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Los árabes en España

En las comarcas de Oriente ocupadas por los árabes éstos aprendieron mucho de los estilos de arquitectura y decoración tradicionales de aquellas regiones. Lo mismo debió de suceder en España. En los primeros edificios construidos por los árabes en la península Ibérica, no sólo se aprovecharon de los materiales, sino también de las enseñanzas de los constructores visigodos, que habían dejado un buen número de edificaciones repartidas por todo el territorio peninsular.

Murallas del Alcázar (Sevilla). Los almohades levantaron fuertes fortificaciones en varias ciudades de la Península. Por su importancia estratégica, Sevilla se convirtió en una de las urbes más reforzadas del imperio. 
Es seguro que el arco de herradura, tan característico de los monumentos árabes de las tierras mediterráneas, lo encontraron ya los musulmanes en España en los edificios de la época visigoda que se conservaban intactos. Porque, si bien en los primeros monumentos árabes de Egipto predomina ya el arco peraltado y hasta hay algunos ejemplos de arco de herradura, éste es apuntado, mientras que en España, donde los árabes lo emplearon con preferencia, el arco de herradura es circular.

De este modo, la mezquita de Córdoba es, sin lugar a dudas, la obra capital del estilo árabe español de los primeros siglos después de la invasión. Está llena de gran cantidad de relieves, frisos y capiteles de viejos edificios visigodos, que los conquistadores desmontaron seguramente para construir "la casa de oración" de la capital del califato. Por otro lado, la importancia de esta imponente construcción que es la mezquita de Córdoba no reside únicamente en el hecho de que se trata de una de las grandes construcciones del Imperio islámico. Vale la pena señalar que la mezquita tuvo gran influencia en las construcciones que llevaron a cabo los musulmanes en otros territorios de su gran imperio. Así, la forma del arco que pasa del medio punto, rasgo tan característico de esta edificación, se extendió después al norte de África, que dependía de los califas de Córdoba, y ha continuado usándose en las construcciones modernas de Marruecos, Túnez y Argelia.


⇦ Real Alcázar de Sevilla. El Salón de Embajadores es la parte más importante de este edificio, construido en 1362 por Pedro el Cruel, obra maestra del arte mudéjar que ha sufrido innumerables incendios y restauraciones. El recinto también es conocido como el Salón de la Media Naranja por la cúpula que lo cubre.


   En los primeros años de la ocupación musulmana consta que los árabes aprovecharon, como ya se ha señalado, los monumentos visigodos existentes en el país, pero no sólo lo hicieron para los servicios de administración, sino que también los emplearon para el culto; en algunos lugares la vieja catedral fue transformada en mezquita, en otros se reservó una mitad para los cristianos. Esto ocurrió en Córdoba, ciudad ya importante en la época goda, pero al establecerse allí el califato omeya, que trataba de competir con el califato abasí de Bagdad, los califas tuvieron empeño en que la mezquita de su capital no sólo no desmereciera de las más famosas de Oriente, sino que continuara la tradición que había iniciado la mezquita de Damasco, capital que tuvieron que abandonar en 750, cuando tomaron el poder en ella sus enemigos los abasíes.

Murallas de la Alcazaba (Mérida). El perímetro de la alcazaba es de 550 metros, flanqueado por muros de 2.70 metros de grosor y 10 de altura. Sustentadas aprovechando el dique de contención romano original, entre las murallas se intercalan hasta veinticinco torres de base cuadrangular que sirven de contrafuertes. 
Cuando Córdoba capituló ante el empuje musulmán se reservó a los cristianos una parte de la catedral dedicada a San Vicente. De todos modos, aquella servidumbre no fue compatible con los proyectos de Abd al-Rahman I (que reinó de 756 a 788) de agrandar la mezquita, y se indemnizó a los cristianos para que cedieran completamente sus derechos a los musulmanes. No se sabe lo que se ha conservado de los muros y columnas de la antigua basílica de San Vicente; en su plan primitivo, la mezquita de Córdoba tenía sólo once naves, de las cuales la central, dispuesta hacia el mihrab, era más ancha, como era el caso de la mezquita de Kairuán. Esta estructura es visible aún hoy en la parte más antigua, construida a partir del año 785 por Abd al-Rahman I. Por su parte, Hixem I, durante su gobierno, llevó a cabo una importante serie de ampliaciones que enriquecieron enormemente el edificio. De este modo, el citado gobernante añadió otras naves laterales, construyó el actual alminar y decoró el patio con una magnífica pila de abluciones. Según dicen los historiadores árabes, Hixem II añadió once naves más o filas de columnas, y cuando en tiempo de Almanzor, a fines del siglo X, por causa de la inmigración bereber, faltó espacio en la mezquita, se le añadieron otras hileras de columnas.


⇦ Torre del Oro (Sevilla). Construida en el siglo XIII, esta torre albarrana formaba parte originariamente de las antiguas murallas que protegían hasta 300 hectáreas del total de la ciudad. Cada una de las 166 torres servía de puesto de vigilancia contra los ataques de los cristianos durante la era almohade. Esta torre, actualmente desligada de las murallas, debe su nombre a su decoración de azulejos de loza dorada y se compone de dos cuerpos más un añadido final de una rehabilitación en 1760.


Esta multiplicación de las naves complicaba con un nuevo problema de visualidad el de la cubierta de la mezquita. Cuando las mezquitas tenían sólo un pórtico del lado del mihrab, o a lo más una serie de tres o cinco naves de columnas, estas naves quedaban suficientemente iluminadas. Pero esto cambiaba radicalmente cuando las naves se multiplicaron como ocurrió, por ejemplo, en la mezquita de Córdoba. De este modo, la vasta extensión de las galerías obligaba a levantar el techo, porque de otro modo era imposible evitar el efecto de que la mezquita se convirtiera en una construcción oscura y baja.

Por otra parte, los arquitectos árabes de la mezquita de Córdoba, que aprovecharon bastantes columnas y capiteles de los edificios antiguos se encontraron con otro problema, pues no podían reunir igual número de fustes gigantescos con que elevar los techos a la altura deseada. Así que, para resolver esta dificultad, adoptaron el mismo sistema que habían empleado los romanos en el acueducto de Mérida: el de la superposición de las arcadas. Encima de las primeras columnas levantaron una nueva hilera con otros arcos de herradura, formando un segundo y hasta a veces, cuando se hacía necesario, un tercer orden de arcos. De este modo, en Córdoba se cerró de bóveda el tramo que forma el vestíbulo delante del mihrab. Está, además, decorada con mosaicos que envió el emperador de Constantinopla, amigo y aliado del califa omeya de Córdoba. Tampoco le faltaban importantes amigos a los soberanos de Bagdad, pues mientras los califas cordobeses gozaban del favor del máximo representante del Imperio bizantino, Carlomagno y los emperadores carolingios establecieron alianzas con los califas abasíes de Bagdad. Por otra parte, la llamada Macsura de Córdoba, una especie de antesala del santuario que acredita una riquísima decoración, está cerrada con arcos lobulares entrecruzados.

