Quien en Italia mejor representó
la pintura romántica fue el veneciano Francesco Hayez (1791-1882). Habiendo recibido formación clásica en Roma, en el año
1820 se estableció en Milán, y allí se puso al frente de un grupo de pintores
que se propusieron seguir también la inspiración romántica, y desde 1850 fue
profesor en la Academia del Palacio Brera. Fue un buen pintor de historia, elegante
y sensible, pero donde su carácter romántico aparece mejor quizá sea en algunas
figuras de mujer y en el retrato que hizo de Manzoni, que hoy se halla en la
Galería Brera.
⇨ Interior de una iglesia de Jenaro Pérez Villaamil (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). En esta obra, el autor consigue fundir el entusiasmo romántico por la arquitectura medieval con el calor vivo de los hombres que llenan ese espacio arqueológico.
El romanticismo pictórico fue
hasta cierto punto en España como una rehabilitación del antiguo y tradicional
barroquismo español del siglo XVII. Por eso, un viejo pintor formado en los
cánones académicos durante el siglo XVIII, pero de temperamento intensamente
barroco, pudo dar de él una interpretación personal en los retratos de su
última época, pintados cuando la sensibilidad romántica había ya invadido la
Península. Este pintor fue el valenciano Vicente López Portaña (1772 -1850),
que había cursado sus estudios en Madrid, en la Academia de San Fernando, con
Maella, y regresó a Valencia en 1794, y años después fue director allí de la
Academia de San Carlos.
Había sido nombrado pintor de
cámara de Fernando VII, en Madrid, al regresar este rey del destierro, en 1814,
cuando el artista se hallaba en la plenitud de su talento. La moda femenina de
aquellos años y de los de la Regencia se prestaba mucho a lucir las grandes
habilidades de López, que era un magnífico pintor de encajes, sedas, plumas y
joyas.
⇨ Suicidio romántico de Leonardo Alenza (Museo Romántico, Madrid). En esta obra, la sátira de los amores imposibles, de los suicidios y de los panteones ridiculiza la artificiosa literatura de su tiempo. Con ello, el autor defiende toda su obra pictórica tan jugosa y rica de escenas populares.
Pero, si fue un gran retratista,
que no limitó su talento a exhibir tales incentivos, raramente logró infundir
alma a sus modelos. Su arte fue continuado por su hijo Bernardo (1799-1874), y
con menos calor romántico por su otro hijo Luis (1802-1865), quien, habiéndose
perfeccionado en Roma y París, fue artista más independiente que su hermano.
El pintoresquismo pesó mucho en
la pintura española romántica. Contribuyeron, en buena parte, a fomentar esa
pintura los dibujantes y pintores franceses o británicos, como el escocés David
Roberts, que a partir de hacia 1830 viajaron por España, atisbando aspectos de
su paisaje y reproduciendo pormenores de sus costumbres.
Acompañó a Roberts en su primera
excursión española Jenaro Pérez Villaamil (1807 -1854), nacido en Ferrol, autor
refinado de vistas de paisajes e interiores de monumentos arqueológicos, y que
en 1842-1844 viajó, a su vez, por Francia, Bélgica y Holanda. Valeriano Domínguez Bécquer (1834-1870), hermano del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, merece
aquí también mención por sus evocaciones aldeanas, que son estudios minuciosamente
realizados (con un modo de ver romántico) de ambientes campesinos españoles.
Izquierda: Retrato de dama de Francesco Hayez. En los países mediterráneos, el romanticismo encontró su expresión, sobre todo, en el retrato y en las escenas "costumbristas". Derecha: La señora de Vargas Machuca de Vicente López (Museo Romántico, Madrid). Especializado en el retrato de soberanos, aristócratas y militares, López se caracterizó por la minuciosidad obsesiva en los detalles.
Poco manifiesto es el carácter
romántico de los retratos del murciano Rafael Tejeo (1798-1856). En cambio,
plenamente lo exhiben, con sensual ternura, y como románticos merecen
valorarse, los de Federico de Madrazo, hijo de José de Madrazo, que había sido
uno de los paladines de la pintura clásica, así como romántica es también,
partiendo de aspectos de Delacroix, la pintura de Carlos Luis de Ribera
(1815-1891), hijo de otro pintor clasicista. Finalmente, hay que clasificar
dentro de la sensibilidad del Romanticismo al sevillano Antonio María Esquivel
(1806-1857) y a Joaquín Espalter (1809-1880), nacido en Sitges y que pintó
sobre todo en Madrid, después de formarse en el extranjero. Mucho mayor es la
importancia, como pintores de retratos y de escenas de costumbres, del
madrileño Leonardo Alenza (1807 -1845) y de Eugenio Lucas Pradilla (1824-1870), nacido en
Alcalá de Henares. Ambos son también, con el gaditano Francisco Lameyer
(1825-1877), los más destacados goyistas del siglo XIX, y en el segundo
-artista de gran talento y rica y personal policromía- esta afición a Goya,
como la que sintió también por Velázquez,
se tradujo en ciertos casos en una identificación tan perfecta, que bordea el
plagio de intención dudosa, porque Lucas trabajó (según parece) para un hábil
anticuario de Biarritz. Eugenio Lucas expuso en París, en 1854, y al parecer
influyó en el viaje que Manet
realizó después a España.
Izquierda: Retrato de niña de Antonio María Esquivel (Museo de Bellas Artes, Sevilla). Derecha: La condesa de Vilches de Federico de Madrazo (Museo del Prado, Madrid). Retrato en el que Madrazo expresa toda la belleza, gracia y distinción de la aristocracia madrileña con que el autor se complacía en oponerse al mundo de gitanos, tratantes, capeas y coros de mendigos, cuya autenticidad tan bien expresaron otros románticos españoles.
La Escuela de Bellas Artes de
Barcelona empieza, durante esta época, a producir pintores que serán la base de
la escuela pictórica catalana posterior. Destacan ya entonces en ella, además
de José Arrau y Barba (1802-1872), que anduvo largamente por Italia, dos
nombres que merecen destacarse por su aportación romántica.
Uno es Claudio Lorenzale
(1815-1889), buen retratista y que en su juventud estuvo (como se ha dicho ya)
en contacto con los Nazarenos en Roma, después de ser discípulo, en su ciudad
natal, del retratista al pastel Pelegrín Clavé (1811-1880), también barcelonés
y que había aprendido aquella técnica del alicantino Vicente Rodés, profesor en
la Escuela de Barcelona. El otro, Luis Rigalt (1818-1894), fue un paisajista
delicado y de fina sensibilidad. Fue el maestro que tuvo Ramón Martí Alsina,
pintor a su vez de gran personalidad, pero cuyo temperamento se aproximó, más
que al romanticismo, al naturalismo de Courbet.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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