Hasta Wllliam Hogarth (1697 -1764) no hallamos a un gran artista
auténticamente inglés que marque una impronta característica en la pintura de
aquella nación.
En efecto, Hogarth, con su estilo
franco y su visión realista, se desligó por completo de la tradición hasta
entonces dominante en el retrato, y abrió, además, nuevas posibilidades a la
pintura de género sobre sus asuntos satírico-morales, basados en la anécdota, y
que antes de él no existía, por lo menos en una forma artística de alta
calidad.
Matrimonio a la moda IV de William Hogarth (National Gallery, Londres). Cuadro que forma parte de una serie de seis, que el artista realizó con la intención de hacer una crítica mordaz a la burguesía y sus matrimonios de conveniencia. Llamado El tocador, la escena muestra a la condesa acompañada por varios visitantes y también aparece un escudo nobiliario contrastando con un chupete. La serie tuvo una gran difusión a través de unos grabados.
Hogarth era hijo de un impresor,
y puede decirse que su formación no tuvo carácter académico; fue más bien un
autodidacto. Se trata, pues, de un pintor de genio que basó su arte
principalmente en la observación de los seres y en su modo de comportarse. Y
por esto resulta tan vital.
Fue un temperamento combativo y
desbordante. Sus primeras obras datan de alrededor de 1730, y poco posteriores
son sus series tituladas The Harlot's
Progress o ("Carrera de una prostituta", 1732), The Rake's Progress ("Carrera de un
Perdido", 1735), que establecen su punto de vista respecto al papel
moralizador que, en su sentir, quedaba reservado a la pintura.
A aquellas dos series añadió más
tarde, en 1745, otra, la titulada Matrimonio
a la moda, crítica acerca de las costumbres de despilfarro que se habían
difundido en los jóvenes matrimonios de la clase pudiente.
Tales obras constituían, según expresión de su autor, una "comedia pintada", algo de significación muy distinta a la de las intencionadas y crudísimas escenas caricaturescas que dibujaron después Thomas Rowlandson (1756-1827) y otros autores. El sentido moral rehúye, en todas esas producciones pictóricas de Hogarth, la envoltura de una expresión que no sea meramente aleccionadora. Sus cuadros presentan al espectador escenas reales, evocadas con tal vigor, que su efecto es inmediato, según era el propósito del autor. En cierto modo, la pintura de Hogarth es comparable al estilo directo de la prosa satírica de Sterne.
Además de tales lienzos, ejecutó
Hogarth importantes retratos y estudios. Su obra más emotiva y vibrante
pertenece a esta clase y tiene todo el frescor de un afortunado esbozo. Se
trata de la Vendedora de camarones
(Galería Nacional, Londres).
Vendedora de camarones de William Hogarth (National Gallery, Londres). La magia de sus pinceladas podía retratar tanto a los nobles y burgueses adinerados como a una sencilla joven de pueblo como ésta. La franqueza de su sonrisa es lo que el pintor ha sabido reflejar.
Hogarth, con su energía un poco
brutal, dio, pues, el ímpetu decisivo a la nueva escuela inglesa del siglo
XVIII. Era un hombre batallador que arremetió en sus escritos contra "las
pinturas negras, oscuras", contra los "Cristos muertos, Sagradas
Familias, Vírgenes y otras desgracias que los anticuarios nos prodigan, a
nosotros, los pobres ingleses, apoyándose en los grandes nombres de los
maestros italianos".
Porque Hogarth, que -según él
mismo declaró- no quiso ser un "fabricante de retratos", sino un
pintor de ellos y de otras cosas, dejó escrito un agudo Análisis de la Belleza; mas fue en sus lienzos de técnica fogosa, y
en sus grabados, donde revela su verdadera actitud. Era un observador
penetrante; su ya citada vendedora callejera entreabre los labios para lanzar
el grito de shrimps (camarones), que
es una palabra inglesa que suena musicalmente.
Lord George Graham en su camarote de William Hogarth (Museo Marítimo, Londres). Fue el pintor que logró subvertir el arte inglés oficial, derivado de Van Dyck. Sus colores frescos y sus pinceladas amplias y fluidas explican prácticamente estas ideas que él mismo escribió: "En vez de cargarme la memoria con reglas anticuadas y de cansarme los ojos copiando cuadros secos y deteriorados, siempre me ha parecido que copiar la naturaleza era el camino más corto y seguro para adquirir conocimiento de mi arte".
