"Estudiar
la historia del arte griego es hacer la historia del arte de la
Humanidad."Estas palabras de Winckelmann, el fundador de la arqueología
clásica, indican el interés capital y la sugestión exclusiva que ejerció el
arte clásico durante largo tiempo. A principios del siglo XIX, el Oriente era
aún desconocido y casi también Egipto; el arte griego no sólo era el mejor de
la antigüedad, sino también el único. Todos los otros pueblos vagamente
conocidos del mundo antiguo eran bárbaros, y, por tanto, su arte
incomparablemente inferior al de Grecia y también al de Roma.
La cabeza de Amorgos
(Museo
Arqueológico
Nacional,
Atenas). Realiza-
da hacia
de los
ídolos más extraordi-
narios de
la llamada "cultur-
a de las
Cícladas".
|
Por otra parte, a pesar del exclusivo
interés que despertaba, era muy poco lo que se conocía aún del arte griego,
porque Grecia, sometida al yugo turco, estaba cerrada a las investigaciones
arqueológicas. No se conocían más obras de aquel arte que las recogidas en el
suelo de Italia y que habían entrado a formar parte de las colecciones de
mármoles de toda Europa: la colección de esculturas de los papas en el
Vaticano; la del municipio de Roma, en el palacio del Capitolio; las de
Nápoles, compuestas con los bronces y mármoles descubiertos en Pompeya y en
otros lugares de la Italia meridional; las de Florencia y Parma, reunidas por
príncipes aficionados a las antigüedades, que en varias ocasiones habían
llegado a tener en Roma comisionados permanentes para adquisiciones de mármoles
antiguos; las de la casa real de Francia, con esculturas procedentes también de
Italia, a excepción de algunas estatuas encontradas en Provenza; la colección Farnesio ,
que hoy se halla reunida en el Museo del Prado, de Madrid, también formada en
Italia; así como las de la mayoría de los príncipes alemanes, que habían
reunido mármoles antiguos por medio de compras hechas en Roma o por enlaces
matrimoniales con la aristocracia italiana ...
Ídolo femenino (Musée du
Louvre).
Tablilla de terracota de unos 28
centímetros, que procede de Chipre
y corresponde al período medio de
la Edad de Bronce (entre 1900 y
1650 a.C.).
|
Muy pocas de aquellas obras eran auténticos
originales griegos; la mayoría eran copias romanas, y estas copias, así
diseminadas y harto escasas, fueron el material de que dispuso Winckelmann para
formar la serie de los tipos escultóricos que identificó con las esculturas
famosas de la antigüedad de que hablan los escritores clásicos. Winckelmann
tenía para esto una preparación literaria suficiente; además, vivía consagrado
a sus estudios y sentía la más entusiástica admiración por el mundo antiguo. En
sus dos obras monumentales, Historia del
Arte y Monumentos antiguos, que
escribió a mediados del siglo XVIII, precisó la iconografía de los dioses,
señaló la característica de las diversas escuelas y adivinó algunas veces el
maestro griego a quien correspondía cada obra.
Este trabajo de clasificaciones fue
continuado en Roma después de su muerte. Un grupo de "anticuarios" de
varias nacionalidades, entre los cuales se distinguían el duque de Luynes y
Gerhardt, fundaron en el año 1823 el Instituto internacional de correspondencia
arqueológica. Con el tiempo se hizo preponderante el elemento alemán, lo que
obligó a crear la Escuela francesa de Roma, y en seguida otras naciones
establecieron, también en Roma, Institutos arqueológicos. Por fin, cuando
Grecia hubo consolidado su independencia, institutos análogos se fundaron en
Atenas.
Estas escuelas e institutos arqueológicos no
sólo revisaron y catalogaron las obras de arte albergadas en los museos, sino
que procedieron a excavar los lugares famosos para recobrar lo que hubiera
quedado sepultado en las ruinas. Y el resultado fue superior a lo que podía
esperarse. Cada nación se adjudicó un santuario, ruina o ciudad de la Grecia
antigua, para que no se entorpeciera el trabajo por competencia.
⇨ Ídolo cicládico de
Paros. El cuerpo
de este ídolo es seguramente muy parecido al que acompañó a la maravillosa
cabeza de Amorgos. Los brazos cruzados, frontalidad absoluta y una indicación
muy precisa de los caracteres sexuales.
Los alemanes emprendieron en el año 1875 la
laboriosa tarea de desenterrar el santuario nacional de Olimpia. A esta
excavación siguió luego la de los franceses en Delfos y más tarde aún en Delos;
mientras que los alemanes, concluida ya su obra en Olimpia, excavaban en Priene
y Pérgamo, los austríacos en Éfeso, los estadounidenses en Argos y Sardes, los
ingleses en Corinto y los griegos mismos en el propio subsuelo de la Acrópolis
de Atenas, Eleusis y Epidauro.
Mas a pesar de lo mucho y muy importante que
se desenterró a finales del siglo XIX, los orígenes del arte griego, a
semejanza de los del arte del Egipto, quedaban todavía sumidos en el misterio.
No se conocía una edad de piedra de Grecia, ni otros monumentos prehistóricos
que las murallas de grandes piedras, a las cuales se daba el nombre de
construcciones ciclópeas o pelásgicas porque habían dicho los antiguos que eran
obra de los primeros pobladores de su país, a quienes llamaban pelasgos.
