En materia de gusto artístico parece axiomático que a la
preferencia por una tendencia determinada venga a suceder, de pronto,
predilección por la tendencia que le es opuesta. Así ha acontecido en no pocas
ocasiones en la Historia del Arte y ocurre de nuevo al llegar al siglo XVIII
entre lo que -por comodidad- se llamará aquí "clasicismo" y "barroquismo". Ya esta
alternancia es posible comprobarla en la antigüedad, en que tras un triunfo
absoluto del criterio clasicista, hizo su aparición el arte helenístico, lleno
de dramatización y exorbitancias, en el grado en que esto era posible dentro
del mundo antiguo.
Fuente y rejas de la Place Stanislas, de Guibal y Lamour (Nancy). Convertida en capital de Stanislas Leczinsky, rey sin reino procedente de Polonia, la arquitectura y la decoración del lugar imitaba las formas vegetales y rompía con la armonía y la geometría lógicas para insertarse en la naturaleza como un elemento más, rasgo típico de la ambición creativa de los artista, del rococó.
⇦ Salón del emperador, de Balthasar Neumann (Palacio arzobispal, Wurzburgo). En el centro de la fachada trasera del palacio bávaro, de evidente influencia versallesca, se sitúa esta sala decorada al fresco por Tiépolo. La vista de la estancia se abre hacia el parque del palacio, recargado de espectaculares jardines diseñados por el propio arquitecto que construyó el edificio, poniendo fuentes, caminos, estanques y estatuas al servicio del medio de igual modo que en el interior del palacio la ornamentación imita las formas de la naturaleza.
Diríase que el hombre, después de acomodarse, en sus concepciones artísticas, al orden y a la disciplina, a lo que es metódico y razonable, a partir de un momento (cuyas circunstancias son a veces difíciles de precisar) empieza a sentirse atraído por lo que es diametralmente opuesto a aquellos principios y cede a la tentación de dar rienda suelta a nuevos impulsos que en él surgen, infringiendo así aquel mismo orden que logró antes establecer, quizás a costa de grandes esfuerzos. Este movimiento que nos lleva de la cristalización de unos cánones a la posterior puesta en crisis de los mismos para instaurar nuevos cánones parece responder a una necesidad psicológica de la humanidad de no estancarse, de renovarse continuamente no porque lo imperante no valga, sino por un impulso de movimiento del que es imposible desligarse.
⇨ Iglesia de Ottobeuren, de Johann Fischer (Munich). Iniciada en 1736 y terminada por Fischer doce años más tarde, la iglesia presenta cierto encanto por la armonización de los colores pastel de la decoración en contraste con el blanco del fondo arquitectónico. Externamente no muestra la complejidad del interior, destacando tan sólo por una fachada de cuerpo cóncavo fuertemente moldurado y las torres acabadas en cúpulas bulbosas que la flanquean. En el interior, sostiene la nave una rotonda central formada por los brazos semicirculares del crucero.
⇦ Salón del emperador, de Balthasar Neumann (Palacio arzobispal, Wurzburgo). En el centro de la fachada trasera del palacio bávaro, de evidente influencia versallesca, se sitúa esta sala decorada al fresco por Tiépolo. La vista de la estancia se abre hacia el parque del palacio, recargado de espectaculares jardines diseñados por el propio arquitecto que construyó el edificio, poniendo fuentes, caminos, estanques y estatuas al servicio del medio de igual modo que en el interior del palacio la ornamentación imita las formas de la naturaleza.
Diríase que el hombre, después de acomodarse, en sus concepciones artísticas, al orden y a la disciplina, a lo que es metódico y razonable, a partir de un momento (cuyas circunstancias son a veces difíciles de precisar) empieza a sentirse atraído por lo que es diametralmente opuesto a aquellos principios y cede a la tentación de dar rienda suelta a nuevos impulsos que en él surgen, infringiendo así aquel mismo orden que logró antes establecer, quizás a costa de grandes esfuerzos. Este movimiento que nos lleva de la cristalización de unos cánones a la posterior puesta en crisis de los mismos para instaurar nuevos cánones parece responder a una necesidad psicológica de la humanidad de no estancarse, de renovarse continuamente no porque lo imperante no valga, sino por un impulso de movimiento del que es imposible desligarse.
