Más difícil es el intento de
hacer un resumen de la evolución que siguió la pintura a partir del reinado de
Luis XIII, porque, tras un prolongado período de marasmo, este arte recoge
entonces, en su resurgir, aspectos que difícilmente hubieran encontrado acogida
en la escultura de la época, dada la obediente sumisión en que ésta se hallaba
a las directrices de arte pomposamente encomiástico emanadas de la Academia,
por iniciativa real.
Un sector de la pintura francesa
del siglo XVII se mantuvo, en efecto, completamente ajeno a aquellas consignas
unificadoras, en un ambiente de gozosa libertad artística. Ahora, esto aparece
con toda evidencia. Así como en el arte del grabado Abraham Bosse había podido
evocar libremente los momentos de la vida ordinaria de los burgueses
parisienses del reinado de Luis XIII, una parte (quizá la de más auténtica
valía) de la creación pictórica prefería los asuntos de la intimidad familiar
ciudadana o campesina.
Pero otros temas ofrecen a esa
pintura, franca y austera, el fervor religioso que entonces en Francia
apasiona, y ello se comprueba no sólo en los artistas que pintan en París
(muchos de los cuales se verán obligados a ingresar en la Academia), sino
también en los que residen en" provincias". Tal es el caso de Nicolas Tournier, que empleando en forma muy sobria el claroscuro caravaggesco,
supo dar de la escena sacra del Descendimiento
de la Cruz una versión tan emotiva y profundamente humana como la de su
lienzo que se conserva en el Museo de Toulouse.
Así pues, la pintura francesa del
Grand Siècle pasa por un primer
período de vacilación, entre el barroquismo y las tendencias"
clásicas" derivadas del espíritu antibarroco. Esta primera etapa está
representada, sobre todo, por Georgesde La Tour; los primeros pintores de bodegones; Jacques Callot; los
hermanos Le Nain y Simon Vouet. Los grandes pintores del clasicismo francés del
siglo XVII -Poussin,
Claudio
Lorena y Philippe de Champaigne- que se estudiarán a continuación, son un
poco más jóvenes que los artistas del primer grupo. Finalmente, también se
dedicará atención a los representantes del academicismo francés de la época de
Luis XIV: Le
Brun, Mignard, Rigaud, todos ellos una o dos generaciones más jóvenes que
los pintores antes citados.
Georges de La Tour (1593-1652)
fue un artista estimado en su época, aunque luego cayó en olvido hasta que
fue" redescubierto" en pleno siglo XX. La Tour emplea con frecuencia
la luz artificial de un candil o de una vela para iluminar sus escenas en las
que parece querer decir: la gente más humilde y en lugares y horas oscuras
viene a revelarnos la verdad y la belleza absolutas. Sus San José Carpintero y Magdalena
penitente (ambos en el Louvre), como sus Recién nacido (Museo de Rennes) y La madre, el hijo y la abuela (Museo de Dijon) presentan unos
personajes impregnados de un admirable sentido religioso, sumergidos en una
noche quebrada por una luz fuerte que reduce todos los matices al rojo y el
blanco.
Otras veces juega con el gris y
el morado, cuando representa escenas diurnas. Sin ser discípulo directo de Caravaggio -cuya biografía aventurera y fantástica es todo lo contrario de la vida
acomodada y burguesa de La Tour-, el lorenés se aprovechó de su descubrimiento
fundamental: el de que la luz crea la forma de los cuerpos dándoles masa y
color. Georges de La Tour es, sin duda, uno de los mayores artistas de su
siglo. Una tensión espiritual análoga, y la misma influencia de Caravaggio, se
percibe en los primeros pintores franceses de bodegones, como Baugin, del cual
el Louvre posee un fantástico Bodegón con
tablero de ajedrez. Su rigurosa simplicidad se opone al estilo fastuoso de
los bodegones que pintaron más adelante los artistas de Luis XIV.
Bodegón con tablero de ajedrez de Lubin Baugin (Musée du Louvre, París) También llamado Los cinco sentidos, por los cinco objetos que los simbolizan. Sólo se conocen una veintena de obras de este autor, y ésta es sin duda la más famosa. En un claroscuro típico del siglo XVII, la luz selecciona los objetos desde el clavel al instrumento de música, desde el pan al tablero de ajedrez. La poética elegancia, la discreción y la claridad compositiva sitúan a esta obra entre los mejores bodegones franceses del siglo XVII.
Jacques Callot (1592-1635) es
otro lorenés, contemporáneo de La Tour. Su impresionante serie de aguafuertes
titulada Las miserias de la guerra
(1633) prefigura la amargura macabra de Goya
en "Los desastres".
