y abundancia de los hallazgos son: Gournia, localidad populosa; el palacio de Mallia, en la costa norte; Hagia Triada, en el sur, y más recientemente explorado, el yacimiento de Zakro, en el extremo este de la isla. Estos restos de núcleos de población o residencias, aunque cercanos al mar -como corresponde al carácter de potencia marítima, o "talasocracia" que Creta tuvo-, radican en lugares elevados, sin duda para dominar la visión de la costa, o mantenerse alejados de los peligros de una posible invasión.

Los palacios de Paestum y de Cnosos son las dos mayores realizaciones arquitectónicas que nos ha dejado la civilización cretense, y sus capas sucesivas (desde sus humildes comienzos neolíticos hasta las complicadas estructuras que ofrecen en su etapa final) nos ilustran respecto al progreso que había conseguido en Creta la construcción palacial y respecto al lujoso modo de vivir de las cortes cretenses.

Palacio de Cnosos. El conjunto cubría una amplí­sima extensión, irregularmente cuadrada. Estaba orientado de norte a sur -como todos los palacios minoicos- y rodeaba un gran patio central de cincuenta metros de longitud. El considerable número de habitáculos y su distribución en torno a patios de luces, además del intrincado sistema de corredores, pueden haber dado origen al mito del Laberinto. Las entradas se abrían en los muros norte y sur. Muchas partes del palacio son de uso incierto, pero el destino de otras es evidente. En el ala oeste, junto al muro se alineaban los almacenes. Al noroeste, la Sala del Trono; al este del patio central, una amplia y bellí­ sima escalera descendía hasta las habitaciones privadas: la Sala de la Doble Hacha y sus pórticos, el Megarón y baño de la Reina. Restos de escaleras ascendentes y numerosas columnas demuestran que el palacio tuvo un segundo piso. 
Ambos conjuntos denotan, por sus planos, independencia de toda preocupación por seguir al edificar un eje axial, y se ofrecen, ya en sus primeros estados posneolíticos, como edificios orgánicos en cuya concepción se prescindió de un criterio de reparto simétrico de las dependencias.

En Cnosos habrá que detenerse en la planta del segundo palacio y en su brillante decoración pictórica realizada al fresco, según un procedimiento que preveía, a veces, el complemento de las pinturas con relieves figurativos a modo de estucos policromos. Era un gran edificio monumental desprovisto (lo mismo que el del palacio de Paestum) de murallas, sin ningún género de defensa militar. Construido con piedras bien escuadradas, muestra el palacio de Cnosos, en sus sillares, representaciones relativamente frecuentes del símbolo de la doble hacha, y es posible que hubiese presidido su erección, no sólo la idea de edificar un palacio, sino la de consagrarlo a una divinidad (probablemente femenina) relacionada con aquella simbólica arma. Así el nombre de laberinto vendría de labrix o hacha. Además Evans encontró en una sala un trono de mármol, que pudo haber dado origen a la leyenda de Minos como juez implacable.

Fresco del Sarcófago (Hagia Triada, Creta). La civilización minoica alcanza su máxima expresividad en la pintura. Las paredes de los palacios se cubren de frescos donde una humanidad retozante, llena de color y vida, cumple sus ritos religiosos. 
La planta del segundo palacio de Cnosos constituye un verdadero laberinto de espacios cerrados y corredores, y es difícil orientarse respecto al destino y a la correlación de sus numerosas cámaras y habitaciones. Algunas de las principales se hallan en situación dominante, y a través de un pórtico, o propileo, se llega a ellas por una bella escalinata angular decorada con breves columnas. Estas estancias se hallan repartidas alrededor de un gran patio de unos 50 metros de longitud. Se aprecia muy bien un largo corredor (que ha sido denominado "de las procesiones", por la pintura de un desfile de personajes, que lo decoró, y cuyos restos son aún visibles), y existe, además, una sala del trono (como en Paestum también la hay), con un majestuoso sitial de piedra colocado en lugar destacado, y bellos frescos con pintura de plantas de tallos erguidos y leones sedentes.

