El estilo gótico no fue una
creación intelectual y mística, sino que fue una revolución técnica de las
formas de las escuelas románicas regionales y, sobre todo, una derivación de
los procedimientos iniciados en Borgoña y difundidos por los monjes del Cister.
Sin embargo, las regiones donde el estilo gótico francés llegó a su perfección
fueron Normandía y la Isla de Francia, el territorio de dominio real de los
alrededores de París.
En el estilo gótico, el carácter esencial de
la construcción es un tipo especial de bóveda por arista, en ojiva, por lo cual
se le ha llamado también estilo ojival. Va sostenida por arcos torales y
diagonales que se apoyan unos contra otros, y sus empujes se equilibran con
arbotantes o contrafuertes en el exterior. Este tipo de bóveda recibe el nombre
de bóveda de crucería. Las bóvedas por arista, como cascarones de piedra
sostenidos por arcos, no son una novedad exclusiva del estilo gótico, pues ya
se usaban en el período románico y eran tradicionales en los edificios
clásicos. Pero en el estilo románico las bóvedas por arista no son articuladas,
sino sólidas, y su empuje contra los muros se amortigua y equilibra por el
simple peso de la pared. Es importante insistir acerca de la diferencia entre
las bóvedas por arista, tanto clásicas como románicas, y las bóvedas góticas,
con sus aristones independientes, o bóvedas de crucería. Para cubrir una planta
cuadrada o rectangular, los romanos adoptaron a veces el sistema de lanzar
arcos diagonales de ángulo a ángulo, rellenando después el espacio intermedio
con una masa de hormigón, a fin de hacer una bóveda concrecionada. En el estilo
gótico, los arcos torales y diagonales son sueltos, con elasticidad propia, y
sobre ellos descansan, aunque sin formar un solo cuerpo, los pedazos de bóveda
también elástica, de piedra.
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Catedral de Notre Dame de Noyon.
Imagen del interior del templo, en el que destaca la altura de la nave y las
bóvedas de crucería que se asientan sobre altas pilastras adosadas.
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Por lo tanto, los arcos vienen a desempeñar
el papel de cimbra permanente, cargando todo el peso y empuje en los ángulos de
apoyo. Estos son los únicos puntos de la construcción que exigen buenos
cimientos y una resistencia a toda prueba para recibir la carga del cuadrado de
la bóveda. En el interior, los haces de arcos de las bóvedas se reúnen en los
pilares, como un manojo de ramas sobre un tronco. Además, la bóveda romana por
arista se adaptaba principalmente a una planta cuadrada o rectangular, mientras
que la bóveda gótica puede emplearse en toda clase de plantas, hasta en las
triangulares y trapezoidales, en los segmentos de los ábsides.
Una vez concentrado el empuje de estos arcos
de las bóvedas de crucería en algunos puntos del muro, su presión oblicua, que
tiende a derribarlo, es contrarrestada por contrafuertes o arcos que tienen un
empuje contrario y se lanzan contra la pared oponiendo fuerza contra fuerza. En
el arte románico, el sostenimiento era distinto: en primer lugar, la bóveda,
por lo común, era cilíndrica, y tenía un empuje uniforme a lo largo del muro,
empuje que se equilibraba con el propio peso de la pared, a lo más reforzada
con machones o pilastras exteriores, como puntales.
En una palabra, la mecánica de la
arquitectura clásica y de los tiempos románicos es una mecánica estática, esto
es, del sistema de oponer peso contra fuerza, mientras que la mecánica gótica
es dinámica, o sea del sistema de oponer empuje contra empuje. Por esto una
iglesia gótica es un sistema tan complicado y tan perfecto, que no se puede
tocar una parte del edificio sin alterar también todas las demás. Teóricamente,
el día que se rompiera un contrafuerte, el empuje del arco que contra él se
apoyaba no sería contrarrestado por nada absolutamente y el arco se abriría,
como asimismo los otros arcos diagonales que concurrían en el mismo punto, y
toda la construcción, al faltarle un solo elemento, se vendría abajo.