Los hermanos Le Nain -Antoine,
Louis y Mathieu- nacieron en el norte de Francia, en Laon, casi en la frontera
de Flandes. Trasladados a París, nunca perdieron contacto con su país natal,
que les proporcionó sus temas rurales y realistas. Este estilo y esta temática,
que no tenían precedentes en Francia pero sí en Holanda, se prolongarán más
adelante con Chardin en el siglo XVIII y Millet
en el XIX.
El mejor artista de los tres
hermanos es Louis le Nain (1593-1648), al que se deben tres emocionantes
cuadros del Louvre: Los dramáticos La
comida de los campesinos y Familia de
campesinos, y el lírico paisaje titulado La carreta. Louis le Nain cultivó
también los temas religiosos (Los
peregrinos de Emaús) e incluso mitológicos (Baco y Ariadna). Pero probablemente nadie lo recordaría como un
artista extraordinario si no fuese por sus pobres campesinos, que aceptan sin
protestar su triste condición.
La comida de los campesinos de Louis le Nain (Musée du Louvre, París). La paleta de tonos fríos da a esta composición de corte clásico una gravedad trascendente. Los personajes, pobremente vestidos, comparten una comida frugal con el decoro del que asiste a una importante ceremonia. La serenidad y claridad de la pintura de Le Nain justifican sobradamente que se haya dicho que este pintor introdujo en la escena de género el sentido de la dignidad humana de las gentes sencillas.
Simon Vouet (1590-1649) se
instaló en París en 1627 y montó un taller con gran número de ayudantes para
atender a sus abundantes encargos: decoraciones para Richelieu en el Palais Cardinal, para el canciller
Séguier en su Hôtel de París, para
Ana de Austria en Fontainebleau, etc. La mayoría de sus frescos han
desaparecido, pero quedan abundantes cuadros al óleo para darnos una impresión
de su estilo: Vouet seleccionó de Caravaggio y del arte académico romano, sobre
todo de los Carracci, aquellos elementos que más podían agradar a la corte
francesa que entonces estaba orientando el desarrollo artístico hacia un arte "clásico".
Este clasicismo llegó a su cumbre
con Nicolas Poussin (1594-1665), casado en Roma con una joven de posición, lo
que le permitió vivir con desahogo. Lo que influyó de un modo decisivo en él
fue la revelación del paisaje romano del Lacio: aquella campiña verde con
rebaños, sembrada de ruinas clásicas, cerrada por las altas cumbres de los
Apeninos y de los montes Albanos en primer término. Poussin no se movió de Roma
en cuarenta años, excepto para una corta estancia en París. Sus éxitos y la
reputación que alcanzó en Roma llegaron a oídos del rey Luis XIII y de
Richelieu, quienes trataron de atraerlo, hasta que consiguieron retenerle en
París, con el cargo de pintor real, durante dos años.
La carreta de Louis le Nain (Musée du Louvre, París). El autor de esta obra fue el introductor en Francia de los temas campesinos. Se conservan sólo unas quince pinturas de los tres hermanos Le Nain, de quienes Louis es ciertamente el más interesante. En su obra no ridiculiza ni satiriza la vida campesina, como hacían algunos contemporáneos suyos, sino que le infunde el contenido de la dignidad. Pintor de Luis XIII, se distinguió por la exaltación del sentimiento sencillo, traducido en un color sobrio y poético, en unas escenas bucólicas de helado estatismo.
Finalmente, Poussin, que había
dejado a su familia en Roma, escapó a ella un buen día antes de que llegara el
invierno de 1642, para no abandonar ya más la Ciudad Eterna. Siempre se le ha
considerado, sin embargo, como un gran maestro francés, y antes de que Colbert
creara la Academia Francesa en Roma, él, como agente casi oficial de la Corona,
recibía y dirigía a los pintores franceses pensionados que llegaban allí para
copiar cuadros famosos. Los pintores modernos franceses han experimentado aún,
en la Villa Médicis, su influjo.
Poussin ama a la materia y la
desea ennoblecer (y en el fondo eso mismo había hecho el Tiziano).
Por eso diríase que lava y pule las rocas, que peina los árboles y repule los
cielos. Sus temas, generalmente mitológicos, son tizianescos también, y en
algunos, como en Los pastores de la
Arcadia, apunta ya aquella vaga nota melancólica. Pero la evolución de su
obra no sigue una dirección única, tan pronto se observan en ella tendencias a
frías composiciones abstractas, producto de su espíritu analítico (así La caza de Meleagro, en el Prado), como
su sensualidad tiende a un tono más realista (como en el Triunfo de Flora, del Louvre, o en los diversos cuadros que pintó
con el tema Bacanal).