Alhambra (Granada). Este palacio medieval albergaba durante el mandato musulmán una ciudad entera de 740 por 220 metros. Literalmente, su nombre significa "Castillo rojo", aunque en un principio sólo iba a servir como residencia del gobernante. 
Hacia el año 1171 se inició la construcción de la mezquita de Sevilla, en el mismo lugar que ocupa hoy la catedral gótica. Por desgracia toda la obra árabe ha desaparecido; aunque se conserva su famoso alminar, único y espléndido vestigio de la primigenia edificación árabe. Este alminar no es otro que el llamado la Giralda, levantado por el almohade Abu Yakub Yusuf en 1195, pocos años después de que comenzaran las obras de la mezquita. La Girada es el monumento local más estimado de los sevillanos y sirve hoy de campanario de la catedral. Tiene la silueta de una torre cúbica, con un cuerpo superior más pequeño en su plataforma. Esta es la solución típica de los alminares de la escuela hispanomarroquí: los alminares de las mezquitas de Rabat, Marrakech y Orán tienen la misma forma. Según informa la Crónica General de Alfonso el Sabio, la Giralda tuvo otra torre de ocho brazas y a la cima cuatro manzanas redondas, obra, estas últimas, de un siciliano. De todos modos, después de tantas transformaciones, resulta imposible conocer el verdadero aspecto puramente musulmán de su remate porque fue destruido por un terremoto en 1355 y reconstruido en estilo renacentista, en 1560, por Hernán Ruiz.

El alminar o minarete no cobra importancia únicamente por su valor artístico, pues es, además, un elemento esencial de la mezquita ya que sirve para recordar a los fieles las horas de oración. La salmodia o exhortación que hace desde lo alto el almuédano sustituye el repicar de las campanas y es todo un espectáculo en las ciudades en que se puede presenciar esta antigua tradición. Los alminares omeyas más antiguos, como los de la mezquita de Damasco, son de planta cuadrada con pisos superpuestos; su forma parece derivar de las pirámides escalonadas de Asiria y Caldea. No hay duda de que los árabes, al ocupar el valle del Éufrates, debieron de sentirse impresionados por las torres que se destacan sobre las ruinas de las antiguas ciudades caldeas. Algunos creen que los alminares conservan algo de la superposición de pisos de los zigurats caldeos, y así podría decírseles a los sevillanos que su famosa torre sería copia o imitación de otra más an tigua y más famosa: la torre de Babel, con sus pisos superpuestos escalonados.


⇦ Cuarto de Comares (Aihambra, Granada). Llamado también "Cuarto Dorado" por sus brillantes azulejos y su suntuosa policromía, su fachada se sustenta sobre dos puertas adinteladas decoradas de yesería. Situado junto al patio de los Arrayanes, llama poderosamente la atención el hecho de que en el palacio no se entraba por una gran puerta monumental, como en el caso de la arquitectura occidental, sino por una lateral relativamente discreta y modesta.


Pero hay arqueólogos que insisten en que el alminar musulmán empezó a emplearse en Egipto y reproduce la torre escalonada del Faro de Alejandría, con sólo tres pisos. Los alminares citados de Marrakech (en la mezquita de la Kutubiyya) y de Rabat (en la mezquita de Hassán), ambos del siglo XII y hermanos de la Giralda, tienen sus muros decorados al estilo almohade con arcos ciegos, lacerías y relieves geométricos que recuerdan la decoración que por la misma época realizaban los selyúcidas en sus edificios de Asia Menor. 

Sala de las Camas (Alhambra, Granada). Esta estancia de la Casa Real Vieja es la que da acceso al Baño Real. Se utilizaba como cuarto de reposo donde el monarca y sus concubinas descansaban después del baño. Una tenue luz proveniente del piso superior confiere a la sala una iluminación muy sugerente que vestía con sus rayos y los dibujos del techo el cuerpo desnudo de las mujeres. 
La obra capital de la arquitectura civil de los árabes, como en todos los pueblos orientales, fue la residencia del príncipe; y como antes de la predicación de Mahoma y de sus primeras conquistas no tenían en esto precedentes de ningún género, debido a su vida trashumante, tuvieron que aprender de las naciones que iban conquistando. Por ello, es lógico que las construcciones abovedadas de los palacios de Persia se prestaran para ser imitadas por los artistas musulmanes, deseosos de encontrar referencias para las nuevas edificaciones que debían levantar para sus gobernantes. Y, como no podía ser de otra manera, quedaron fascinados por los palacios de Persia, que estaban en medio de deliciosos jardines con grandes estanques, bordeados de mirtos y rosales y regados por ingeniosos juegos de agua, y con luga¬res retirados llenos de plantas raras de entre las cuales surgían los elegantes quioscos de mármol.


⇦ Patio de los Leones (Aihambra, Granada). El patio destaca por su recargamiento decorativo, la cota máxima del esplendor del arte hispano-musulmán. Invadido por capiteles, impostas, arcos, frisos y bóvedas de todo tipo contrasta con el refinamiento decorativo de la tosquedad de los leones de la fuente, que pone en evidencia la escasa evolución de la escultura musulmana.


Dentro de los pabellones, los relieves en yeso, dorados y policromados, eran el ornato único de las paredes, y aunque después decoraban también el techo de las salas, al principio las cubrían con armazones de maderas de ingeniosas formas cuyos case¬tones revestían de oro y vidrios esmaltados. De este modo, a partir del siglo XI todas las residencias árabes de importancia fueron adoptando este mismo tipo. Por ejemplo, en Sicilia se conservan restos de los palacios que los monarcas árabes se habían hecho construir en las afueras de Palermo. A pesar de que con posterioridad fueron ensanchados y habitados por los reyes normandos, que los adaptaron, asimismo, a su gusto, aún es posible observar que no difieren gran cosa de los palacios del Oriente musulmán.

Un primer palacio árabe del tiempo del califato de Córdoba al parecer fue el palacete suburbano de Ruzafa -que significa "del camino"-, mandado edificar por Abd al-Rahman I, a finales del siglo VIII, pero del que no queda ni recuerdo del lugar donde estuvo emplazado. El palacio de los califas del tiempo de Abd al-Rahman II, en el interior de la capital, estaba en el sitio que ocupa el actual palacio episcopal. En cambio, quedan restos importantes del Versalles cordobés, Medina Azahara, edificado cerca de Córdoba al pie de la sierra, en el sitio llamado Córdoba la Vieja. Abderrarnán, califa desde 912 a 961, lo construyó para una de sus favoritas, al-Zahara, de la cual recibió el nombre con que aún se conoce este palacio. Aunque destinado a servir de residencia a la favorita, el palacio es de tan grandes dimensiones que podía albergar a toda la corte en el caso de que fuera necesario. Se cree que los arquitectos de Medina Azahara procedían de Egipto, y consta que el emperador de Constantinopla envió fuentes para sus jardines.

Patio de la Acequia (Alhambra, Granada). En el pabellón norte del recinto palaciego está ubicada la parte más importante del Generalife, un jardín dividido longitudinalmente por una acequia que riega constantemente la vegetación por pequeños surtidores que la bordean. El jardín está cultivado con distintas especies que han ido variando según los gustos de cada época, aunque históricamente han predominado naranjos, cipreses, rosales y setos de arrayán. Al fondo se eleva un grueso muro con dieciocho arcos ojivados y una terraza que hacía las veces de mirador. 
El Alcázar de Sevilla, que reunía el doble carácter de fortaleza y de vivienda, fue comenzado seguramente por los Omeyas, pero sufrió luego tantas reconstrucciones y modificaciones, ya desde el tiempo de Alfonso el Sabio y sobre todo durante el reinado de Pedro el Cruel, a partir de 1350, que resulta hoy casi imposible calificar aquel monumento de verdaderamente musulmán. Sin embargo, se reconocen algunos elementos de la obra antigua, mantenidos a pesar de las transformaciones. Todas sus dependencias están situadas en torno a un patio rectangular; sólo en un extremo hay otro pequeño patio, llamado de las Muñecas, nombre que, como tantos otros, debe su origen a detalles hoy ignorados que la fantasía popular aprovechó para bautizar a cada una de las estancias de aquella espléndida morada.

