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Artistas de la A a la Z

El academicismo de Ingres

El rival de Gros fue Ingres, también discípulo de David. Nacido en Montauban en 1780, se dice que, habiendo visto en Toulouse unas copias de Rafael, sintió desde aquel momento decidida vocación por la pintura; la "religión de Rafael" debía inspirar toda su vida. Por lo demás, la historia de su carrera es poco más o menos la misma de los artistas franceses de su tiempo: primer viaje a París, ingreso en el taller de David y Premio de Roma, sólo que en el año de 1801 el Gobierno no tenía dinero para enviar sus pensionnaires a Italia.

Hasta 1806 no pudo disfrutar de su beca. En Roma -donde prolongó su estancia durante veinte años- pintó sus cuadros más famosos, dentro del más puro estilo académico, y sus dibujos de trazos finos realizados entonces son excelentes. El dibujo, según él, constituye el fundamento de la pintura. "Un buen dibujante siempre podrá encontrar el color que corresponda al carácter de la obra." Para la pintura suya más famosa, La Fuente, dícese que empleó más de cuarenta años, retocándola siempre.

Napoleón visita a los apestados de Jaffa, de Antonie-Jean Gros (Musée du Louvre, París). En 1804, Gros representó un episodio real acontecido cinco años antes. Durante su campaña en Egipto, y con una intención claramente propagandística, Napoleón visitó una colonia de enfermos que habían recurrido al canibalismo y la coprofagia para poder sobrevivir. Impregnado de un aura divina, la figura de Napoleón en el centro del cuadro, de donde emana la mayor luminosidad, el pintor evidencia su repulsa por el trato casi secular y endiosado del emperador, a imagen de lo que el pueblo ve en él, justo en el momento en que, aparentemente ungido por un poder curativo, pretende aliviar a un apestado tocando uno de sus bubones, mientras un oficial detrás de él se tapa con un pañuelo ante el mal olor que desprende la herida. Con este gesto, Gros manifiesta la contradicción entre el idealismo con el que se refleja al emperador y la grotesca realidad. 

Apoteosis de Homero, de Jean Auguste Dominique lngres (Musée du Louvre, París). Siguiendo el gusto neoclásico por reverenciar el mundo griego antiguo, lngres coloca a Homero en el centro del cuadro en el momento en que recibe homenaje de los artistas de Grecia, Roma y la época moderna, en una composición triangular muy armónica formada por tres manchas de color blanca, roja y verde y flanqueada por otras dos opuestas, de rojo y verde. Pintado en 1827, reúne al menos 45 personajes alrededor del poeta heleno, encabezados por una Victoria alada que le corona y con dos alegorías de la !líada y la Odisea sentadas a sus pies. Entre los figurantes destacan también los retratos idealizados de Apeles, Fidias, Rafael y Miguel Ángel, reivindicando las raíces clásicas del autor, así como también los de Poussin y Moliere, que miran al espectador para introducirle en la escena. Se dice que para el templo y el friso que lo decora precisó de un arqueólogo para afianzar la precisión del dibujo tras más de trescientas probaturas en papel. 


A su actitud académica -en absoluta oposición a la de Delacroix- debió Ingres todos los juicios adversos que desde el arte pictórico del Romanticismo se han emitido contra él. Pero es un caso el suyo que reclama revisión. Si proclamó que "el secreto de la belleza reside en la verdad", no por ello merece ser considerado, en lo mejor suyo (que no son únicamente los retratos), como un pintor verista. Sus obras maestras no son desde luego los encargos que realizó sobre temas grandilocuentes, como su amanerada Apoteosis de Homero (en el Louvre), ni el falso exotismo de sus Odaliscas, que es en verdad demasiado convencional. Pero su rafaelismo -que ya se inicia en su autorretrato juvenil del Museo Condé, de Chantilly (1804)- no es justo considerarlo como una simple supeditación a Rafael. Lo que sí intuyó Ingres en los retratos de Rafael fue una lección por él sabiamente empleada: que la línea no traduce la realidad, sino la impresión que ha de recibir quien contempla la obra. Para David contó mucho la anatomía; para Ingres lo único que interesa es el efecto visible. Ambos artistas representan, así, dos puntos de vista distintos, en los logros de toda la fase final del neoclasicismo pictórico.

Baño turco, de Jean Auguste Dominique lngres (Musée du Louvre, París). Pintado en 1862, rotas ya las cadenas de la reacción neoclásica, lngres se especializó en el dibujo del desnudo femenino, repetido en esta obra maestra hasta veinticuatro veces en diferentes posturas. Inspirándose en los sensuales relatos de Lady Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, después de acudir a varios baños públicos, lngres fue recopilando en diversos cuadernos más de doscientas descripciones de mujeres entregadas al placer ocioso de cuidar sus cuerpos. La composición circular del marco muestra una visión casi clandestina, como si el autor hubiera estado espiando por un agujero en la pared. Algunas de las modelos son musas ya conocidas en otras obras de lngres, como la Odalisca con Esclava, la Mujer Dormida, la Fornarina de Rafael y tres o cuatro bañistas de otros cuadros del propio autor.

La emperatriz Josefina, de Pierre Paul Prud'hon (Musée du Louvre, París). Inscrito ya en el pictoricismo de gusto romántico, este óleo de 1805 es uno de los innumerables retratos que la emperatriz le encargó a su pintor favorito. Tras formarse en la Academia de Dijon, marchó muy joven a tierras italianas, donde trabó amistad con Antonio Canova. Instalado definitivamente en París en 1787, se dedicó exclusivamente al retrato y a la pintura alegórica, rasgo que se destaca sobremanera en esta escena idealizada y sensual, pero de una frialdad extrema. La suavidad cromática, la elegancia y el encanto se anticipan al drástico cambio que sufriría su obra tras el suicidio de su amante, cuya trágica muerte le sumió en una profunda depresión que expresaba duramente en cuadros cuya temática se centraba en la justicia y la divina venganza.


Un último artista coetáneo de David fue Prud'hon. Nacido en Cluny en 1758, pasó también a París y de allí a Roma después de ganar el Prix. En lugar de interesarse tanto por Rafael como Ingres, Prud'hon se entusiasmó por Leonardo y, sobre todo, por el Correggio. Sus asuntos no son tan históricos ni académicos como los de David y sus discípulos, pero no puede llamársele pintor moderno ni romántico, aunque demostró ya sensibilidad romántica en su retrato de la emperatriz Josefina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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