Navarrete, Juan Fernández de (Logroño, h. 1526 - Toledo, 28 de marzo de 1579) Pintor español del Renacimiento. Aclamado por Gaspar Gutiérrez de los Ríos en su Noticia general para la estimación de las artes (1600) como «nuestro Apeles Español, excelentissimo sobre quantos pintores ha avido» y posteriormente por Antonio Ponz (1724) como el «Tiziano español», Navarrete fue el pintor español más importante que trabajó al servicio de Felipe II en la decoración de El Escorial, nombrándole pintor del rey en 1568.
La fama de Navarrete el Mudo continuó a lo largo de los siglos, como lo prueba el reconocimiento tan elogioso que le otorga la historiografía artística (Fray José de Sigüenza, Gutiérrez de los Ríos, Francisco Pacheco, Lope de Vega, Ponz, Carl Justi...), así como el hecho de que José Bonaparte, en el proceso de creación del denominado «Museo Josefino» (1809), incluyese a Navarrete entre los grandes pintores españoles, junto a Murillo o Velázquez. Su estilo, deudor de la escuela veneciana, se refleja en varias de sus obras más importantes.
Biografía
Juan Fernández de Navarrete nació en Logroño en 1538. A los tres años, se quedó sordo a causa de una infección, siendo incapaz de hablar, solo comunicándose mediante señas.
Destacó por su labor al servicio de Felipe II, que le encargó varias series de lienzos para decorar los muros de la Basílica de San Lorenzo de El Escorial, que estaba construyéndose desde 1563.
Su temprana muerte impidió que se ocupara de la serie completa de cuadros que iban a formar parte del retablo del altar mayor, aunque quedó una magnífica serie de apóstoles en los que muestra la dignidad de su dibujo, lo rotundo de las figuras y una temprana asimilación para España tanto de la escuela romanista de pintura como de la pincelada suelta y el color de Tiziano y los venecianos.
Fue llamado por sus contemporáneos «el Apeles español». Su maestría sorprende más si tenemos en cuenta que es uno de los primeros sordos que en el siglo XVI consiguió adquirir una cultura general importante, base necesaria para un oficial dedicado a la pintura en la época. Su obra es reducida.
Se dio a conocer en 1567 como excelente pintor ante el rey Felipe II con un Bautismo de Cristo (Museo del Prado), influido por Miguel Ángel y la pintura del Cinquecento romano. Su obra más conocida, y considerada como culminante en su trayectoria, es el Martirio de Santiago (El Escorial), de 1571, donde adopta ya los modos de la Escuela veneciana.
En su tiempo fue reconocido por la piedad y devoción a que movían los gestos de sus figuras, en perfecta armonía con las intenciones postridentinas de la Monarquía Hispánica filipina.
Su obra influyó decisivamente en Francisco Ribalta, que copió varios modelos de Navarrete el Mudo; y, por tanto, supuso un punto de partida fundamental en el desarrollo de la escuela española de pintura del Barroco.
El pintor riojano tuvo una enfermedad que le dejó sordo a los tres años, lo que le acarreó la incapacidad para aprender el lenguaje oral. Sin embargo, consta que aprendió a expresarse por lengua de signos y sabía leer y escribir, además de haber adquirido una amplia cultura, necesaria para su oficio. Fue educado en el monasterio jerónimo de La Estrella, en San Asensio (La Rioja) por fray Vicente de Santo Domingo empleando probablemente una incipiente lengua de signos que desde la Edad Media se empleaba en las comunidades monásticas obligadas al voto de silencio. No hay que olvidar que, en tiempo de Navarrete, un benedictino, Pedro Ponce de León, había desarrollado el primer código lingüístico de signos.