Ciudadela de Alepo (Siria). Sobre una colina de 61 m de altura se yergue uno de los más importantes monumentos del arte islámico sirio. Accesible por un puente que atraviesa un foso, ha sufrido diversas restauraciones a lo largo de los años. Prácticamente inexpugnable, la muralla estaba protegida en primer término por torres albarranas de vigilancia. 
Ciudadela de Alepo (Siria). destruida por terrorismo islámico 
Se ha analizado hasta ahora en los territorios conquistados por los árabes en la península Ibérica, edificios que responden a características propiamente musulmanas. En este sentido, mención aparte merece la decoración del Alcázar de Sevilla, que es obra del estilo que en España se llamó mudéjar. Con esta denominación se hace referencia al estilo que es el propio de los moros más o menos cristianizados y vasallos del rey cristiano. Las partes más antiguas del Alcázar tienen todavía los arcos en forma de herradura, mientras que en las restauradas o edificadas en tiempo de los almorávides los arcos son en forma de colgadura, muchas veces con blonda de estuco y con los paramentos perforados.

En sus orígenes, ·el Alcázar de Sevilla debió de tener mucha más extensión de la que tiene ahora, pues llegaría hasta la famosa Torre del Oro, construcción estratégica, que era la primera defensa por la parte del río. Según la tradición, sirvió también para guardar el tesoro de Pedro el Cruel. La Torre del Oro estaba recubierta de azulejos que brillaban al sol y le daban una apariencia metálica.

Torre fortificada (Rabat). La robusta muralla que rodea una parte de la ciudadela fue construida por los musulmanes que fueron expulsados de España durante el mandato de los Reyes Católicos y que se instalaron por la fuerza en la ciudad. 
En Mérida, el palacio, situado en la ribera del Guadiana, fue reconstruido en el año 835 sobre los viejos muros del alcázar visigodo, hecho que, como ya se ha señalado antes, fue muy habitual en las construcciones llevadas a cabo por los musulmanes en la península ibérica. Por otra parte, el Alcázar de Zaragoza, llamado todavía la Aljafería, nombré de claras reminiscencias musulmanas, restaurado en tiempo de los Reyes Católicos, fue después transformado en convento y más tarde en cuartel, así que ha sufrido no pocas obras de transformación a lo largo de los siglos. La Aljafería no está lejos del río, en un llano que tuvo que fortificarse artificialmente con murallas y torres. Tenía un patio central con galerías laterales, y en el fondo una sala grande con dependencias a cada lado. La decoración está tallada en piedra blanda de yeso, que se presta a las más delicadas labores, tan del gusto árabe.

Hay que regresar de nuevo a Andalucía para referirse al que es, sin lugar a dudas, uno de los edificios más representativos de la época de la dominación musulmana en la Península. La Alhambra, palacio real, residencia de los monarcas granadinos, se ha conservado casi intacta en las localidades destinadas a residencia de verano. Se supone, sin gran fundamento, que el palacio de invierno lo mandó derribar Carlos V para construir en su lugar un edificio del Renacimiento, que quedó sin terminar.

Baños árabes (Jaén). Ubicados en el sótano del Palacio de Villardompardo, comparte espacio con dos museos municipales. De estilo hispano-musulmán, cumplían con la higiene y se regulaba por un horario estricto para hombres y mujeres, pues era obligado lavarse antes de entrar en la mezquita.
La Alhambra fue erigida sobre el monte de la Assabica, en el siglo XIV por los sultanes Yusuf I (1333- 1353) y Mohamed V (1353-1391), llamado el-Ahmar (el Rojo), de la dinastía de los Nasser; y su nombre de Alhambra quiere decir también la Roja, pues el color predominante, vista desde lejos, es el de los ladrillos rojos de la obra exterior.

Del mismo modo que el Imperio romano infundió su modo de ser y su sentido artístico hasta en las provincias más alejadas, así también el Islam impuso su mentalidad hasta los confines de Occidente. Introdujo en Andalucía el gusto y las técnicas de construir de Mesopotamia y Persia. La Alhambra es una gran obra de arte, pero su belleza está realzada por hallarse en tierras tan occidentales. Es esencialmente una residencia de pleno carácter oriental, que parece extraordinariamente fuera de lugar en su ubicación y no nos sorprendería descubrir que había sido transportada por arte mágica desde el otro extremo del Imperio musulmán, quizá desde las espléndidas ciudades de Bagdad o Teherán. No sólo sorprende su carácter tan marcadamente oriental sino que lo que extraña más de ella es lo poquísimo que manifiesta haber aceptado del país que la recibió, como si hubiera querido mantenerse fiel los deseos de los arquitectos que la llevaron a cabo.

Madrasa de Ulug-Beg, en Samarcanda. Timur fue un extraordinario patrocinador de las artes y de la arquitectura, ejemplo imitado por sus sucesores. En el siglo XV, Samarcanda, la capital del Uzbekistán, conoció, bajo el dominio mongol, uno de los momentos más gloriosos del arte islámico. 
En la mezquita de Córdoba se encuentran columnas y capiteles romanos; la disposición era todavía de una basílica clásica con múltiples naves o crujías, y se sospecha que la forma del arco de herradura es una supervivencia visigoda. Nada de esto hay en la Alhambra: lo clásico, lo romano, lo godo y lo latino se han eclipsado para hacer lugar a algo enteramente exótico y musulmán.

Si se hubiese conservado la parte del palacio en la que estaban los aposentos ocupados en invierno, aquellas salas más cerradas y más compactas hubieran revelado cierta infiltración del estilo gótico español que sí se encuentra en el Alcázar de Sevilla. Pero tal como está hoy la Alhambra, reducida a los patios y pabellones de la residencia de verano, es un edificio fantástico, abandonado en la Europa occidental por el Islam para dar testimonio de la tenacidad y singularidad de su carácter.

La Alhambra no es afeminada ni coqueta; su decoración abundante no puede calificarse de frívola ni aun de graciosa: es rica y fuerte como la espuma o los follajes o las nubes que, pudiendo reducirse a elementos individuales minúsculos y bellos, tienen, no obstante, belleza de conjunto y espíritu en su totalidad. Hasta la escala general del edificio resulta arbitraria, a causa de sus reducidas dimensiones; hay que acostumbrarse a ella, instalarse dentro, vivirla, para que la Alhambra no parezca un juguete, una casa de muñecas.