⇨ Iglesia de Ottobeuren, de Johann Fischer (Munich). Iniciada en 1736 y terminada por Fischer doce años más tarde, la iglesia presenta cierto encanto por la armonización de los colores pastel de la decoración en contraste con el blanco del fondo arquitectónico. Externamente no muestra la complejidad del interior, destacando tan sólo por una fachada de cuerpo cóncavo fuertemente moldurado y las torres acabadas en cúpulas bulbosas que la flanquean. En el interior, sostiene la nave una rotonda central formada por los brazos semicirculares del crucero.
Sí; en sus orientaciones artísticas -y esto se puede
comprobar en la actualidad palpablemente- el ser humano se deja arrastrar a
cambios radicales de criterio, en una suerte de oscilación pendular que le
lleva de un extremo al opuesto. Tales cambios siempre han debido ser bruscos.
Se producen en lo que va de una generación a la siguiente: cuanto los padres
detestaron constituye lo preferido por los hijos. Y puede experimentarlos,
incluso, una misma persona, que de pronto rechazará lo que un día le satisfizo,
al sentirse atraída por una novedad que representa, precisamente, lo que es
contrario a aquello que antes colmaba sus apetencias. Por otro lado, atendiendo
a las evoluciones que sigue el arte en la actualidad parece ser que esa
oscilación pendular es mucho más veloz que quinientos años atrás. De este modo,
los cambios que antes sólo podían ver los hijos y luego los nietos y más tarde
los hijos de estos nietos, ahora pueden contemplarse, y sin excesiva impresión
de vorágine, en unos pocos años.
Teatro de la Residenz, de François Cuvilliés (Munich). El palco central, destinado al príncipe, impuso al teatro la planta ovalada, puesto que al exhibirse públicamente debía resaltar con tanta importancia como la propia representación, considerándose a partir de entonces a los espectadores como actores refinados que observan asimismo el escenario de la vida Real. Construido entre 1751 y 1753, Cuvilliés ordenó una decoración similar al del parisino Hotel de Soubise, llevada aquí a la exageración y alejándose mucho de la contención francesa. Las columnas que sostienen el palco, por ejemplo, imitan las formas de unas palmeras que se inclinan con el viento que presuntamente provendría de la boca del escenario.
Nave y púlpito de la iglesia de Wies, de Johann Baptist y Dominikus Zimmermann (Steingaden, Baviera). Los interiores de esta iglesia de peregrinación son una muestra de la culminación del rococó, creando una integración absoluta entre arquitectura y decoración. Construida entre 17 45 y 1754, la bóveda se apoya sobre columnas pareadas que aligeran la estructura de tal modo que provoca un juego de perspectiva muy amplia que parece abrirse más allá del techo. Las pinturas recargadas y las formas retorcidas de la madera de las esculturas, los púlpitos y los estucos animan el conjunto dotándolo de un movimiento continuo que acaba disolviendo la visión de la propia estructura, estableciendo un enlace entre el mundo celestial representado artificiosamente y el terrestre, desde el cual observa el espectador de este impresionante monumento.
Por lo demás, y regresando al siglo XVIII, no parece sino que toda civilización en trance de formarse y consolidarse prefiera el clasicismo con suma facilidad; en cambio, se desliza hacia las formas barrocas en cuanto, insatisfecha de sí misma, siente anhelos de renovarse. Ahora bien, en lo "clásico", la visión de la realidad se halla sometida a unas normas severas, que son las del equilibrio, basadas en la simetría rigurosa y la armonía, en tanto que lo "barroco" se complace, por definición, en desentrañar y saborear aquello que se halla latente en el desorden.
Sala Oval del Pabellón de Sans-Souci, de Wenzeslaus von Knobelsdorf (Potsdam). Este palacete de un solo piso erigido entre 1744 y 1747, sencillo y lleno de movimiento en sus formas exteriores, está claramente inspirado en el Gran Trianón de Versalles. La residencia real encargada por Federico 11 el Grande consta de una sobria decoración chinesca de los interiores en los dormitorios, el gabinete de trabajo del rey y las diversas salas dedicadas al baile, la biblioteca, la pinacoteca y las reuniones protocolarias, como el salón de mármoles grises y blancos veteado con ocres y rosas cuya cúpula cobijaba las cenas íntimas del soberano con su círculo de amigos filósofos. El área sur del edificio sirvió de sepulcro para el rey prusiano y sus perros, ornado con series de cariátides de una viva expresividad. Una sucesión de terrazas y jardines unidos por una anchurosa escalinata central desciende desde el palacete hasta la falda de la pequeña montaña en la que se ubica.