Pero no son sólo son los procedimientos
constructivos lo que caracteriza el nuevo estilo gótico, sino que este estilo
demuestra un gusto nuevo en las molduras y la ornamentación. Las molduras
románicas eran claramente redondeadas, correspondiendo todavía muchas de ellas
al repertorio de los estilos clásicos, mientras que las del estilo gótico
ofrecen una complicación infinita de formas convexas, sobresaliendo de una
superficie cóncava para producir grandes efectos de luz y sombra en el interior
de los edificios.
La mayor o menor complicación de las
molduras refleja la época de los monumentos: cuanto más agudas y complicadas
son, tanto más avanzado es el estilo. En un principio, apenas hay diferencia
entre las molduras góticas y las románicas. En esta fase el estilo gótico casi
sólo se reconoce por las bóvedas; después las molduras van triturándose en el
corte y haciéndose más complicadas en sus curvas entrantes y salientes. Es
curioso el método con que están ordenadas las molduras de los edificios según
un principio de unidad y simetría: empiezan formando el molduraje de los arcos;
después se reúnen sobre el capitel de las columnas y algunas veces se prolongan
verticalmente hasta el suelo. En tal caso, los pilares constituyen el fajo de
las molduras de los arcos y tienen una sección formada por la acumulación de
las molduras de la bóveda.
En las construcciones de tres naves, la
bóveda central es mucho más alta que las de las naves laterales, puesto que ya
no hay necesidad de valerse de éstas para contrarrestar su empuje, lo cual
puede lograrse con contrafuertes exteriores. Esto evita la existencia de las
galerías altas que se encontraban en las iglesias románicas; en cambio, permite
abrir inmensos ventanales sobre los arcos que separan las naves laterales de la
central, muy necesarios en regiones, como Normandía e Isla de Francia, donde la
luz escasea gran parte del año.
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Catedral de Notre-Dame de París.
Detalle de los arbotantes que contrarrestan el empuje de la bóveda del
edificio. Parecen muy frágiles pero constituyen un poderoso elemento de
resistencia
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Por fuera esta disposición caracteriza la
silueta del edificio, porque elevándose sobre las naves laterales, bajas, se
alza en el aire como una quilla la nave central, sostenida por los
contrafuertes, que extienden sus arcos para apoyarla. Arcos, ventanas y
contrafuertes son de forma ojival; es raro encontrar en el estilo gótico el
arco de medio punto.
Las ventanas suelen estar divididas por
columnitas y adornos curvos de piedra, que llegan, en el último período, a
formar una tracería de extraordinaria complicación. Estos elementos son
puramente decorativos, pues como el esfuerzo se halla concentrado en los puntos
de arranque de los arcos, la pared podría estar abierta por completo, y el
espacio del muro donde se abren las ventanas, por grandes que éstas sean, no
necesita ningún refuerzo. En el interior de la pared de la nave central de las
catedrales, y a cierta altura de la misma, suele haber un pasadizo o
deambulatorio, llamado triforio, y
esta galería se acusa en muchas ocasiones en la fachada principal.
Los pináculos de los contrafuertes y los
remates de las torres y agujas suelen decorarse con un adorno de formas
vegetales, como una flor de piedra abierta en el aire. Las molduras de los
arcos aparecen a menudo acentuadas con una serie de hojas y flores, igual que
sucede en los capiteles y la clave central de las bóvedas, donde van a reunirse
los arcos diagonales. Los elementos decorativos de la arquitectura gótica se
ponen en los lugares más importantes de la construcción: flores y esculturas
sirven para reforzar y ennoblecer aquellos sitios de más trabajo y más
responsabilidad; nunca se combinan las líneas arquitectónicas para servir de
marco de una decoración, como sucede algunas veces en los edificios que
construyeron los grandes arquitectos del Renacimiento.
Las formas decorativas se buscan en la flora
y la fauna del país; las plantas más humildes de los campos se aplican sobre
las molduras con un amor nuevo por la naturaleza, que no se había manifestado
desde los tiempos del arte griego. El trébol, la hiedra retorcida, los tiernos
brotes de la vid, las hojas del roble o de la encina se encaraman por los arcos
y las agujas del edificio gótico, asociándose al nuevo estilo y ofreciendo las
líneas características de sus formas vegetales hasta hacerlas góticas con
vehemencia y entusiasmo, como si la creación se hubiera interesado en la obra
de las catedrales.