Todo en la Alhambra resulta fascinante: el patio de los Arrayanes, la sala de Embajadores, el patio de los Leones, la sala de los Abencerrajes, la de las Dos Hermanas y la de Justicia, los Baños y el Peinador, parecen ser al primer golpe de vista lugares sólo apropiados para telón de fondo de un cuento de hadas, y, sin embargo, al permanecer en ellos un corto rato se olvidan la proporción y medida. Lo que debía ser principal para el espectador, que es la escala o canon humano, se ha convertido en secundario, y lo que era secundario para una mente clásica, que es la decoración superpuesta, se ha convertido en principal y por su importancia en lo único. Vivir en un mundo de formas movedizas, de ensueño, sin deplorar la pérdida de lo real.

La planta tan compleja, de la Alhambra, permite reconocer su articulación en las tres unidades fundamentales que se hallan en todos los palacios de príncipes musulmanes:

        a) el mexuar, abierto a todos, en el que el sultán administraba justicia y recibía a sus súbditos;
        b) el diwan para las recepciones, en el que se encontraba el salón del trono, y
        c) el harim (o harén) con las habitaciones privadas del príncipe.

El sistema constructivo de la Alhambra es todavía el de un pueblo nómada: los elementos sustentantes, que forman con las vigas o las ligeras bóvedas la osamenta del edificio, son como la estructura de la tienda del desierto, y los entrepaños se recubren de simples vaciados en yeso, cuya decoración va sobrecargándose en adorno y en color. Toda la decoración de la Alhambra iba policromada; los estucos con arabescos y las inscripciones de los muros conservan todavía restos de colores y algo del dorado.

Puerta del Sol (Toledo) El rasgo principal de la arquitectura toledana es su decoración mural, aunque adoptan un estilo más islamizado en la ornamentación de las puertas de la muralla. Sobre un basamento de mampostería se superponen los cuerpos decorados con arcadas ciegas de ladrillo, que suelen ser de medio punto doblados o de herradura apuntados, trasdosados por arcos polilobulados entrecruzados.
Los azulejos, la marquetería y los relieves de yeso son los elementos primordiales de la decoración de aquel recinto consagrado a la vida doméstica, si bien de cuando en cuando, como para denotar la existencia de un elemento espiritual poderoso, una curva fuerte y pronunciada, una terminación brusca de los frisos confirman las rotundas afirmaciones de las suras contenidas en el Corán.

La planta de la Alhambra se halla circunscrita en un vasto recinto amurallado. Su aspecto externo, imponente como fortaleza, se transforma por dentro en la ordenación más fascinadora. Entre sus construcciones más importantes, comprende el gran recinto (aparte los nuevos edificios que los desfiguran) la alcazaba o ciudadela, casi destruida, y el palacio propiamente dicho, quedando fuera de su recinto, custodiados por numerosas torres, los suntuosos pabellones del Generalife (o Jenan el-arif, "jardín del arquitecto") que formaban un edificio aparte construido en 1339 y aun parcialmente subsistente. La vida se desarrollaba en torno de dos grandes patios: el de la Alberca o de los Arrayanes (centro del diwan) y el amaso de los Leones (centro del harim).

Mezquita de Masjid-iShah, en lsfahán. Sha Abbas, el monarca safávida que trasladó la capital persa a lsfahán, hizo construir allí el impresionante Maydan, enorme campo de polo rectangular, y a su alrededor los edificios más representativos del reino. Entre ellos destaca la cúpula bulbiforme de la mezquita, recubierta de mosaicos verdes y azules de delicadeza prodigiosa.
¡Nada más alejado de la arquitectura que se ha Jamado "funcional" porque pretende conseguir belleza revelando la estructura! Las paredes de la Alhambra van forradas de arabescos que esconden la construcción de tapial; los techos de madera desaparecen tras las estalactitas colgantes de yeso pintado. El arte de los múltiples colgajos de yeso, que tiene su apoteosis en la Alhambra, pertenece a una escuela peculiar de las tierras mediterráneas; en la India, en Siria y en Persia, las bóvedas están formadas por alvéolos o conchas superpuestas, pero sin destacarse de las superficies curvas de la bóveda, no en disposición de estalactitas que penden del techo, como se encuentran en Egipto, en Marruecos y España. El general francés Beyle, explorando en la Regencia de Túnez una ciudad abandonada, donde estuvo la Kaala de los Beni-Hammad, encontró estos especiales elementos de yeso que caracterizan las escuelas de arte islámico hispanomarroquí. La Kaala de los Beni-Hammad fue edificada a principios del siglo X y abandonada poco después. Señala, pues, una fecha cierta en que se empezaban a usar estas decoraciones.


⇨ Interior de la Masjid-iShaykh Lutfullah, en lsfahán. El interior de la cúpula, así como la puerta de azulejos de esta mezquita, terminadas en 1603, se encuentran entre las mejores obras safávidas.


En las paredes de la Alhambra, además de los plafones de yeso con relieves policromados, hay arrimaderos de cerámica vidriada con magníficos dibujos en los que abunda el oro. Por el suelo de las salas discurren las corrientes de agua, y las ventanas se abren a los jardines de mirtos y arrayanes, con albercas poco profundas a imitación de las residencias de Oriente, donde escasea el agua.

Fachada de la mezquita de Alaatin, en Konya. Esta fachada, que data de 1220, presenta una portada decorada con motivos geométricos a dos colores y flanqueada a ambos lados por vanos que forman un friso ornamental.
Como ya se ha señalado anteriormente, el estilo árabe andaluz se ha conservado en Marruecos; hay allí todavía edificios de la misma técnica y gusto que los encontrados en la Alhambra. Pero lo que le da singular importancia, el rasgo que acentúa todavía más si cabe la gran relevancia del Alcázar Real de Granada, es que se ha conservado sin las transformaciones que han modernizado poco o mucho todas las residencias reales musulmanas, desde las de Persia a las de Marruecos. De este modo, merced a que se ha visto al margen de las inevitables transformaciones que se han producido en otras edificaciones, su perfecto estado de conservación hace que la Alhambra sea en la actualidad un palacio más oriental que los que puedan visitarse hoy en día en el mismísimo Oriente.

Mezquita de Solimán el Magnífico de Mimar Sinán, en Estambul. Vista aérea de la mezquita, con sus cuatro minaretes. La Süleymaniye Camii fue construida entre 1550 y 1557 por encargo del sultán. Si bien sólo pudo construir una mezquita al cumplirse 30 años de su mandato, es la mayor de la ciudad y la más espectacular. La posición de sus cuatro minaretes en las cuatro esquinas del patio es insólita y la diferencia, por su exterior, de cualquier otra mezquita.


⇦ Mezquita de Solimán el Magnífico, en Estambul. La Süleymaniye Camii, obra maestra de Sinán, el gran arquitecto que concibió la mezquita como una enorme cúpula que habfa de centrar la estructura entera, tiene el interior más espacioso de la capital.


Aparte de los palacios y de las mezquitas, elemento indispensable de las ciudades musulmanas son los baños, que cumplen el doble servicio de higiene y de recreo. Tienen la función, como las termas romanas de cientos de años atrás, de lugares de reunión y entretenimiento; son los clubes y casinos para los hombres y las mujeres, los lugares en los que se concentra la vida social, donde se conversa y se consiguen influencias. La vida oriental sería intolerable sin los haman o baños, donde se discute y chismorrea. Por esto son edificios de carácter público, a veces construidos con gran lujo, pues lógicamente eran muy visitados por aquellos que disponían de más tiempo para la vida social, las personas más acomodadas. Generalmente tienen una piscina en el centro y están cubiertos por una cúpula con claraboya. Tienen dependencias para las fiestas y las bodas, que los orientales acostumbran celebrar en estos lugares.

