El arte islámico está
indisolublemente unido a la expansión del Imperio árabe o musulmán. Aunque·
conviene realizar, de entrada, una breve matización respecto a estos dos
últimos términos, pues es preciso no igualar árabe a musulmán. La religión
islámica o musulmana se originó a raíz de la vida y obra de su profeta Mahoma,
quien predicó durante el siglo VII en la península Arábiga. Se trata, por lo
tanto, de una religión surgida en dicha península en el seno del pueblo árabe.
Por eso, en un primer momento, sí que procedía asimilar musulmán a árabe, pero
en la actualidad, cuando hay tantas zonas y pueblos en los que impera el islam
-África negra y bereberes del norte del continente, amplios territorios de
Asia, etc.-, no se pueden utilizar aleatoriamente ambos términos. De todas
formas, sí que es posible emplear las expresiones Imperio árabe o Imperio
islámico al hablar de la fabulosa y vasta potencia que desde Arabia se
extendió por buena parte de Europa, África y Asia, pues fue la cultura de los
árabes la que definió los rasgos esenciales del Imperio.
Mezquita de los Omeyas (Da-
masco).
Ubicado en el patio
de
la gran mezquita, de 122
metros,
se yergue el pabellón
del
tesoro revestido de mosai-
cos
del siglo XIV.
|
No sería exagerado afirmar que la península
Arábiga era, antes de la eclosión del islam, un verdadero desierto artístico,
si es posible el juego de palabras, pues ni las numerosas tribus árabes ni los
habitantes de las ciudades, como Medina o La Meca, incipientes urbes de
comerciantes, sobre todo, parecían tener excesivas inquietudes estéticas. Por
eso, apenas hay un puñado de restos de la arquitectura preislámica en la
Península, y se puede afirmar que la revolución social y religiosa que impulsó
el profeta Mahoma durante el siglo VII se tradujo también en una profunda
transformación de los valores artísticos árabes. Y como se podrá comprobar, a
medida que iban conformándose los cánones del arte islámico, éste se expandía
al mismo ritmo que el imperio acumulaba victorias y ampliaba sus límites hacia
Asia, África y Europa.
Pero esta expansión no implica únicamente
que los árabes construyeran mezquitas e influyeran en el arte de cada uno de
los territorios en los que tuvieron presencia. Imperio joven que no tenía
detrás una sólida tradición artística a la que venerar y respetar como un dogma
inamovible, los árabes, libres de lastres en este sentido, supieron dejarse
influir por aquellos pueblos conquistados que, por otro lado, tenían mucho que
ofrecerles en el ámbito artístico, pues habían conseguido desarrollar una
evolución artística importante y prestigiosa. Por ello, cuando los musulmanes
extendieron sus dominios hacia Oriente y cruzaron el Éufrates para llegar a
Persia, el territorio que corresponde en la actualidad a Irán, aceptaron
algunas de las características del arte sasánida, fuertemente influido por sus
vecinos y enemigos bizantinos, y, sobre todo, quedaron seducidos por la
fantasía decorativa oriental.
No hay que olvidar que el arte bizantino era
heredero de las culturas romana y griega, las culturas más relevantes de la
Antigüedad y que sus templos, esculturas y pinturas debían de ejercer un gran
poder fascinador en un pueblo, el árabe, que pretendía convertirse en un gran
imperio, lo que finalmente conseguiría.
A continuación, se verá, por tanto, el curso
que siguió el Imperio islámico y su arte por el flanco oriental, que se
prolongó hasta la India, territorio en el que las principales obras islámicas
son deudoras del fervor constructivo de los sultanes mongoles musulmanes. Y en
el otro extremo del Imperio islámico, a miles de kilómetros de distancia, en la
península Ibérica, el al-Ándalus -primero un emirato, luego un califato
independiente y en su ocaso un reino de Taifas- dejó algunas de las
manifestaciones artísticas más bellas que se puedan encontrar en España.
Como se acaba de señalar, el Imperio
musulmán se extendió, en sus mejores momentos, desde la península Ibérica hasta
la India, quedando bajo su dominio culturas, pueblos y personas de lo más
variado. Por ello, no se puede menos que maravillarse ante las coincidencias
estéticas con las que el arte islámico se manifiesta en los diferentes enclaves
del imperio. Lejos de presentar unas características plenamente uniformes, es
evidente que sí que hay una pretensión de respetar ciertos cánones básicos en
el arte islámico desde el al-Ándalus hasta la India musulmana. Ello responde a
la influencia de la religión, que impregnó todos los ámbitos de la vida de los
pueblos en los que tuvo presencia. De este modo, a pesar de la herencia
cultural tan diferente de los pueblos de Persia y del norte de África, por
ejemplo, es posible observar unos rasgos comunes en las manifestaciones
artísticas de los pueblos del Imperio islámico, sobre todo, en la arquitectura
de las mezquitas, donde, lógicamente, se hace más evidente la intensa
influencia de la religión musulmana.
Seguramente, este capítulo sobre la historia
del arte islámico hubiera necesitado algunos apartados más si en la batalla de
Poitiers hubieran vencido los árabes y no los francos. Quizá, se tendría que
hablar del arte islámico en otros territorios más allá de los Pirineos si el
ejército árabe hubiera vencido a principios del siglo VIII en la mencionada
batalla a las tropas francas. En todo caso, es indudable que los árabes
consiguieron forjar una civilización poderosa, en la que se cultivó una gran
pasión por el arte y que, sin duda, es una de las más fascinantes de la
historia.
Fuente: Historia del Arte. Editorial
Salvat.
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