Esto es lo que aconteció, desde los primeros decenios del siglo XVIII hasta poco después de mediados de aquel mismo siglo, con el fenómeno conocido por Arte Rocalla “rococó", o por decirlo mejor, con la difusión del estilo así llamado. Porque, en realidad, se trató de un estilo ornamental.
Por un lado surgió, en forma exuberante (y casi explosiva)
en el arte alemán, cuya tradición barroca no se había interrumpido, como pasó
en Francia, por ejemplo; pero los que más contribuyeron a darle un aspecto
característico, los promotores de su difusión, bastante general en Europa,
fueron precisamente los imaginativos ornamentistas franceses.
Anunciación, de lgnaz Günther (Colegiata de Weyam, Baviera). El grupo escultórico de madera policromada, del año 1764, está concebido según el canon establecido por la orden agustiniana. De una altura proporcional a la humana, destaca por la ambigüedad manifiesta del ángel, muy característica del estilo decorativo rococó.
Antes de continuar refiriéndose al estilo rococó, hay que
hacer un breve repaso al arte que se había impuesto en el siglo XVII en la
Francia de Luis XIV. Conocido también como el Rey Sol, se trata de uno de los
hombres que mejor han personificado a lo largo de la historia el espíritu de su
época. Él es la Francia del siglo XVII porque él crea a la Francia del siglo
XVII. Aupado precozmente al trono tras el destierro del cardenal Mazarino, que
había ejercido las funciones de regente hasta caer en desgracia ante un amplio
sector de la nobleza, Luis XIV hace suyas las tesis absolutistas de Luis XIII y
consigue llevarlas a su máxima expresión, acumulando un poder que pocos soberanos
habrán conocido a lo largo de la historia. Y como máxima expresión artística
del poder y la grandeza que quería para sí el monarca ha quedado el palacio de
Versalles, todo un homenaje a la arquitectura de corte racionalista y clásica
que pretende elevar a las categorías de ideal y perfecto el reinado de Luis
XIV.
⇦ El Transparente, de Narciso Tomé (Catedral de Toledo). Esculpido entre 1721 y 1732, este grandioso conjunto decorativo absolutamente integrado en la arquitectura del edificio queda perpetuamente iluminado cenitalmente por un orificio abierto en la bóveda del templo. Con esta obra, su creador manifiesta su hondo aprecio por el expresionismo barroco, aún latente en el rococó más manierista.
Así, pues, el estilo rococó fue en aquella nación como una reincidencia en lo barroco, y es, verdaderamente, un aspecto del arte barroco. Pero, obviamente, si merece que le dediquemos un capítulo propio en la Historia del Arte debe de acreditar algo más que ser una prolongación del barroco. En algún momento una obra dejó de ser barroca para convertirse en rococó. ¿Qué será, pues, lo que del barroco distingue al nuevo estilo del siglo XVIII?
Wölfflin definió el arte barroco como aquel que, sucediendo al del Renacimiento, a él se opone. Según el razonamiento de este prestigioso historiador del arte suizo que consagró su vida académica al estudio del Renacimiento y el Barroco, este último estilo es el resultado de un conjunto de inquietudes que parten del arte renacentista para modificarlo, para darle nuevas formas. Asimismo, la hipótesis de Heinrich Wölfflin va mucho más allá y genera planteamientos que exceden el campo de la Historia del Arte para pisar territorios de la antropología, la filosofía y la psicología. Efectivamente, para Wölfflin ambos estilos artísticos, Renacimiento y Barroco, son mucho más que eso y responden a causas que exceden la pura cronología histórica con sus cambios sociales. Según él, se tratarían de dos categorías universales opuestas, de los dos grandes ejes que vertebrarían todos los demás conceptos artísticos. Volvemos, por tanto, a la necesidad anteriormente señalada que tiene la humanidad de pasar de lo clásico a lo libremente imaginativo.
⇦ Palacio del Marqués de Dos Aguas, de Rovira y Vergara (Valencia). Este singular edificio del barroco español más tardío ostenta una fachada esculpida en alabastro al más puro estilo churrigueresco propio del siglo XVIII. Compuesta de dos partes bien diferenciadas y separadas por el escudo del marqués, la inferior la componen figuras de leones, cocodrilos y hombres musculosos y la superior, rodeada por adornos vegetales, una Adoración de la Virgen con el Niño. En su interior, el palacio alberga hoy un museo de cerámica y una grandilocuente decoración rococó.