Sin embargo, a pesar de la ducha
fría y vigorizante que significó el naturalismo de Hogarth, la escuela inglesa
se debió basar principalmente en el retrato y volver, con Reynolds, a los
elegantes senderos ya señalados por Van Dyck. Aunque no cabe mayor contraste entre dos hombres y sus obras, que el
que existe entre la personalidad de Hogarth y la de Reynolds, éste fue, pues,
en cierto modo, el heredero del prestigio de William Hogarth como autor de
retratos. Joshua Reynolds
(1723-1792), nacido en Plympton, cerca de Plymouth, hijo de un maestro de
escuela, logró dotar a la pintura de su patria de un modo de expresión
completamente inglés, aunque basado en la experiencia acumulada durante siglos
en las más brillantes escuelas. Extrajo mucho más provechosas lecciones del
arte de Hogarth que del propio profesor con quien se había formado, un oscuro
pintor, Thomas Hudson, y protegido por varios amigos ricos, embarcó para
Italia, donde permaneció tres años. Así, pudo conocer bien al Tiziano, a Rafael, a
los maestros de la escuela de Bolonia, y además a Miguel
Ángel, que fue su ídolo. Al final de su vida, colmado de honores, cuando
tuvo que despedirse de la presidencia de la Royal
Academy, quiso que el último nombre que pronunciara en aquella institución
fundada a instigación suya (y que tan largamente había presidido), fuese el del
gran genio toscano: "Siento una especie de admiración de mí mismo -dijo-,
al saberme capaz de percibir aquellas sensaciones que Miguel Ángel se proponía
despertar con sus pinturas. No sin vanidad, pues, expreso mi admiración por
aquel artista realmente divino".
La edad de la inocencia de Joshua Reynolds (Tate Gallery, Londres). El enorme prestigio de que gozó en vida este artista no le impidió realizar -aparte de sus retratos enfáticos y aparatosos- algunos cuadros, cuyo tema le interesaba por motivos puramente personales. Así, sus escasos desnudos y sus retratos infantiles están impregnados de sentimentalismo como esta obra.
Pero la vida que hubo de llevar
Reynolds fue muy opuesta a la de Miguel Ángel. A su regreso a Londres, pronto
se puso de moda como retratista entre los miembros de la nobleza, y fue,
asimismo, artista solicitado por la corte. Ennoblecido en 1769, sir Joshua
-como se le llamó desde entonces familiarmente, en Londres-vivía lujosamente en
su casa de Leicester Square, con
criados de librea galoneada de plata, y paseaba en una carroza dorada que le
servía de reclamo.
De año en año aumentaba sus
tarifas: por pintar una cabeza llegó a cobrar 20 guineas, y 150 por una pintura
de cuerpo entero, cantidades entonces exorbitantes. Pero, a pesar de tales
vanidades, conservó siempre lozano su espíritu y su nobleza de carácter.
⇦ Mrs. Siddons de Joshua Reynolds (Dulwich Picture Gallery, Londres). Entre los diversos personajes importantes que fueron pintados por sir Joshua Reynolds, estuvo esta gran actriz, que aquí aparece como la "Musa trágica", en el cuadro pintado en 1789.
Era un hombre sociable. En su
casa se reunían los más finos ingenios de la capital, como el doctor Johnson,
el actor Garrick, las actrices Nelly O'Brien -de quien realizó un magistral
retrato, que está ahora en la Colección Wallace, de Londres-, Mrs. Siddons,
Mrs. Robinson, la pintora neoclásica Angélica Kauffmann. Trabajó
incansablemente, hasta que habiendo perdido la visión de un ojo, en sus últimos
años tuvo que abandonar los pinceles.
Cuando se le eligió para la
presidencia de la Royal Academy
demostró poseer un temperamento apacible y ecuánime. Su carácter fue
típicamente inglés. Murió soltero, y se le enterró en la catedral de San Pablo,
junto a la tumba donde reposan los restos de Wren, el arquitecto del templo.
Además de ser un gran pintor,
Reynolds es interesante como tratadista. Sus discursos (en número de quince),
por él pronunciados anualmente en ocasión de las inauguraciones de curso de la
Academia, están llenos de consejos apreciables, fruto de su mucha experiencia y
de sus meditaciones. También, pues, en este sentido es justo tenerle por fundador
de toda una escuela pictórica.
Miss Nelly O'Brien de Joshua Reynolds (Wallace Collection, Londres). Especializado en el retratos, llegó a realizar unos dos mil, se dice que llegó a tener seis personas posando simultáneamente en su taller. Uno de los más conocidos es el que se reproduce aquí, realizado entre 1762 y 1764.
Predicó, sobre todo, el culto de
la elevación en arte, aunque sus
obras de pintor, a excepción de algunos retratos idealizados (como el de la
actriz Mrs. Siddons personificando a la Musa Trágica), representan, en general,
a mujeres frívolas o poco ejemplares desde el punto de vista de elevación
espiritual. Mas aquellas inglesas aparecen, en verdad, a menudo envueltas en un
ambiente de alguna grandeza; los fondos de sus retratos son grandes cortinajes,
o retazos de un entrevisto paisaje idílico; a veces, tales jóvenes damas
acarician un caballo o apoyan su cuerpo en un pedestal de mármol antiguo, o
aparecen junto a una fuente. Así pues, Sir Joshua no era un farsante, que
predicase a sus alumnos de la Academia el gran
estilo y se conformase, él mismo, pintando retratos absolutamente veristas.
No; el buen Reynolds hubo de realizar, sin duda, en tales obras, más de un
verdadero milagro; porque hay que recordar cómo solía ser el espíritu de las
beldades inglesas del siglo XVIII y comienzos del XIX, muy terre à terre. Las cartas de Byron, por ejemplo, nos informan
respecto a cuán descorazonadora era su perversión estética, y bien poco "heroico
femenino" debía de circular a la sazón por los salones de la gran sociedad
de Londres, para poder alimentar el gran estilo que Reynolds propugnaba.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.