Interior de la mezquita Ulu Camii, en Bursa. La sala de oración de esta mezquita forma una sala hipóstila sobre columnas cuadradas, que se prolongan en grandes arcos apuntados que sostienen las cúpulas. Este tipo de sala continúa la tradición selyúcida, aunque ya apunta a nuevas fórmulas.
Prácticamente tan idiosincrásicos de las ciudades musulmanas como los baños son otro tipo de edificios todavía muy necesarios en los países musulmanes. Se trata de los caravansares o caravanserays, alojamientos para las caravanas de peregrinos y mercaderes, indispensables en una cultura en la que el nomadismo es aún un estilo de vida para muchas personas. Además, millones de fieles deben visitar por lo menos una vez en la vida la ciudad santa de La Meca, así que, en su larguísimo viaje en muchos casos, precisan de la hospitalidad de los habitantes de los enclaves por los que deben pasar. Estos edificios suelen estar constituidos por un gran patio con cuadras y dormitorios y la inevitable mezquita. Los bazares colosales de Oriente, a manera de calle cubierta, son también edificios típicos de los pueblos del Islam, y aún hoy día constituyen, sin lugar a dudas, una de las imágenes más representativas de las ciudades musulmanas. Por otro lado, también abundan en las urbes los hospitales y leproserías, que en otro tiempo debieron de estar cuidados con gran esmero.

Mausoleo del emperador Akbar, en Sikandra. Casi un prototipo del estilo mongol, con su típica decoración abstracta de incrustaciones, resulta extraño que siendo un edificio islámico no tenga cúpula. 
A pesar de que los árabes supieron dominar durante varios siglos amplísimos territorios de Asia, África y Europa, las obras públicas y de comunicación en todos los países musulmanes eran suma mente primitivas; el Islam no necesitaba edificios de administración y recreo, ni circos ni teatros; pero, en cambio, las obras hidráulicas solían ser de extraordinaria ingeniosidad. Muchas acequias de irrigación y presas en los ríos de España son todavía del tiempo de los árabes. Ellos restauraron los viejos puentes romanos y construyeron otros magníficos, como el de Córdoba. En Egipto el Nilómetro, una construcción habilísima que sirve para medir la crecida de las aguas del Nilo, es asimismo obra de los musulmanes.

Mezquita azul de Mehmet Aga, en Estambul. Construida entre 1609 y 1617 junto al At Meidani o plaza del Hipódromo, la mezquita del sultán Ahmed está rodeada por seis alminares que enmarcan la sala de oración y el patio. Rodeando la cúpula central hay cuatro medias cúpulas que dan cohesión a la estructura.

Mezquita azul de Mehmet Aga, En Estambul. También llamada mezquita del Sultán Ahmed o Ahmediye Camii, fue construida a principios del siglo XVII. El color dominante de los azulejos, el azul, le ha dado el popular sobrenombre, a la vez que ha hecho que su interior resulte monótono en comparación con la rica policromía del siglo anterior.
Si los árabes destacaron enormemente en el campo de la ingeniería, fueron también maestros en el arte de la fortificación. Llegaron a desarrollar con tal eficacia la arquitectura militar que de ellos aprendieron los cruzados muchas de las estratagemas para la defensa de castillos y ciudades que se aplicaron después en Occidente. Por ejemplo, la mayor parte de los nombres usados en las construcciones militares de la Edad Media son árabes, como es el caso de almena, barbacana, etc. En muchos puntos de lo que fue el Imperio musulmán es posible observar hoy en día la gran maestría de los arquitectos árabes en lo que a las construcciones defensivas se refiere. De este modo, en Oriente quedan aún fortalezas árabes magníficas en buen estado de conservación, como el castillo de Alepo. Asimismo, otras inmensas fortalezas construidas por los sultanes mongoles están aún en pie en las fronteras de Persia. En el norte de África abundan también las ciudades árabes amuralladas. Las fortificaciones de Marrakech y Rabat son obras construidas en el siglo XII por los almorávides, con grandes torres cuadradas que interrumpen el lienzo del muro.

Mausoleo de Humayún de Mirak Sayid Ghiyat y Sayid Myhammad, en Delhi. Construido durante el período mongol, bajo el gobierno de Akbar, para que fuera la tumba de su padre Humayún, se supone que sirvió de modelo para el Taj-Mahal. La inmensa cúpula de mármol blanco, que contrasta con el gres rojo de la amplia galería porticada, tiene las características del estilo persa, pero con este palacio, en el que según la costumbre mongol había de ser enterrado el emperador a su muerte, se inicia uno de los períodos más brillantes del arte musulmán de la India.
Las puertas de las ciudades árabes acostumbran estar flanqueadas por torres, como las fortificaciones bizantinas. Buenos ejemplos de ello son las puertas de Fez construidas por los almohades (como la famosa Bab-Chorfa), las de Tremecén y las de Chellah, antigua ciudadela cercana a Rabat construida por los benimerines. Algunas veces se abren en un ángulo de la muralla, como la Puerta del Sol, de Toledo.  

Mausoleo de ltimad-ed-Daula, en Agra. Shah Djahán mandó erigir este mausoleo para su suegro en 1626. Este edificio es un ejemplo, no superado, de la integración del arte hindú y del musulmán.
Todas tienen un largo paso cubierto para defender la entrada. Otras veces se levanta al lado de las puertas una doble cortina de muralla con una segunda puerta; en algunas el paso no puede franquearse en línea recta, sino que hay que doblar en ángulo una o dos veces. Frecuentemente la puerta se reduce a un gran arco o liwan monumental encuadrado por un marco.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Córdoba, capital de la Europa occidental

   La corte de Abderramán, de Dionisio Baixeras Verdaguer (Universidad de Barcelona). Pintado en 1885, en pleno apogeo de la pintura romántica, este lienzo representa la recepción del califa al monje Juan Gorze, nombrado en la época embajador del emperador Otón I. 
En el año 711 de nuestra era el dominio islámico se extiende a la Península . Los árabes cruzan el estrecho de Gibraltar y vencen al ejército del rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete. Más adelante, en el 756, Abd al -Rahman I (731-788), que huye de Damasco convirtiéndose en el último superviviente de la dinastía omeya, funda el emirato independiente de Córdoba. La capital del emirato reside en la ciudad de Córdoba y desde ella se irradia la cultura musulmana a los territorios islámicos de la Península. Con Abd al-Rahman I la ciudad inicia un período de esplendor que continúa con Abd al-Rahman II (822-852) y que confirma a Córdoba como la gran metrópolis de Occidente durante la época de Abd al-Ra hman III (891-961).

Durante el gobierno de este último, Córdoba se convierte en la capital de un califato independiente y es la ciudad más grande habitada de Europa, con más de medio millón de habitantes. La urbe se embellece de espléndidos monumentos: más de 300 mezquitas, 300 baños públicos, 50 hospitales, 80 escuelas públicas, 20 bibliotecas públicas, etc.