El arte barroco es el típico de la Contrarreforma, y esto es verdad en tanto que su principal foco fue la Roma papal a caballo de los siglos XVI y XVII. Preconizaba la amplitud, el movimiento lineal, el retorcimiento, la exagerada riqueza decorativa. Es un arte que, en sus obras más características, acumula los elementos decorativos que le son propios.
Pero el estilo rococó no es precisamente eso, aunque del
barroquismo recoge, principalmente, los elementos de irregularidad, el
movimiento de líneas que ondulan. En realidad, es el fenómeno típico de una
sociedad histórica y traduce también muy fielmente las ideas y la sensibilidad
que caracterizaron a esa sociedad humana: el exotismo chinesco, la galantería y
la ironía, la osadía de expresión, partiendo de un anhelo de elegancia y de
claridad, y el interés por las pequeñas cosas naturales. Es un estilo que se
aviene con la jugosa, clara e intencionada prosa de Voltaire, así como la
pintura francesa larmoyante, de finales del mismo siglo XVIII, retratará la
sentimental mentalidad humanitaria rousseauniana.
Oratorio del Rosario, de Giacomo Serpotta (Iglesia de San Domenico, Palermo). Creada originariamente en 1578 con donativos de los comerciantes y los artistas más ricos de la ciudad, esta pequeña capilla fue redecorada por completo en la segunda década del siglo XVIII. En contraste con el fondo blanco de las inmaculadas paredes, se ha añadido un animado conjunto escultórico dorado que representa las Virtudes, aludidas por desnudos femeninos, interrumpidas por cuadros de Misterios. La bóveda presenta un fresco de Novelli, mientras que el altar está ornado con un retablo de Van Dyck dedicado a la Virgen del Rosario.
Palacio de Stupinigi, de Filippo Juvara (Turín). Erigido alrededor de una gran sala elíptica, el conjunto palaciego del rey Víctor Amadeo II se debate estilísticamente entre las influencias italianas y francesas, tanto por la planta estrellada como por la estructura de casa rural aristocrática tipo chateau. Tras su construcción, Juvara sería llamado en 1735 por la corte española de Felipe V para proyectar la fachada principal de la Granja de San lldefonso y el nuevo palacio real de Madrid, que tuvo que ser finalizada por un discípulo a causa de su repentina muerte a la edad de 58 años.
Palacio de Caserta, de Luigi Vanvitelli (Nápoles). Instalada definitivamente en Nápoles la corte borbónica de Carlos I, el heredero legítimo de Felipe V, se encargó en 1752 una residencia real que emulara por una parte la ostentosa grandilocuencia del palacio de Versalles y la estructura espacial del palacio del Buen Retiro de Madrid, donde el rey había pasado su infancia. Activamente implicado en el proyecto, el rey quiso imponer en su estilo decorativo el culto a la ligereza y a la joie de vivre cortesana, con todos los lujos, como se constata en el pomposo boudoir de la reina, dotado con una bañera de oro y unos frescos de temática erótica.
Dormitorio de la mansión de Nostell Priory, de James Paine (Wakefield, Yorkshire). Esta casa dieciochesca de Nostell Priory contiene algunos de los pocos pero influyentes muebles de los talleres de Thomas Chippendale, a quien encargarían la redecoración interior de todo el edificio. Realizados en caoba maciza y con un acabado trabajo ornamental a base de rizos, volutas y ángulos de estilo francés, se complementan con la iluminación y los detalles decorativos de los festones y molduras del techo.
Cómoda estilo Luix XV, de Charles Cressent. El rocaille tardío, considerado despectivamente en los ambientes artísticos parisinos como una degeneración del rococó, estaba caracterizado por la incorporación de pedrería, paneles de laca oriental, frescos barnizados y revestimientos de seda, bronce y maderas exóticas en su decoración, combinando la comodidad con la elegancia de las curvas, tal y como ponen de manifiesto las dos estatuillas de doncellas que ornan este escritorio del siglo XVIII.