En el arte clásico, sólo dos o tres plantas,
el acanto, la hiedra y el laurel, habían tenido aceptación en el repertorio
decorativo, pero el estilo gótico se vale de todas las especies del reino
vegetal, y reproduce también los pájaros y hasta seres fantásticos, monstruos
que unas veces están derechos como guardianes en lo alto de las balaustradas, y
otras agachados, condenados a servir de gárgolas
para arrojar a lo lejos, por su boca, el agua de las lluvias recogida en los
tejados.
En las fachadas de las catedrales es donde
el espíritu de la época gótica ha producido sus obras más preciadas.
Generalmente, las catedrales fueron comenzadas por prelados ambiciosos, pero
después los burgueses hicieron esfuerzos para enriquecerlas con torres, capillas
y fachadas. Estos eran acaudalados y estaban protegidos por la monarquía, que
se había apoyado en los municipios para rematar al feudalismo románico, ya
caducado. Con sus recursos saneados y regulares, y hasta con la educación
artística que conseguían traficando en lejanos países, los burgueses de las
ciudades tenían empeño, orgullo, en que su catedral se alabara como algo
extraordinario por toda Europa.
El empeño no cejaba en una generación: la
construcción de las catedrales absorbía casi siempre la atención de más de un
siglo. Es sorprendente que se sucedieran los maestros directores de la obra y
la construcción se llevase a cabo sólo con ligeras modificaciones, generalmente
fieles al plan inicial, que se desarrolla con el mismo espíritu.
Las fachadas suelen hacer ostentación de una
decoración riquísima de escultura. En la parte inferior se abren las tres
puertas, con derrames llenos de nichos, donde se cobijan apóstoles y profetas.
Estas tres puertas corresponden a las tres naves de la iglesia, que muchas
veces se acusan al exterior con los contrafuertes de los arcos que las separan,
sirviendo a modo de líneas divisorias que distribuyen la fachada en tres
cuerpos verticales. Cada puerta tiene varias series de arcos concéntricos o
arquivoltas; la gran abertura central está a veces dividida por un pilar, o
parteluz, con la imagen de Cristo, o de la Virgen, o también con la del santo
patrono de la ciudad.
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Catedral de Chartres. El portal
de la fachada oeste de la catedral está dividido en tres puertas, siendo la
central la más grande, decoradas con numerosas esculturas.
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Encima de la faja de las puertas suele haber
un friso con estatuas de reyes, que, según unos, son los soberanos de Francia,
porque las ciudades estaban agradecidas al poder real que les había concedido
privilegios; según otros, esta serie de reyes representa a los de Judá,
predecesores de Cristo, que llevan, en vez de cetros, las ramas del árbol de
Jesé, o bien podrían ser supervivencias de la decoración tradicional románica
de la visión del Altísimo con los reyes ancianos del Apocalipsis. Esta galería
de estatuas reales se encuentra todavía en las fachadas de las catedrales de
Amiens, Reims y Chartres.
Otra faja superior está formada por tres
grandes rosetones o por tres ventanales magníficos de arco apuntado, por donde
penetra la luz de poniente, adonde suelen estar orientadas las fachadas. Como
las naves laterales son más bajas que la central, esta estructura interna se
exterioriza a veces con tres piñones o frontones de diversas alturas, pero lo
más frecuente es que en la parte que corresponde a las dos naves laterales se
levanten dos torres campanarios que flanquean el cuerpo de la nave central.
Tales torres debían terminar con flechas de
piedra, que muchas veces no llegaron a construirse. Pero con los remates
proyectados o sin ellos, las torres son lo que más caracteriza la silueta de
las catedrales. Algunas se ven desde muy lejos. Sobre el llano de la tierra
francesa, la dulce Francia, sin
grandes montes ni colinas que rompan la línea del paisaje, se ve destacar del
grupo de casas bajas de las principales ciudades francesas medievales la masa
enorme de la catedral, con sus naves, torres y pináculos.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.