Fue un error, mantenido hasta muy
avanzado el siglo XIX, suponer que la arquitectura gótica había nacido en
Alemania y era peculiar del genio germánico. Los alemanes, fundándose principalmente
en los textos de los tratadistas del Renacimiento, creían de buena fe que en
las orillas del Rin se había formado el estilo de las catedrales, con su bosque
de agujas, contrafuertes y pilares. Pero las cosas no sucedieron así: el lento
proceso de los estilos románicos monacales, cluniacense y cisterciense, vino a
preparar el advenimiento de la arquitectura gótica, por la importancia cada vez
mayor que se daba a la bóveda y a los elementos de contrarresto.
Así, pues, Alemania recibió del
otro lado del Rin un estilo ya formado. Arquitectos franceses del siglo XIII
viajaron por la Europa central; una crónica informa que la iglesia de Wimpfen
del Thaal fue construida según el opus
francigenum, es decir, el estilo francés. La obra más perfecta de la arquitectura
gótica en Alemania, la catedral de Colonia, probablemente fue proyectada por un
arquitecto de Francia o que había tomado parte en los trabajos de la catedral
de Amiens. En los últimos tiempos del arte románico alemán comienzan a
iniciarse ciertas formas góticas. El primer monumento ojival es la ya citada
iglesia de la abadía de Wimpfen del Thaal, construida entre los años 1261 y
1278.
Como se ve, nada queda en estas
iglesias góticas de la disposición tradicional de la planta de las catedrales
románicas alemanas, con los dos ábsides afrontados, su crucero doble y sus
entradas laterales. El gótico francés triunfa en Alemania, no solamente
imponiendo formas constructivas y decorativas, sino aun la disposición general
del edificio: triple nave precedida de una fachada, con las puertas, crucero y
ábside, más o menos complicado éste con girolas y capillas.
Poco alemana es aún por sus
formas la catedral de Colonia, que conserva todavía muy puro el estilo francés,
mas por su vastísimo proyecto puede decirse que fue una obra verdaderamente
nacional. A la perfección y maravillosa belleza que actualmente ostenta, no ha
llegado hasta después de los últimos trabajos realizados, en el siglo pasado,
para concluir el edificio. En Colonia había una catedral más antigua, pero tras
un incendio que sufrió en 1248 fue reconstruida de nuevo, en plena
efervescencia del estilo gótico. No se conoce el nombre del primer arquitecto.
A fines del siglo XIII aparece el maestro Gerardo, pero posteriormente la obra
fue avanzando lentamente con el transcurso del tiempo. Al maestro Gerardo le
sucedió Arnaldo y después Juan, su hijo, que debió de vivir hasta el año 1330.
La catedral de Colonia sigue de cerca el modelo de la de Amiens aunque la excede en amplitud espacial y en altura. Fue iniciada a fines del siglo XIII por el maestro Gerardo. El arranque del tejado queda oculto por la profusión de pináculos y gabletes que coronan los ventanales, en tanto que la exuberante decoración recubre las torres, concebidas a modo de flechas.
Para dar idea de la lentitud con
que avanzó la obra, sólo hay que decir que el coro no se consagró hasta el año
1322; después fue progresando la construcción hasta el siglo XVI, cuando sufrió
una interrupción casi definitiva. Descubiertos los pergaminos con los planos,
los trabajos comenzaron de nuevo en 1817 y no concluyeron hasta 1880. La
catedral es enorme; tiene 132 metros de largo por 74 de ancho en el transepto.
La disposición de la planta es
muy parecida a la de la catedral de Amiens, aunque la de Colonia tiene cinco
naves. La central acaso sea demasiado alta y estrecha, pero el conjunto
interior del monumento produce gran efecto, con sus innumerables haces de
molduras verticales que constituyen los pilares. Por fuera la catedral es de
una riqueza extraordinaria: el ábside, en el cual se apoyan las bóvedas de las
naves y de las capillas, es un verdadero bosque de pináculos y contrafuertes;
en el crucero existe una pequeña aguja; sin embargo, lo más admirable, sin duda
alguna, son las dos torres, dos agujas altísimas, que por efecto del clima
brumoso del Rin esconden muchas veces entre las nubes sus primorosos calados.
Su altura no es la misma: una sube hasta 159 metros, la otra a 146.
