El Bucentauro parte del Lido el día de la Ascensión, de Francesco Guardi (Musée du Louvre, París). |
Por otro lado, algo de espejismo
tenía la estabilidad y el esplendor de la República en este siglo XVIII, pues
dependía en exceso de un comercio que tampoco era tan floreciente como antaño.
De este modo, con una agricultura concentrada en muy pocas manos y, por tanto,
poco eficiente, buena parte de los ingresos venían, precisamente, de las
exportaciones de obras de arte y de objetos de cerámica. Asimismo, la clase
dirigente era demasiado conservadora e impedía cualquier intento modernizador
que pudiera poner en peligro el poder casi absoluto que ostentaban.
Pero la situación cambió, no de
forma radical pero sí importante durante la segunda mitad del siglo XVIII,
cuando se iniciaron una serie de reformas legislativas debidas, sobre todo, a
la influencia de las ideas ilustradas que recorrían toda Europa. Así, la
oligarquía cedió parte de su poder a una pujante clase burguesa que habría de
ayudar a sostener el Estado merced a su actividad agrícola y comercial y a la
incipiente industria que impulsaba.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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