Coperos (palacio de Cnosos, Creta). Los personajes representados caminan, dignos y severos, sosteniendo con ambas manos el pesado ritón. Fueron hallados por Evans en un corredor del ala sur del palacio y formaba parte de una procesión ritual. Es una composición única por la gracia vibrante de la silueta y la seguridad del trazo. Los Coperos de Cnosos podrían ser jóvenes príncipes griegos que, como Teseo, aprendían en la isla las maneras cretenses. 
Esta sala da a una antecámara que comunica con el patio, y en el lado opuesto, a través de un verdadero vericueto de otros pasadizos, se llega a lo que se ha supuesto ser el tálamo de la reina, también decorado con pinturas, con su baño. Hay también, en el plano inferior, otro gran corredor donde se hallaron dispuestas en filas grandes tinajas; pero no se comprende cuál pudo ser el destino de muchas partes del complicado edificio, que tenía un pabellón a modo de mirador, dotado de pequeñas columnas o pilares. Parece como si en Cnosos hubiera habido especial empeño en emplear estos últimos elementos constructivos, que, al igual que la doble hacha o segur, figuran aisladamente y como objeto de un culto ritual en muchas gemas y pequeños sellos hallados en el transcurso de la excavación arqueoló­gica. Se trata de un pilar o breve columna de fuste troncocónico puesto en sentido inverso, esto es, con la parte más ancha situada hacia arriba y coronada por un capitel compuesto de un estrecho anillo y una saliente moldura circular. Tal columnita debió revestir también el valor de un símbolo religioso.

Almacén de jarras (palacio de Cnosos, Creta). Un aspecto del almacén que está bajo el muro oeste del palacio. Como Paestum, Cnosos fue un activísimo centro comercial. Desde él partían las mercaderías hacia Grecia, Fenicia, Chipre y Siria. Lo maravilloso de la arqueología consiste en hacer revivir lo que pudo ser ese mundo refinado y febril, desaparecido hace más de tres milenios. Sobre el fondo del suave paisaje cretense, los restos del llamado Santuario de las Tres Columnas. 
Emblema del rey Minos (palacio de Cnosos, Creta). Este emblema tiene varias posibilidades de explicación: puede ser, desde luego, los cuernos del mítico Minotauro, divinidad solar y masculina, o los cuernos crecientes de la Luna, divinidad femenina, o la Doble Hacha -el labrix romano- horizontalmente partida. Lo más seguro, sin embargo, es que sea las tres cosas a un tiempo. 
Sacerdotisa del culto ala Diosa Madre 
(Museum of Fine Arts, Boston). Esta 
figurilla es de marfil. 
Como se verá más adelante, el relieve que aún existe en la Puerta de los Leones, en las murallas de Micenas, demuestra que este símbolo formó también parte de la civilización micénica, y que allí esta especie de pilar, de indudable origen cretense, tuvo un alto significado simbólico, cuando los aqueos se hubieron apoderado de Creta. Ambos emblemas, el pilar y el hacha doble, se hallan representados repetidamente, en Creta, en pinturas al fresco, y en cuanto a la doble segur, figura en muchas vasijas, también con adornos florales, así como se halla figurada, repetida e instalada en lo alto de columnitas, y coronada por una figurita de pájaro, en la representación de una escena ritual, pintada en un sarcófago de entre 1500 y 1400 hallado en Hagia Triada, y que se conserva en el Museo de Heraklion. En éste se puede ver representado un santuario al aire libre del pilar y el hacha con palomas, y pilares que reverdecen al ser regados. Vierten el agua ritual unas rubias sacerdotisas, mientras una acólita morena toca la lira.