Los dos edificios más emblemáticos de este período, la Gran Mezquita y la ciudad palatina de Medí na Azahara, construida a partir del 936, ocupan en la historia del arte musulmán el mismo lugar que la Gran Mezquita de Damasco. Durante el siglo X, pues, Córdoba vive un período de extraordinaria prosperidad que se prolongaría hasta el siglo XI.

La corte de Abderramán, de Dionisio Baixeras Verdaguer (Universidad de Barcelona). Pintado en 1885, en pleno apogeo de la pintura romántica, este lienzo representa la recepción del califa al monje Juan Gorze, nombrado en la época embajador del emperador Otón I.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de los safávidas

Retrato de Abbas I, shah de Persia, con-
versando con una de sus concubinas en 
el jardín (Museo del Louvre, París). La 
miniatura está fechada el 12 de marzo 
de 1627 y es obra de Muhammad Kasim, 
artista de la escuela de lsfahán. 

La dinastía safávida se inició en Irán a comienzos del siglo XVI y se prolongó hasta el año 1736. Apenas quedan restos arquitectónicos del primer período safávida y por tanto las artes decorativas son la principal fuente para reconstruir la historia del arte de esta dinastía. En esta primera época, que se puede englobar entre 1501 y 1576, las artes del libro adquirieron una importancia extraordinaria -los manuscritos que se produjeron eran de una calidad altísima-, aunque el trabajo de las alfombras y los tejidos es, sin duda, el principal valor del arte safávida. Se han conservado de esa época tres alfombras firmadas y fechadas. Las más famosas son las Ardabil, conservadas en Londres y Los Angeles.

Como se decía, casi no han quedado restos o ejemplos de arquitectura safávida del siglo XVI, a pesar de que los edificios erigidos durante la dinastía fueran tal vez los más atractivos y seductores de toda la arquitectura iraní.

De épocas posteriores sí que han quedado testimonios de la interesante arquitectura de esta dinastía. Así, con el traslado de la capital a lsfahán por Shah Abbas I (1 588- 1 629) hacia 1598, la arquitectura safávida llega a su apogeo. Aunque seguirán siendo la artesanía textil y el arte del libro -que dejó de ser un trabajo individual para convertirse en una obra colectiva los signos de identidad de la cultura safávida.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La huella del Islam en Persia, Turquía y la India

Hemos visto características más esenciales y las obras de arte más importantes que los árabes llevaron a cabo en los territorios en los que se originó el islamismo así como en España y el norte de África. Y aunque es característica definitoria del arte islámico el sorprendente grado de similitud en el estilo de las obras de arte de todos los rincones del imperio, también es posible encontrar notables diferencias entre, por ejemplo, las construcciones de la Andalucía dominada por los musulmanes y la Persia islámica. De este modo, mientras en el Occidente musulmán la escuela hispanomarroquí empleaba las bóvedas y las cúpulas con notoria sobriedad, lo que, a la postre, se convertiría en uno de los rasgos más característicos del arte islámico en la península Ibérica y en el norte de África, casi en el otro extremo del Imperio islámico, en Persia y Turquestán, los árabes preferían las estructuras abovedadas, ya que eran las tradicionales en las citadas regiones.

Fortaleza Golconda en Hyderabad. Construida entre 16 a 10 kilómetros al oeste de Haiderabad, fue la capital de los reinos Qutb Shahi entre 1507 y 1587. Las murallas externas de siete kilómetrros de perímetro encierran al palacio de Shah y a la fortaleza levantada sobre un promontorio de granito de 130 metros.

Por tanto, las mezquitas tienen allí planta cuadrada con cúpula central, como los antiguos templos del fuego zoroástrico, pues hay que señalar que esta doctrina religiosa se originó en Persia, pero con un patio anterior como en las mezquitas del Islam occidental. Persia es el país clásico de la decoración vidriada; las fachadas aparecen casi siempre decoradas con un sinnúmero de piezas esmaltadas que se ajustan perfectamente.

Este método de decoración llegó a su máximo de suntuosidad en Samarcanda, la célebre ciudad del Uzbekistán, en el Asia Central soviética, tan citada en las famosas Las Mil y Una Noches a causa de su posición estratégica en la ruta de las caravanas que se dirigían a China. En la cresta de una colina cercana a la ciudad se hallan las tumbas de los conquistadores mongoles, formando una singular necrópolis de túmulos con cúpula, como la de los sultanes egipcios, pero aquí refulgen merced al esmalte de la cerámica vidriada. Otra vez, como ya hemos visto en otras tumbas reales que se encuentran en Egipto, los soberanos musulmanes optan por una suntuosidad que parece contradecir las exigencias de austeridad y humildad que marca el Islam.

Fortaleza de Ramnagar, sobre el río Ganges, cerca de la aldea homónima. 
Entre esos túmulos que se acaban de citar, destaca sin lugar a dudas el sepulcro monumental de Tamerlán, el conquistador del mundo, que fue construido a fines del siglo XV. Se trata del famoso Gur Emir, que está constituido por una alta cúpula sobre un tambor cilíndrico, que a su vez está labrada con estrías verticales como una gigantesca tienda del desierto a la que se accede a través de un liwan.

Fortaleza de Gwalior, sobre el cañón Urwahi. Esta fortaleza permitió el control de la meseta central de la India durante los sucesivos dominios, desde el imperio Asoka (siglo III a.C.) hasta el dominio británico (siglo XIX).
La misma abundancia de mosaicos azules y verdes se encuentra en la fachada que se conserva de la madrasa Ulug-Beg de Samarcanda; coronada por dos cúpulas y dos alminares, constituye el elemento más impresionante de la famosa plaza Registán en la que se encuentra.

Acaso las obras más perfectas del arte decorativo del mundo entero, por su coloración esmaltada, sean las cúpulas y liwanes de las mezquitas persas de Isfahán. Es difícil encontrar, rastreando los cinco continentes, unos esmaltes tan perfectos y sublimes como los que se hallan en estas mezquitas, sin duda una de las joyas de Persia. El arco monumental de entrada consigue en ellas proporciones gigantescas; sin embargo, no es la magnitud lo que más impresiona, sino la variedad de los detalles, que mudan de color según cambia la luz cada hora del día. La característica islámica en arte y literatura es este deseo de producir un continuo espejismo y recordarnos con belleza que nuestras percepciones no son permanentes. Huelga decir que las largas travesías en el desierto, llenas de jornadas agotadoras incluso para los viajeros más avezados, debían de alimentar la fascinación por el fenómeno de los espejismos, por lo que no es extraño que en una región en la que el desierto lo es casi todo, dicho fenómeno tuviera su simbología en las manifestaciones artísticas.


⇨ Fuerte Rojo, en Delhi. Llamado así a causa del color de su piedra, es una de las grandes construcciones militares llevadas a cabo por el emperador Shah Djahán. En la imagen, interior de la zona de baños.


Desde el siglo XIV las cúpulas del Turquestán y Persia presentan una silueta bulbiforme. Son dobles: una más baja, interior, y otra externa, que se distiende como hinchada y está retenida sobre el tambor por muretes radiales, que actúan de contrapeso. Estas cúpulas bulbiformes han servido de modelo para los diseños arquitectónicos de dos pueblos algo alejados del actual Irán; se trata de los polacos y los rusos. Este hecho no deja de ser sorprendente sobre todo en el caso de la más lejana Polonia. Por otro lado, cabe señalar que la arquitectura nacional rusa tiene más de persa que de bizantina.