Otro gran monumento religioso de
la cuenca renana confirma la facilidad con que el gótico francés halló acogida
en los países germánicos, aquende y allende del Rin, cuando aquel estilo
aparecido en Francia se hallaba en la plenitud de su variante estilística
“radiante”. El monumento a que se hace referencia es la catedral de
Estrasburgo, aún románica en su ábside y a cuya extraordinaria belleza
contribuye, no sólo la pureza de líneas de su fachada principal, en bello
granito rojo, con su espléndido rosetón (que corresponde a la importancia
artística de las vidrieras de los ventanales), sino también su abundante
decoración esculpida. Domina aquella fachada, iniciada en 1277 por Erwin von
Steinbach, la hermosa aguja gótica que uno de los varios constructores del
templo, Johannes Hültz, terminó en 1439 en su lado izquierdo. De sus esculturas
(las que enriquecen su exterior y la importante obra escultórica que en su
interior se conserva) se tratará sucintamente luego, en este capítulo, al
enumerar lo más descollante que en este aspecto del arte gótico se hizo, desde
el siglo XIII hasta mediados del XV, en las tierras germánicas y en los demás
países de Europa central.
Castillo de Hoch Königsburg, en la Alsacia francesa. Destacan, sobre todo, la importante altura de la torre cuadrada y, en un primer plano, parte del recinto fortificado, presente en todos los castillos góticos alemanes.
Son famosos, en Alemania, los
castillos que, más o menos ruinosos, siguen en pie en las márgenes del Rin,
cantados en sus baladas por los poetas románticos. Varios de ellos fueron
restaurados en el siglo pasado, y a su celebridad contribuye su pintoresca
ubicación, ya que coronan alturas cortadas a pico sobre las aguas del río.
Cuentan todos ellos con recinto fortificado recorrido por almenas y formando
terraza sobre un valle adjunto, generalmente poblado de viñedos. En el centro
de su núcleo se encuentra el área destinada a habitación, con la alta torre
cuadrada, y la capilla o pequeña iglesia a su lado. Hay que incluir, en la
misma cuenca renana, en Alsacia (en territorio que es ahora francés) el enorme
castillo de Hoch Kónigsburg, que compró y restauró con particular mimo, antes
de 1914, Guillermo II -el Kaiser-
para quien la posesión de aquel castillo constituía un motivo de orgullo.
Bastante numerosos son los castillos alemanes en Sajonia; quizá el más
importante sea el de Meissen, que domina la ciudad homónima y que, en el siglo
XVIII, fue el lugar donde se realizaron los ensayos que llevaron a obtener la
fabricación de auténtica porcelana, como la de la China, en Europa.
Además de tales castillos
señoriales, la Orden Militar de los Caballeros Teutónicos fue prodigando la
construcción de los suyos en la Prusia Oriental y en toda la franja fronteriza
con Polonia y los países bálticos, destinados a alojar sus guarniciones. El más
formidable de ellos fue el de Marienburg, sede de la autoridad rectora de
aquella Orden.
Castillo de Meissen. Situado en la población homónima, en el centro-este de Alemania, destaca por sus dos torres acabadas en agujas dirigidas al cielo.
Simultáneamente, en las ciudades
libres del Rin y en la Alemania Central sentíase también vivo entusiasmo por la
comunidad municipal. En consecuencia, se construyeron durante estos siglos
góticos XIII y XIV muchas de las puertas monumentales de ciudad, como la de San
Severino, en Colonia, y la de Lübeck. Sirven generalmente de paso en torres con
cubierta de tejas de color, muy puntiagudas, que se distinguen desde lejos.
Algunas de las torres han quedado englobadas en las ciudades, que se han
extendido hasta los vecinos suburbios, y sirven hoy de decoración de las nuevas
plazas arrabales.
Asimismo las corporaciones
populares levantaron para sus municipios grandes casas comunales. La más
antigua de éstas que existe en Alemania, según se cree, es la de Aquisgrán, que
posee estatuas de príncipes electores del siglo XIII. Todas las ciudades
alemanas rivalizaron por tener el más rico edificio municipal de la época. En
esquema, un palacio del municipio en Alemania contiene la sala de
contrataciones, otra para reuniones públicas y las de los tribunales de
comercio.
Con el tiempo las necesidades
impusieron un programa más complicado de servicios, siendo necesario disponer
también salas para los miembros del consejo y para administración y oficinas,
que se instalaron en nuevos cuerpos de edificio, agregados con la mayor
libertad al núcleo viejo del mismo. Dignos de ser citados como modelos son los
palacios comunales de Lübeck y Bremen, las grandes ciudades comerciales del
Báltico. Alrededor del palacio comunal surgían las casas gremiales, con sus
enseñas doradas y policromadas, adornadas con estatuas de guerreros, de
Virtudes o de la Justicia, cuyos atributos, esculpidos con un estilo algo
infantil, policromado, alegraban el corazón de los burgueses alemanes, apenas
salidos de la primera edad de un pueblo ingenuamente civilizado.