Debió tratarse, pues, de un culto practicado por jóvenes sacerdotisas, quizás en relación con alguna divinidad subterránea, porque algunas estatuitas de terracota cretenses, así como otras finamente labradas en marfil (sin duda figuritas votivas) reproducen la forma de tales esbeltas muchachas de grandes ojos abiertos, que, tocadas con mitras o birretes, aparecen mostrando serpientes enroscadas en sus manos. Tales jóvenes visten faldas acampanadas, con volantes, muy ceñidas, y llevan una especie de chaquetilla abierta, que, con coquetería, muestra los pechos desnudos del personaje.

Sacerdotisa del culto a la Diosa Madre (Museo de Heraklion, Creta). En la isla, el culto a la diosa estuvo ligado al de la serpiente, animal mágico de simbolismo fálico. Las sacerdotisas son representadas con las serpientes en torno a los brazos, o sujetándolas con las manos; la falda acampanada con volantes o sin ellos y el ajustado corpiño hace resaltar la belleza de los senos descubiertos. Son figurillas muy pequeñas -veinticinco centímetros como máximo-, de marfil, bronce o arcilla. La de arcilla es la que está en el Museo.


 Rhyton de esteatita en forma de cabeza de toro (Museo de Heraklion, Creta). El toro era un animal sagrado en la isla: la leyenda del Minotauro es la idealización de una realidad político-religiosa. Este objeto hallado en Cnosos, se utilizaba en las ceremonias religiosas. Es un bellísimo ejemplar, donde las aguas de la piedra semipreciosa son aprovechadas para apoyar la intención escultórica del artista. Los grandes cuernos de oro que coronan la testa formidable servían de asa o agarradero para la libación ritual de los oficiantes. 



Otro rito nacional de la Creta minoica comportaba un arriesgado ejercicio acrobático, o de tauromaquia, que consistía en el salto del toro bravo. Al embestir el animal (el toro mediterráneo, de grandes cuernos, como aparece bellamente representado de perfil, en una cabeza en relieve de estuco, o en una pequeña vasija, a modo de rhyton, labrada en esteatita, hallada también en Cnosos), el toreador, hombre o mujer, debía asirse a sus cuernos, y brincar dando una voltereta sobre el lomo de la bestia, para caer de pie, tras de su cola. ¿Cuál era el objeto de tal prueba? ¿Dar una muestra de agilidad y arrojo, o recibir -con la sensación de haber superado un peligro- una especie de purificadora iniciación? Para los griegos, el Minotauro era ya un monstruo humano con cabeza de toro: Minos y el toro se habían amalgamado en una sola personalidad. Y las leyendas y las fábulas aclaran los monumentos, y a su vez los monumentos explican las leyendas. Actualmente se cree que Minos es un nombre genérico, un título, como el de Faraón; los griegos clásicos acaso ya lo sospechaban al decir que el "último" Minos murió en una expedición de conquista en Sicilia.

La Parisiense (Museo de Heraklion, Creta). Fragmento de un fresco, que justifica el apelativo por su naricilla respingona y sus alargados ojos de cierva. Se trata, indudablemente, de una mujer que ya era "moderna" hace 3.500 años. Durante la civilización minoica, la mujer tuvo en Creta, un papel predominante. Vestida con desenfadada elegancia, segura de su belleza y feminidad, espectadora o actriz, así aparece en las escenas de la vida cotidiana y religiosa -el salto del toro, por ejemplo- en pie de igualdad con el hombre.



Damas en azul (Museo de Heraklion, Creta). La mujer contempla divertida el espectáculo cortesano en el chismorreo de Cnosos. El fresco pertenece al Minoico tardío, cuando la figura humana acapara la atención del artista, que la representa convencionalmente de perfil. 
Es posible que la ambición excesiva del "último" Minos de dominar el Mediterráneo occidental ocasionara la caída de la dinastía cretense y diera oportunidad para su liberación a las ciudades de Grecia continental. Pero hasta el siglo XVI a.C., Grecia y las islas estaban sujetas a los monarcas de Creta, y éstos imponían contribuciones y entrega de rehenes a los tributarios. Alojados los rehenes como huéspedes reales en el Laberinto, tenían que aprender las "maneras" de Creta, especialmente el deporte semimítico del salto del toro. Esto aparece claro en la leyenda de Teseo y Ariadna. Teseo, hijo del rey de Atenas, es uno de los muchachos rehenes que la ciudad tiene que enviar regularmente a Minos para que los "eduque" haciéndolos "pasar por el Minotauro". El joven ateniense es adiestrado por la princesa Ariadna, hija de Minos, con cuya ayuda sale victorioso de la prueba del Laberinto.