Los ejemplos más hermosos de este tipo de cúpulas y de las grandes superficies de colores cambiantes que acabamos de citar son las construcciones levantadas en Isfahán por la dinastía Safávida, que alcanzó el poder en 1502. La más importante entre el gran número de magníficas obras llevadas a cabo por dicha dinastía, una de las más importantes en la historia del pueblo persa, es la Masjid-i-Shah o Mezquita Real, cuyos tres iwan o pórticos, coronados por cúpulas en las que dominan los colores verde y azul, parecen tres edificios gigantescos independientes. Junto a ella contrastan los suaves rosa y violeta de la mezquita de Masjid-i-Shaykh Lutfullah, que data de principios del siglo XVII.

Los reyes nazaríes (palacio de la Alhambra, en Granada). Pintura sobre cuero de estilo nazarí, que decora la cúpula de madera de la Sala de los Reyes o Sala de los Tribunales del palacio. 

A mediados del siglo XIII, gentes mongólicas, extrañas a la raza árabe de Mesopotamia y al aria de Persia, aceptaron el Corán. Una variedad de estas gentes originarias del Extremo Oriente -la de los turcos- se instaló en el Asia Menor, y desde allí se lanzó sobre el degenerado califato abasida de Bagdad, que había sustituido a los Omeyas, y más tarde sobre el fantasma del Imperio bizantino. La decadencia política de la dinastía abasida se inició prácticamente tras el final de su época de mayor esplendor, que coincidió con el gobierno de Harun al-Rashid, quien rigió con mano de hierro los destinos del califato de Bagdad durante los últimos años del siglo VIII y los primeros del siglo IX.

Del período heroico de Turquía son las mezquitas de Konya y Bursa, llenas de carácter y originalidad. Son una interpretación de antiguos modelos islámicos, pero realizadas de una forma original, genuina y exclusiva por parte de los turcos. Así, por ejemplo, la mezquita Ulu Cami, de Bursa, construida a fines del siglo XN, parte del esquema de una sala casi cuadrada, de varias naves cubiertas con pequeñas cúpulas, y tiene dos altos alminares junto a sus esquinas.


Frontispicio con medallón entrelazado
(Biblioteca Nacional, Túnez). Decoración
de un Corán del siglo X procedente de la
gran mezquita de Kairuán. 

Pero la gran figura de la arquitectura turca fue Sinán (muerto en 1578), artista cuyo genio, al igual que el de los grandes creadores del Renacimiento, marcó con el sello de su personalidad toda una época. No sería en absoluto exagerado afirmar que si en la Italia renacentista surgieron genios artísticos que han hecho historia, sea el caso, por ejemplo, de Miguel Ánget en el Imperio turco del siglo XVI un artista tan relevante como el autor de la Capilla Sixtina marcaría un antes y un después en el destino del arte islámico. Entre los 318 edificios que Sinán, tan genial como prolífico, levantó se acostumbra destacar la mezquita Süleymaniye (1550-1557) de Estambul inspirada en la estructura de la cercana Santa Sofía bizantina. Sinán, conocedor como pocos de las posibilidades técnicas de la arquitectura de su época y dotado de una gran capacidad para asimilar las características de los grandes edificios que pudo visitar, utiliza magistralmente el espacio cupular para hacer olvidar el peso de la gigantesca estructura. En su interior, no olvida las posibilidades que le proporciona la fantástica luz de la región y permite que la luz se difunda en todas direcciones e ilumine la cautivadora armonía de sus proporciones.

Unas líneas más arriba se decía que la obra de Sinán, quien sin duda merece figurar entre los grandes genios artísticos de la historia, supondría un punto de inflexión en la evolución del arte islámico. Y es que aparte de legar un gran número de importantes obras, su nueva concepción de la arquitectura habría de influir en el trabajo de artistas posteriores, que durante mucho tiempo se inspirarían en las magníficas construcciones que llevó a cabo el turco. De este modo, y como ejemplo de los muchos que se podrían citar, la influencia de Sinán es visible en multitud de edificios posteriores, como la Mezquita Azul o Ahmediye, en la misma ciudad de Estambul, levantada por el arquitecto Mehmet Aga en 1609- 1616, no mucho tiempo después de la muerte de Sinán. En la Mezquita Azul una de las construcciones más emblemáticas de la fascinante capital turca, la inmensa cúpula, una fabulosa obra, se apoya sobre pilares cilíndricos.


⇦ Miniatura persa (Museo Británico, Londres). Esta miniatura de la escuela de Herat, que representa una escena de cacería a caballo, es una obra del siglo XV. Los manuscritos ilustrados por la escuela de Herat conservaron durante largo tiempo las características que les imprimió su fundador Behzad: un frescor de colorido y una fantasía de composición hermanas de las miniaturas europeas contemporáneas, del período Gótico internacional. Sin embargo, el dinamismo de las escenas, con figuras siempre en movimiento, las separa y diferencia profundamente de las miniaturas góticas.


La última y más gloriosa conquista musulmana fue la de la India. La llegada de los musulmanes, con su religión tan diferente e incompatible con el hinduismo, fue especialmente violenta en est enorme península, pues las castas superiores, que, obviamente, no estaban entusiasmadas ante la perspectiva de la dominación islámica, veían con temor las doctrinas islámicas. No hay que olvidar que una de las ideas esenciales de la religión musulmana es el rechazo de cualquier idolatría y de cualquier estructura social que se base en un rígido sistema de clases. Y en las antípodas de esta forma de concebir la estructura de un pueblo se encontraban los estratos superiores de la sociedad hindú, que disfrutaban de notables privilegios gracias al férreo sistema de castas que justificaba el hinduismo.
Joven con vestido verde de Reza Abbasí.
Miniatura persa, cuyo autor fue el artista
más sobresaliente de la escuela de lsfahán. 

Pero, poco a poco, el islamismo fue ganando adeptos entre las clases menos favorecidas de la sociedad hindú, que veían con muy buenos ojos las doctrinas de una religión que les acogía como iguales y no como individuos sin ningún tipo de derecho, como era el caso sobre todo de aquellos que ni siquiera tenían derecho a pertenecer a las castas. De este modo cuando se hizo evidente que el dominio islámico en la India no sería cuestión de unos días, muchos de los miembros de las castas superiores decidieron convertirse al Islam, en algunos casos quizá por convencimiento, pero, sin duda, en la mayoría de ellos por pura necesidad de congraciarse con los invasores y de este modo lograr mayores cotas de poder.

Volviendo ya al arte, en la India los estilos islámicos sufrieron modificaciones que después repercutieron en la evolución del arte árabe llegan incluso a influir de forma evidente en el Occidente musulmán. Así, los sultanes mongoles levantaron magníficas residencias de estilo persa, con patios y pabellones diseminados entre estanques y jardines. La forma de las mezquitas y alminares sufrió también modificaciones por la influencia de los edificios indios que tenían a la vista.

La dinastía de los grandes sultanes mongoles de la India tuvo su origen en Babar, un descendiente lejano de Tamerlán. Después de haberse propuesto reconquistar Samarkanda y rehacer el Imperio timúrida, deshecho tan rápidamente como había sido creado, este príncipe cifró toda su ambición en la India, que invadió con poco éxito cinco veces, hasta que por último logró triunfar. Babar inaugura también la serie de los príncipes ilustrados, escritores y artistas de la India musulmana: él empezó la obra de embellecimiento de Agra, continuada por su sucesor Humayún (1530-1556) y especialmente por su nieto Akbar (1556-1605), una de las figuras más interesantes de la historia de Oriente.