La caza de Meleagro de Nicolas Poussin (Museo del Prado, Madrid). Composición que denota la fidelidad del pintor al gusto clásico: los caballos parecen inspirados en un friso del Partenón, lo cual situaría su obra un siglo antes sobre la de Cánova o Thorvvaldsen. La escena representa la partida de los héroes a la caza del jabalí, tal como la describe la Metamorfosis de Ovidio.
La grandeza de Poussin ha sido
deformada por el academicismo, y quizá sólo empezó a ser profundamente
comprendida a partir de la tan repetida frase de Cézanne: "Il faut refaire
Poussin sur nature".
Contemporáneo de Poussin en Roma
fue otro artista francés, natural de Lorena, Claude Gellée, o Claude Lorrain
(1600-1682), conocido en España como Claudia Lorena. Él fue quien orientó la
pintura francesa del siglo XVII hacia el paisaje de los holandeses. Claude
solía decir que vendía sus paisajes, y regalaba los personajes que en ellos
aparecían. En sus cuadros -a veces un poco escenográficos- las figuras son
minúsculas; lo predominante es el panorama, un panorama idealizado, pero que
interesa y llega a producir emoción, con sus juegos de luz y sus profundas
perspectivas. Las marinas de Claudia Lorena, con efectos de luz al atardecer,
se difundieron con extraordinario éxito por toda Europa. Generalmente son
puertos con edificios monumentales de donde provienen los personajes que van a
embarcar en naves prontas a tomar la vela.
Luis XIII de Simon Vouet (Musée du Louvre, París). En este retrato, el orgulloso monarca aparece entre Francia y Navarra, representadas por Vouet como figuras femeninas.
Desembarco de Cleopatra en Tarso de Claude Gellée, más conocido como Claudio Lorena (Musée du Louvre, París). El autor, con estos paisajes con ruinas arquitectónicas, inaugura un gusto que había de perdurar durante todo el siglo XVIII. El pretexto clásico de este famoso desembarco se convierte en un momento atmosférico totalmente dinámico. No interesan los detalles de primer plano ni los horizontes lejanos, sino captar un instante huidizo como un presagio de que todo va a cambiar.
Philippe de Champaigne
(1602-1674) nació en Bruselas, y cuando aún no tenía veinte años se unió a un
grupo de flamencos que iban a París, contratados por María de Médicis, para
pintar el palacio del Luxemburgo. En París su talento fue pronto reconocido al
ser nombrado pintor de la reina en 1628, y después -sucesivamente- de Luis
XIII, del cardenal Richelieu, de Ana de Austria y hasta de Luis XIV. Es
natural, pues, que fuese solicitado para decorar lugares importantes, como las
iglesias de Saint-Gervais, Saint-Sévérin, Saint-Germain-l' Auxerrois, etc. Todo
ello, a excepción de la cúpula de la Sorbona, ha desaparecido desgraciadamente,
pero se conservan todavía algunos de sus retratos, entre los que destaca el del
Cardenal Richelieu, en el Musée du
Louvre. En él aparece el cardenal, con una inteligencia que en los ojos se
revela finísima y cortante como el filo de un cuchillo.
La fama de la Academia boloñesa y
de la de San Lucas en Roma fueron causa de la creación, en París, de la Académie de Peinture et de Sculpture, en
el año 1648. Se debió a la voluntad, por parte de los artistas, de liberarse
del férreo régimen gremial, basado en el aprendizaje y en la presentación de un
chef d'oeuvre, cuya aprobación antes
daba la plena facultad para ejercer el oficio artístico. Excepto Vouet, puede
decirse que todos los pintores de renombre que había en París fueron miembros de
la institución, cuya escuela dirigió el joven pintor Charles le Brun. El poder
efectivo del organismo se inició cuando, habiendo pasado Colbert a
superintendente des Batiments, en
enero de 1664, decidió proteger oficialmente la Academia y decretó que" el
Rey había resuelto servirse, en adelante, de su Academia para la decoración de
las residencias reales".
⇨ Retrato del Cardenal Richelieu de Philippe de Champaigne (Musée du Louvre, París). El pintor demostró en este comprometido retrato por la importancia del personaje, una aguda penetración psicológica al plasmar la inteligencia fría del cardenal a la vez que le dotaba de un aire de dignidad.