Después ambos se fugan. Ariadna sería como una de aquellas doncellas sacerdotisas del sarcófago de Hagia Triada o como una de las saltadoras del fresco de Cnosos. Teseo sería uno de los mancebos que tan a menudo encontramos representados en esculturas y frescos minoicos, boxeando o saltando, con cintura muy ceñida y un cuerpo ágil y esbelto. Acaso consideraban los cretenses que la superioridad física procedía más bien de la ligereza y el arte que de la fuerza y el armamento. Es posible que la preferencia que los griegos dieron siempre a la infantería fuera todavía estrategia cretense o minoica. El hoplita griego, descalzo y semidesnudo, logró dar buena cuenta del persa, cubierto de cuero y metal.

Príncipe de Cnosos (Museo de Heraklion, Creta). Es un relieve en estuco duro, modelado primero y pintado encima. Coronado de lirios y plumas, característica del Minoico Tardío, el joven príncipe avanza sobre el fondo rojizo del fresco como un personaje de cuento de hadas. 
La confirmación de que los deportes eran un elemento religioso de la cultura minoica se encuentra en la propia planta de los palacios de Creta. Todos los servicios están alojados en construcciones alrededor de un inmenso patio rectangular. Debía de servir para las fiestas o ceremonias del salto del toro, porque hay gradas monumentales para espectadores. En los frescos de Cnosos está representado el público de las gradas de preferencia, formado exclusivamente de muchachas rubias de gala, con pequeñas chaquetas que dejan asomar los pechos. En lo alto, la galería aloja al público de tez morena, que significa que está compuesto únicamente de hombres. Por preparados que se esté en cuanto a leyendas y descubrimientos, aquella vista de la platea del fresco de Cnosos es más de lo que se podría esperar ver: un grupo numeroso de doncellas minoicas que comentan el espectáculo del Minotauro. Se ha dicho que son las primeras mujeres verdaderamente europeas que aparecen con cuerpo y alma; se ha lanzado hasta el epíteto de parisienses para calificarlas: tal es su aspecto coquetón y "mundano".

Vaso de los segadores (Museo de Heraklion, Creta). Vaso de esteatita negra decorado con una procesión ritual, procedente de Hagia Triada en Creta. 
La representación de figuras masculinas no es tan abundante como la de mujeres, en todo lo conservado del período de apogeo del arte minoico; aunque, en verdad, uno de los más bellos frescos de Cnosos tiene como protagonista a una figura viril. Es el llamado fresco del príncipe, con la esbelta figura de un joven imberbe, tocado con gallardo penacho.

Otro famoso ejemplar de la refinada glíptica cretense es una pequeña vasija globular, a modo de arí­balo, labrada en esteatita, hallada en Hagia Triada. Lleva grabada en su panza, en relieve, una representación, muy realista y expresiva, de hombres que,  en formación, marchan cantando. Ha sido definido como un "regreso de segadores", aunque tales supuestos "segadores" llevan, apoyadas en el hombro, unas picas terminadas en una especie de horca, arma bien conocida.