Alegoría del emperador Jahangir. Miniatura del período Jahangir (1618- 1622). La potente sombra de su padre, Akbar, junto con la debilidad de su carácter hicieron que no ejerciera mucha influencia en su reinado, hasta que se casó con Nur Jahan en 1611. Desde entonces y hasta la muerte de Jahangir, Nur fue la verdadera gobernante del imperio. 
Tenemos numerosos testimonios de la vida y obra de Akbar, quien consiguió que el reinó que gobernó fuera uno de los más importantes de su tiempo. Los poetas y escritores de que supo rodearse han dejado suficientes noticias del esplendor de su corte, que resplandeció también en el arte pictórico de la ilustración de obras literarias y en los retratos realizados en papel, en miniatura. De este modo, Akbar confió en Abdul Fazli, fiel consejero suyo, la redacción de las crónicas que, habiendo perdurado hasta la actualidad, suponen un magnífico documento en el que no faltan detalles sobre las actuaciones emprendidas por Akbar, ya sea en el ámbito de las campañas militares, de las reformas administrativas o sociales. Por otro lado, Abdul Fazli había sido el encargado de diseñar el ambicioso plan de reformas económicas y sociales que implantó Akbar, no siempre con el éxito pretendido, para gobernar los designios del vasto imperio que tenía en sus manos. A Akbar sucedió Jahanghir y a éste el Shah Djahán (1628-1658), constructor del Taj-Mahal y otros edificios de Agra. Monumental muestra de amor fue la construcción del fabuloso Taj-Mahal a mediados del siglo XVII, enorme mausoleo con jardines, pues, como es sabido, el Shah Djahán mandó erigirlo para albergar la tumba de su esposa Mumtaz-Mahal, muerta en el año 1630.

Era costumbre de los sultanes mongoles de la India edificar cada uno de ellos un espléndido palacio, que servía de residencia para la corte en vida del emperador y después de su muerte era transformado en sepulcro. El mausoleo del monarca, con los de algunas de sus esposas, se colocaba en el centro de un patio o en la sala principal. Estos sepulcros se hallaban en medio de vastos jardines, con entradas monumentales. A diferencia de la escuela árabe hispanomarroquí, que labraba sus decoraciones en estuco y yeso, las de la India son de mármol y piedras duras. El conjunto, a pesar de la riqueza del detalle, no carecía de grandiosidad. Así, puede afirmarse que los mongoles edificaban como gigantes y esculpían como orfebres.

Son aún poco conocidos los monumentos islámicos de los primeros tiempos de la invasión; los más famosos, las sepulturas-palacios de los sultanes mongoles en Agra, son muy posteriores a la llegada de los invasores islámicos a tierras de la India y pertenecen ya al siglo XVI. La de Akbar, construida en 1613 por su hijo Jahanghir en un parque de Sikandra, muestra la influencia del tipo de vihara o tradicional monasterio hindú. Más antigua, la de Humayún fue levantada en Delhi por un arquitecto persa en 1556, y constituye un capítulo fundamental en la evolución del arte islámico pues marca con su enorme y fantástica cúpula de mármol blanco el nacimiento de la arquitectura imperial mongol. El mármol blanco y el gres rojo son los materiales utilizados para realizar extraordinarios grafismos decorativos sobre las fachadas.


⇨ El Grifo de Pisa (Museo de la Opera del Duomo, Pisa). Escultura en bronce (siglos X-XI) del período fatimí.


En esta época, la India va a la cabeza de la civilización musulmana; está ya en contacto con los pueblos europeos, porque los navegantes portugueses habían abierto el camino a los jesuitas y misioneros, y éstos participaron en la educación de la corte fastuosa de los mongoles. La influencia europea se puede ver en el Taj-Mahal, de Agra, construido, como ya hemos señalado unas líneas más arriba, en 1630-1653 por el Shah Djahán para servir de sepultura a su esposa predilecta, Mumtaz-Mahal. El edificio-sepulcro está construido sobre una plataforma de 250 metros de anchura y dispuesto admirablemente entre jardines y estanques.

La dirección arquitectónica correspondió al arquitecto persa Ustad Alunad, excepto la famosísima cúpula, que se eleva a 60 metros de altura, obra del arquitecto turco Ismail Khan. En el centro del edificio se halla la sala octogonal del sepulcro, con grandes nichos y puertas que dan acceso a las demás salas, decoradas con relieves de mármol blanco, que parece fueron obra de un escultor francés de Burdeos. Todo el interior sigue la estructura del sepulcro de Humayún, y la gran puerta, el trazado de la del sepulcro de Akbar. Pero, pese a la mezcla de estilos, el mágico encanto del Taj-Mahal y su aspecto cambiante según las horas del día hacen de él una de las maravillas de la arquitectura mundial.

El mismo Shah Djahán mandó edificar en Agra el mausoleo para su suegro, Itimad-ed-Daula, que había sido tesorero del Imperio. Se asienta también sobre un basamento en medio de jardines, con una sala central rodeada de otras ocho y cuatro torres como quioscos en los ángulos. Erigido en 1626, sin cúpula, como la tumba de Akbar, está íntegramente construido en mármol blanco con incrustaciones de jaspe, cornalina, nácar y otras piedras semipreciosas.


Cervato de Medina Azahara supuestamente de Halaf

o de su escuela cordobesa (Museo Arqueológico de

Córdoba). De unos 40 centímetros de altura, es el
más célebre de los animales metálicos que echaban
agua por la boca mediante un tubo que subía por las
extremidades y el cuello. 
En la India los mongoles, que estaban en minoría y rodeados de indígenas de otras razas y religiones, no podían descuidar sus defensas, pese a que eran los gobernantes, pues eran plenamente conscientes de que se encontraban en una clarísima inferioridad numérica y que ello podía acarrear les más de un disgusto si no tomaban las precauciones necesarias. Para evitar, por lo tanto, posibles revoluciones contra las que difícilmente hubieran podido oponerse de no contar con un aparato militar de importancia, tuvieron la precaución de construir, para la defensa de las ciudades desde las que gobernaban, grandes recintos de murallas con puertas, fosos y torres magníficas.

De este modo, y como resultado de la necesidad de procurarse protección, surge uno de los capítulos más interesantes del arte mongol en la India, el de las construcciones militares. El arte militar musulmán levantó en la India obras prodigiosas de las que aún hoy es posible maravillarse, tanto desde el punto de vista artístico como desde una concepción militar, pues eran fortificaciones realmente modernas y eficaces. Por tanto, entre las numerosas obras de estas características que construyeron los mongoles, deben destacarse, por ejemplo, las imponentes murallas de Benarés, la ciudad santa de los antiguos indios, las torres y puertas de Delhi, entre las que sobresale el famoso Fuerte Rojo erigido en 1650 por el Shah Djahán para proteger un conjunto de palacios de mármol, y el castillo de Gwalior. Todas estas construcciones atestiguan el genio artístico y militar de un pueblo que durante los siglos que se acaban de analizar constituyó un imperio realmente fabuloso.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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