Oratorio del Rosario, de Giacomo Serpotta (Iglesia de San Domenico, Palermo). Creada originariamente en 1578 con donativos de los comerciantes y los artistas más ricos de la ciudad, esta pequeña capilla fue redecorada por completo en la segunda década del siglo XVIII. En contraste con el fondo blanco de las inmaculadas paredes, se ha añadido un animado conjunto escultórico dorado que representa las Virtudes, aludidas por desnudos femeninos, interrumpidas por cuadros de Misterios. La bóveda presenta un fresco de Novelli, mientras que el altar está ornado con un retablo de Van Dyck dedicado a la Virgen del Rosario.
Palacio de Stupinigi, de Filippo Juvara (Turín). Erigido alrededor de una gran sala elíptica, el conjunto palaciego del rey Víctor Amadeo II se debate estilísticamente entre las influencias italianas y francesas, tanto por la planta estrellada como por la estructura de casa rural aristocrática tipo chateau. Tras su construcción, Juvara sería llamado en 1735 por la corte española de Felipe V para proyectar la fachada principal de la Granja de San lldefonso y el nuevo palacio real de Madrid, que tuvo que ser finalizada por un discípulo a causa de su repentina muerte a la edad de 58 años.
Palacio de Caserta, de Luigi Vanvitelli (Nápoles). Instalada definitivamente en Nápoles la corte borbónica de Carlos I, el heredero legítimo de Felipe V, se encargó en 1752 una residencia real que emulara por una parte la ostentosa grandilocuencia del palacio de Versalles y la estructura espacial del palacio del Buen Retiro de Madrid, donde el rey había pasado su infancia. Activamente implicado en el proyecto, el rey quiso imponer en su estilo decorativo el culto a la ligereza y a la joie de vivre cortesana, con todos los lujos, como se constata en el pomposo boudoir de la reina, dotado con una bañera de oro y unos frescos de temática erótica.
Dormitorio de la mansión de Nostell Priory, de James Paine (Wakefield, Yorkshire). Esta casa dieciochesca de Nostell Priory contiene algunos de los pocos pero influyentes muebles de los talleres de Thomas Chippendale, a quien encargarían la redecoración interior de todo el edificio. Realizados en caoba maciza y con un acabado trabajo ornamental a base de rizos, volutas y ángulos de estilo francés, se complementan con la iluminación y los detalles decorativos de los festones y molduras del techo.
Cómoda estilo Luix XV, de Charles Cressent. El rocaille tardío, considerado despectivamente en los ambientes artísticos parisinos como una degeneración del rococó, estaba caracterizado por la incorporación de pedrería, paneles de laca oriental, frescos barnizados y revestimientos de seda, bronce y maderas exóticas en su decoración, combinando la comodidad con la elegancia de las curvas, tal y como ponen de manifiesto las dos estatuillas de doncellas que ornan este escritorio del siglo XVIII.
Este estilo se designó en francés rocaille (y en España
"rocalla" se le llamó también durante no poco tiempo); pero ha
prevalecido su designación por la voz "rococó", de tono más familiar.
Un análisis de esta palabra aclarará, quizá, cuál sea su verdadero concepto.
Esta voz rococó francesa es una composición (un raccourcí) de las voces
rocaille y coquille, porque en los primeros diseños en que el nuevo estilo se
manifestó en Francia, y que bien pronto trascendieron a otros países de Europa,
había como una sugerencia de formas irregulares inspiradas en el aspecto de las
rocas marinas que llevan adheridas algas y conchas. Donde tales formas se
revelan más representativas es en las cartelas ornamentales. Ya algunos
diseñadores y grabadores italianos del siglo XVII, como Stefano della Bella,
habían propuesto algunos motivos caprichosos semejantes; ahora, tales motivos
son como la marca distintiva del nuevo estilo que se está gestando. Son formas
que, puestas generalmente al sesgo, prescindiendo de toda lógica geométrica, se
basan en la asimetría y en el perfil ondulado de ciertas conchas de moluscos
cuyo diseño remata una suerte de penacho en voluta y que se combinan,
alusivamente, con otras formas que son propias del mundo vegetal, con sus
ramificaciones, arborescencias y nudosidades. Inmediatamente después de su
aparición, tales formas fueron aplicadas con ardor a los objetos de platería o
de cerámica, a las boiseries y a los muebles, y sirvieron incluso para inspirar
composiciones de carácter pictórico, en pinturas y grabados y cartones para
tapicerías. El pintor Boucher fue uno de los que más las empleó.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat.
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