Dos cerámicas del estilo de Kamares (Museo de Heraklion, Creta). Sobre fondo negro, el blanco, el rojo vivo y el siena combinan sus espirales en un bellísimo juego de curvas. 
Se puede captar la importancia adquirida, en el arte cretense, por la glíptica, la pequeña escultura y la pintura mural ésta realizada en colores puros: azul, blanco, rojo, amarillo, con abundantes retoques posteriores a la verdadera capa de pintura al fresco. Todos estos aspectos revelan un arte sumamente rico, en su inventiva y sus realizaciones. Por su gran importancia destaca, en este orden de cosas, también la producción cerámica. Ya la antigua de Kamares, modelada a mano (entre los años 1800 y 1700 a.C.), cautiva por su elegancia. Las piezas que se ajustan a esta modalidad fueron halladas, no sólo en las cuevas situadas en la localidad de aquel nombre, sino también, en gran abundancia, en Paestum. Comprende mucha variedad de formas: picheles, fuentes cóncavas, y por los ricos diseños curvilí­neos, que se desarrollan formando espirales, y por su colorido: blanco sobre fondo negruzco, con retoques de vivos matices, es una de las más impresionantes cerámicas que haya legado la antigüedad. Del segundo palacio de Cnosos (1700-1400) proviene otro tipo de cerámica de empaque más clásico, generalmente preciosos jarrones, y ánforas con pequeñas asas. Su decoración pintada, con temas vegetales o marinos es exquisita, generalmente sobre fondo por engobe, blanco o de tono claro. No menos importante, aunque no tan fastuosa, es la cerá mica denominada de Gournia, con gran riqueza de formas globulares y hábil pintura de animales marinos.

Vaso del pulpo (Museo de Heraklion, Creta). Los motivos animalísticos marinos son muy frecuentes en la cerámica minoica.



Así con pocas excepciones, el arte prehelénico minoico, pacífico y urbano, aparece culto y civilizado. Hay en él algo más que humano: un amor por los animales más humildes que es casi femenino, y una familiaridad cariñosa para las formas marinas, que es también femenina porque Venus es una "dama del mar". Detrás del trono de Minos, en el palacio de Cnosos, hay pintada una foca que aspira el aire salado. El símbolo del poder del monarca de Creta está representado ingeniosamente de ese modo, ya que la foca que se alimenta de peces es el rey del Mediterráneo oriental. En tiempo de Minos las focas no debían de ser allí tan escasas como son ahora, porque Homero habla todavía de las focas que se posaban en las arenas de las bocas del Nilo.

Otras veces la alusión al poder de Minos se representa mediante el pulpo. En los vasos minoicos los pulpos extienden sus tentáculos y abren sus grandes ojos casi humanos. Pero al lado de estas alusiones al poder de Minos, vasos, placas de cerámica y frescos representan simples tallos, flores, animales humildes y domésticos.

Fresco de los delfines y fresco de las perdices (Museo de Heraklion, Creta). El período más antiguo de la pintura minoica se inspira en la naturaleza, sin intervención de la figura humana. Esta nueva valoración de la naturaleza es una aportación puramente cretense, y desde la isla se extendió al resto de las culturas mediterráneas. A tal corriente pertenecen el célebre fresco de los Delfines, hallado en la Sala del Baño de Cnosos, y el de las Perdices, también en el palacio. Son dos frescos espléndidos, vivísimos por lo que tienen de observación directa, captación del gesto y vibrante colorido. 
Vaso con girasol (Museo de Heraklion, Creta). Espléndida vasija de cerámica del estilo de Ka mares. 
La talasocracia o imperio marítimo de Creta fue sustituida por una hegemonía de los reyes de Micenas en la Grecia continental. En la Ilíada los cretenses iban, con su rey Idomeneo, a las órdenes de Agamenón de Micenas -el rey de reyes de los aqueos-, que dirigió la expedición contra Troya para rescatar a la esposa de su hermano Menelao, el rey de Esparta. La época más o menos legendaria de la guerra de Troya se fija generalmente alrededor de 1250 a.C.; por lo tanto, la disminución de la importancia de Creta en la sociedad prehelénica y su sujeción a los monarcas de la Grecia continental debió de comenzar hacia el 1400. Efectivamente: dicha fecha es la que se atribuye para la destrucción e incendio del segundo palacio de Cnosos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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