Con ello, el organismo recibió nuevos estatutos, y desde entonces datan, en Francia, los famosos Prix de Rome, que discierne un jurado. Le Brun pasó a dirigir la Academia, aunque ya había dirigido, bajo Fouquet, un taller de fabricación de tapices, fundado por aquel personaje en Maincy.
Con ello, el organismo recibió nuevos estatutos, y desde entonces datan, en Francia, los famosos Prix de Rome, que discierne un jurado. Le Brun pasó a dirigir la Academia, aunque ya había dirigido, bajo Fouquet, un taller de fabricación de tapices, fundado por aquel personaje en Maincy.
Al caer Fouquet en desgracia por
sus abusos en los manejos de los fondos del Estado, Luis XIV se hizo cargo de
aquella fábrica de tapices, y la instaló en la antigua tintorería de los
hermanos Gobelin, en París.
Así nació la mundialmente famosa
fábrica de tapices de "los Gobelinos", que tanto lustre dio a la casa
real de Francia, y a su primer director Le Brun En el antiguo taller creado por
Fouquet se fabricaban también muebles; de esta actividad asumió la protección
el ministro Colbert, quien en 1667 instaló en el Louvre la Manufacture Royale des Meubles de la Couronne, donde André-Charles
Boulle creó un nuevo estilo de decoración metálica del mueble que alcanzaría
gran prestigio. El estilo ornamental de la corte tuvo su director e inspirador
en el gran ornamentista Jean Bérain, y esto permite comprender de qué manera se
había formado toda la maquinaria oficial del arte bajo el mandato del Rey Sol.
A estos talleres se sumaron la fábrica de tapices de Beauvais, y la de
alfombras de la Savonnerie, fundada por Luis XIII y que entonces se restauró.
⇨ El canciller Séguier de Charles le Brun (Musée du Louvre, París). Esta obra refleja el gusto de la época por la equilibrada composición y el clasicismo. Le Brun fue uno de los doce fundadores de la Academia y ha pasado a la historia como excelente organizador artístico de la corte. Se ha dicho que sin él el estilo Luis XIV carecería de su imponente unidad. El canciller Séguier fue su protector, y gracias a él Le Brun pudo cumplir su deseo de estudiar en Roma, donde se benefició de los consejos de Poussin.
Charles le Brun (1619-1690) es muy conocido por sus composiciones decorativas, vistosamente retóricas, con las que llenóVersalles, el castillo de Vaux-leVicomte y el Hotel Lamben, en París, pero su verdadera personalidad se revela en ciertos retratos, como él famoso cortejo de El canciller Séguier, y sobre todo en los bocetos preparatorios de sus obras.
Charles le Brun (1619-1690) es muy conocido por sus composiciones decorativas, vistosamente retóricas, con las que llenóVersalles, el castillo de Vaux-leVicomte y el Hotel Lamben, en París, pero su verdadera personalidad se revela en ciertos retratos, como él famoso cortejo de El canciller Séguier, y sobre todo en los bocetos preparatorios de sus obras.
Al retirarse Colbert del
ministerio, Le Brun fue sucedido en la dirección de la Academia, también, como
primer pintor del rey por Pierre Mignard (16121695), retratista de talento,
aunque adoptó un estilo dulzón y halagador. Se ejercitó en retratar hermosas coquetas:
María Mancini, Madame de Grignan, la
Montespan, la Duquesa de Portsmouth,
querida de Carlos II de Inglaterra. Salvo Madame
de Maintenon (la futura esposa morganática de Luis XIV), todas esas
beldades parecen iguales, mostrando amablemente uno de sus pechos.
Hyacinthe Rigaud (1659-1743)
nació en Perpiñán, cuando la comarca catalana del Rosellón acababa de ser
cedida por España a Francia en el Tratado de los Pirineos. Su nombre real era
Jacint Rigau i Ros, y llegaría a triunfar en la capital y a convertirse en el
pintor oficial de la corte de Luis XIV. Ingresó en la Academia y cultivó la
antigua tradición del retrato solemne. Así, en los retratos de Rigaud, el rey o
los grandes personajes aparecen envueltos en los magníficos drapeados de sus
mantos, tocados con sus enormes pelucas y con rostros llenos de pomposa
vanagloria.
Son lienzos magníficos, como lo
fueran los pintados por Nicolas Largilliere (1656-1746), director de la
Academia durante los últimos años del Rey Sol. Denotan el mismo estilo y
muestran la misma suave y matizada policromía, pero ¡cuán distintos son todos
estos retratos, incluso el del mismo Luis XN, por Rigaud, del bellísimo de
Richelieu revestido de sus ropas cardenalicias que, en su juventud, había
pintado Philippe de Champaigne!
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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