Durante toda su vida tuvo que sobreponerse a su minusvalía y a una naturaleza particularmente enfermiza. Los datos sobre su vida y obra se deben fundamentalmente a fray José de Sigüenza quien, en su Historia de la Orden de San Jerónimo, relata con detalle los avatares de la construcción de El Escorial, entre los que se incluyen las labores de Navarrete. Este notifica que recorrió toda Italia estudiando su arte en Roma, Venecia, Milán y Nápoles, y afirma que trabajó en el taller de Tiziano, ya que la huella de este autor se aprecia claramente en sus trabajos, aunque su aprendizaje directo con el italiano parece actualmente descartado. Pellegrino Tibaldi afirma haberle conocido en Roma en la década de 1550, lo que vendría a corroborar la información del padre José de Sigüenza de su estancia en Italia.
En 1565 su preceptor, fray Vicente de Santo Domingo y el vicario del Monasterio de la Estrella fray Juan de Badarán se encuentran en El Escorial, a quienes, seguramente, acompañaba Fernández de Navarrete. Pronto Felipe II le encargó la restauración del Descendimiento de Rogier van der Weyden y recortar el Noli me tangere de Tiziano Vecellio (ambos, en el Museo del Prado), entre otros encargos similares. La adecuada resolución de estas tareas y la presentación de un original, el Bautismo de Cristo, en 1567, le valió el 6 de marzo de 1568 ser nombrado pintor del rey, cuya confianza logró ganarse frente a otros contemporáneos suyos, como Alonso Sánchez Coello, Luis de Morales o El Greco. Seguidamente Navarrete un encargo monumental: realizar treinta y dos pinturas de santos para las capillas laterales de la basílica de El Escorial. Sin embargo, pintó muy esporádicamente, a causa de los contratiempos impuestos por la delicada salud del pintor, aquejado de grandes dolores estomacales y necesitado de largos periodos de recuperación; a fines de 1568 se retira para reponerse al Monasterio de la Estrella.
Vuelto a la Corte, pintó un San Jerónimo que hace gala de un violento contraste entre luces y sombras. El martirio de Santiago (1571) es su obra más conocida y la más veneciana, y fue la que inspiró el realismo de Francisco Ribalta. Desde Madrid, donde residía, continuaba satisfaciendo las demandas del rey para El Escorial. En 1576 entregó Abraham y los tres ángeles, considerada por el padre José de Sigüenza su mejor obra, pero no tuvo tiempo de concluir el encargo real y sólo le entregó ocho cuadros, ya que falleció el 28 de marzo de 1579 en Toledo. Lope de Vega le compuso este epitafio:
No quiso el cielo que hablase, / porque con mi entendimiento / diese mayor sentimiento / a las cosas que pintase. / Y tanta vida les di / con el pincel singular / que como no pude hablar / hice que hablasen por mí
Obra
Con Navarrete entró en la Corte la Escuela veneciana y pronto sus obras colgaban de las paredes del Alcázar de Madrid junto a las de Jacopo Robusti "el Tintoretto" y Lorenzo Lotto.
Se suele relacionar a Navarrete el Mudo con el Manierismo a causa de su erudito, experto y ecléctico estilo. Su obra evoluciona hacia un mayor dramatismo y empleo del claroscuro; es el primer pintor castellano que abandona las formas acabadas en busca de soluciones pictóricas basadas en la aplicación de la pincelada suelta, el predominio del color sobre el dibujo y el uso dramático de la luz. No acepta totalmente el deslumbrante colorido veneciano y, adaptándose a la sobriedad del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, adopta para este tipo de encargos un cromatismo de tierras y ocres.
Sus últimas obras reducen la paleta cromática a tierras pardas y negros. Se caracterizan por un uso expresivo de la luz focalizada. Así sucede en El entierro de San Lorenzo, donde aparece el mártir sumido en las tinieblas de una noche cerrada. A su izquierda un muchacho, tomado de El Soplón de El Greco, sopla un tizón para encender el cabo de una vela. Cristo apareciéndose a su madre, otro de sus cuadros finales, muestra un Cristo resucitado con el cuerpo iluminado en una composición dinámica. En la línea del último Tiziano y prefigurando el tenebrismo, sus años finales demuestran que Navarrete estaba en la culminación de su arte cuando le llegó una muerte prematura.
Fuente: https://es.wikipedia.org
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