Algunas ciudades, como Nüremberg
y Colonia, poseían, hasta ser parcialmente destruidos durante la II Guerra
Mundial, barrios enteros con sus casas de madera y sus antiguas tiendas de
artesanos, que eran supervivencias de una vida gremial propia de los siglos
góticos. En el período del goticismo la casa alemana tiene un tipo y
disposición que ofrece vivo contraste con el de la antigua casa romana clásica:
ésta se veía desde la calle completamente cerrada y todas las dependencias se
desarrollaban en torno de un patio, donde vivía la familia; en la Germania de
la Edad Media, la casa se abre sobre la vía pública, ya por medio de la tienda
con su mostrador, ya por medio de numerosas ventanas. Generalmente, las casas
son altas y de fachadas que terminan con un piñón.
El patio no sirve más que para
dar luz a la parte posterior, y en ella el edificio tiene otra fachada,
semejante a la de la calle, aunque más sencilla. La disposición de una casa
burguesa de Colonia, Nüremberg, Lübeck, etc., es siempre poco más o menos la
siguiente: en la planta baja se hallan la tienda, una cámara o trastienda y el
obrador, que da al patio; una pequeña escalera conduce al primer piso, donde
hay una cocina con dos habitaciones: una que da a la calle, para la persona
principal de la familia, y otra al patio. Los demás moradores de la casa,
hijos, criados, aprendices, ocupan los altos desvanes del piñón, que tienen
varios pisos y lucernarios. Las casas son, generalmente, de piedra en su parte
baja, con la enseña o muestra de la tienda labrada en hierro, muy coquetamente
a veces; las que tienen paramentos de muro que se prestan a ello, se decoran
con frescos del repertorio medieval germánico: los vicios y virtudes, los
santos y profetas, cuando no escenas de libros caballerescos.
Cuando las casas son de madera,
la decoración de las fachadas se enriquece con abundancia de frisos, arquillos
y pequeñas pilastras con pináculos, y los vanos de las puertas y ventanas se
rodean también de motivos ornamentales excesivamente acumulados. Algunas casas
tienen tribunas salientes sobre la calle, decoradas con ménsulas y antepechos.
Casa Pilatus, en Nuremberg, construida en 1489. Pese a los bombardeos de la I Guerra Mundial, que destruyeron buena parte del patrimonio monumental de la ciudad, aún quedan en pie numerosas casas típicas de la época medieval. en una etapa de pujanza burguesía alemana del siglo XV.
Catedral de Berna. Esta construcción cuenta con un magnífico pórtico principal con escenas del Juicio Final. El templo presenta, a diferencia de otras catedrales suizas, las características más típicas del ya formado gótico alemán de finales del siglo XIV.
Una catedral que podría ser
incluida entre las germánicas es la de Basilea, aunque esta ciudad forme hoy un
cantón de Suiza. Como la de Estrasburgo, con la cual tiene gran parecido, posee
también partes románicas en el transepto y en los bajos del ábside. La catedral
de Berna, algo posterior, entra por completo dentro de la órbita del estilo
gótico alemán, que a fines del XIV estaba ya bien caracterizado. La de Ginebra
y la de Lausana son muy francesas; esta última ha sido restaurada por Viollet-le-Duc y completada con una flecha de plomo en el crucero. Su interior
es muy hermoso; dedicada hoy al culto protestante, sin altares ni adornos
superpuestos, permite admirar por dentro la estructura del edificio mejor que
en ninguna otra catedral del estilo gótico francés. Por fuera resulta acaso
excesivamente restaurada; pero tiene detalles graciosísimos, como el pequeño pórtico
lateral, rasgado por ventanales partidos con columnitas.
Castillo de Chillon. Situado en una pequeña isla del lago Leman. Esta fortaleza, construida por los Saboya en el siglo XIII, es una de las muchas construcciones -en su gran mayoría, palacios y villas-que rodean el lago con sus imponentes torres cilíndricas y cuadradas.
La catedral de Ginebra conserva
partes todavía románicas; no es tan uniforme su estilo como el de la catedral
de Lausana y la desfigura en su frontis una fachada calvinista, de estilo seudo
clásico. Por dentro, el venerable templo está aún intacto; la Reforma no hizo
más que desnudarlo de altares. Las nobles y apasionadas líneas de la
arquitectura resultan singularmente embellecidas por una pátina de la piedra
gris verdosa, de atrayente melancolía.
Las ciudades suizas, al igual que
los municipios alemanes, poseen también sus casas comunales; acaso algo más
simples, son como palacios rurales sólidos, sin adornos y con un gran tejado.
Las ciudades tienen asimismo torres y fuentes decorativas, parecidas a las de
las ciudades germánicas y coronadas de atributos y personificaciones de
virtudes medievales.
Acaso el más popular de todos los
castillos de Europa sea el de Chillón, que se levanta en una pequeña isla que
se encuentra al extremo oriental del lago Leman. El núcleo antiguo de la obra
es de puro estilo gótico del siglo XIII. Las salas, cubiertas con macizas
bóvedas por arista, son muy famosas por las lamentaciones que inspiraron a lord
Byron.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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