Únicamente en las islas del Egeo aparecieron con relativa abundancia unos
ídolos femeninos desnudos, tallados en piedra, a modo de Astartés pelásgicas,
isle ñas, mudas y solitarias, de la época neolítica.
Los griegos no poseían, acerca de la época
protohistórica helénica, más conocimiento que los derivados de tradiciones
embellecidas por la
fábula. Por lo que a Creta respecta, contaban con las
leyendas relativas a Minos y Dédalo, al Minotauro y al Laberinto, y a la muerte
de aquel ser monstruoso a manos del héroe Teseo. Heródoto, "padre de la
Historia", tenía, pues, respecto a la civilización cretense, ideas vagas,
basadas en tales nociones legendarias, e ignoraba casi todo lo concerniente a
ese primitivo período de la Grecia continental que, modernamente, fue designado
como "prehelénico", excepto en lo que se refería a la Guerra de Troya
y a las secuelas inmediatas de aquella expedición bélica.
Todo ese acervo mítico lo situaba -como es
natural- antes del desarrollo regular de la civilización griega, la cual no se
comenzó a manifestar hasta el siglo X antes de Cristo. Sabía Heródoto que por
aquellas remotas fechas Grecia había sufrido la invasión de sucesivos núcleos
de pobladores venidos del Norte: jonios y eolios, y los dorios, cuya llegada había
interrumpido el desarrollo de la anterior cultura, la de los aqueos.
Ídolos de una diosa
y hombre con las manos
en el pecho. Pequeños bronces cretenses
anteriores al año
|
A partir de aquel hecho, comenzaba, pues,
para Heródoto la verdadera historia de los griegos, y todo el mundo, hasta el
siglo XX, siguió creyendo que de aquella época arrancaban también los orígenes
del arte de Grecia, porque antiguos y modernos, hasta los albores del siglo XX,
ignoraban, si no la existencia, la verdadera importancia de la cultura egea,
cuya etapa de más esplendoroso florecer había tenido lugar en la isla de Creta.
Cuando, basándose en los poemas homéricos, el alemán Heinrich Schliemann, tras
haber excavado en Troya, en 1876 realizó sus importantes exploraciones
arqueológicas en Micenas y Tirinto, mucho tiempo había de transcurrir todavía
para que los resultados brillantes a que llegó aquel arqueólogo se pudieran
relacionar con el antiquísimo mundo cultural cretense, cuya real significación
empezó a vislumbrarse a fines del siglo XIX gracias a las primeras excavaciones
practicadas en Phaestos y en Kamares por la misión italiana que, dirigida por
Federico Halbherr, trabajó en Creta mientras aquella isla estuvo bajo el
mandato de las potencias europeas.
A estos éxitos iniciales siguieron, por fin,
los grandes hallazgos realizados entre 1900 y 1904 por el inglés Arthur Evans,
cuando excavó las ruinas del palacio de Cnosos. Gracias a ellos se comprendió
el verdadero alcance de la civilización cretense, no sólo a través del progreso
de su portentoso arte cerámico y de su arquitectura, sino en lo referente a su
aspecto general suntuario, y al político y religioso. A la luz de los
resultados por él obtenidos, Evans, partiendo del período neolítico, estructuró
una división cronológica de toda la antigua cultura insular, que hacía partir
de alrededor del 3500 antes de Cristo y basaba principalmente en el desarrollo
de su cerámica, sin desatender, no obstante, los hallazgos de cualquier otro
orden, y con alusión a la mítica figura del rey Minos, que dio el nombre de minoica (Minoan, en inglés) a aquella rica cultura exhumada, en gran parte,
gracias a sus esfuerzos. Pero después, al comprobarse los enlaces que aquella
civilización había tenido con la primitiva que floreciera en Micenas, se ha
venido prefiriendo otra denominación más adecuada a tales circunstancias, y
así, desde hace lustros es corriente hablar de cultura creta-micénica, y de
arte creta-micénico.
Ciñéndose al arte que se originó y
desarrolló en Creta, la cronología que en la actualidad es más generalmente
aceptada para este ciclo cultural insular comprende los períodos siguientes: prepalacial, que, partiendo de una
época aún de civilización por entero neolítica en la isla (hacia el 2500 antes
de Cristo), llega hasta alrededor del año 2000; período de los grandes palacios (especialmente brillante en Phaestos, y sobre todo en Cnosos), que va de los años 2000 al 1700, año en que
aquellas vastas edificaciones debieron ser devastadas por una catástrofe
sísmica; período de los segundos palacios,
desde 1700 hasta el año 1400
a .C., época de reedificación intensa y de apogeo
cultural, con huellas de otra destrucción debida, en este caso, al fuego, y
finalmente período pospalacial,
decadente, entre 1400 y 1100. Como sea que es preciso señalar, a partir de un
determinado momento, sincronismo entre esta cultura cretense y la que tuvo su
desarrollo en Micenas y otros lugares del Peloponeso, se procederá a dar
también, ahora, una división cronológica de la civilización micénica. Sus fases
son las siguientes: micénico antiguo,
entre los años 1600 y 1500; micénico
medio, entre 1500 y 1400; micénico
tardío, entre los años 1400 y 1100 a .C.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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