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Praxiteles, la plástica de lo sensual

Sátiro en reposo de Praxiteles (Museo del Capitolio, Roma). Copia en mármol de un original del siglo IV a.C. atribuido a este autor, que introduce en el mundo de la belleza sensitiva, del ocio placentero. Su arte sigue al servicio de la fe, pero las divinidades del Olimpo praxitélico poco tienen que ver con los dioses tonantes, hinchados de majestad. Praxiteles los ve como hermosos jóvenes tranquilos: la mirada perdida en el ensueño, una vaga sonrisa vaga por sus labios mientras los dedos se complacen en un juego pueril. "Constatamos -dice Rodenwald- con un estremecimiento de alegría, que espiamos al dios, sin que él se dé cuenta, en la dulce paz de su existencia llena de felicidad." El precio que el artista hubo de pagar por esta sensación de beatitud no se escapa: una construcción escultórica sólida cuya dificultad escamotea una sutil y refinada calidad plástica.



Pero la revolución trascendental tenían que llevarla a la escuela de Atenas los grandes maestros de la segunda generación después de Fidias, sobre todo el hijo de Cefisodoto, llamado Praxíteles como su abuelo. Es el artista elegante y sensual. Prácticamente nada se sabe de su vida. Una leyenda habla de su amistad con la cortesana Friné, nacida en Tespis, ciudad destruida por la guerra en el 372 a.C., y de la que se tiene constancia de que era anciana en tiempo de Alejandro. La edad dorada de Friné, cuando su belleza se hallaría en la plenitud, que sería cuando la protegió el escultor de Atenas, debe suponerse, pues, entre los años 360 y 350 a.C. Se dice que Friné, para saber cuál era la estatua preferida por el maestro, tuvo que valerse de una estratagema. Una noche en que Praxiteles había ido a visitarla, hizo que uno de sus criados llegara súbitamente dando desaforadas voces de que el taller estaba ardiendo.

Al escultor se le escapó entonces la afirmación de que no sentiría aquella desgracia con tal que se salvasen el Fauno y la estatua del Amor, y la cortesana habría conseguido de su amante el regalo de estas dos obras preferidas. El Fauno estuvo colocado, en Atenas, en la Vía de los Trípodes, en donde pudo verlo todavía Plutarco; el Amor lo había regalado Friné a su patria, Tespis, que había sido reedificada, y adonde iban a admirarlo los intelectuales a la época romana hasta que Nerón acabó por trasladarlo a Roma.

 Dionisos y un sátiro de Praxiteles (Museo Arqueológico, Venecia). Reproducción en mármol del original griego del siglo IV a.C.




Apolo Sauróctonos de Praxiteles (Museos Vaticanos, Roma). Réplica en mármol de una de las obras más conocidas de Praxiteles, datada hacia el año 350 a.C., que procede de la colección Borghese. La escultura representa a un joven Apolo en el acto de cazar un lagarto, de ahí su nombre.






















 Afrodita de Cnido de Praxiteles (Museos Vaticanos, Roma). En la cima de su gloria, Praxiteles esculpió esta obra, tan célebre que de ella se conocen hasta medio centenar de copias. Por primera vez en la historia de la gran escultura se nos revela la naturaleza de la diosa del amor que Praxiteles muestra sin velos: los senos plenamente desarrollados, amplias las caderas, las piernas torneadas y finamente articulados los tobillos. Todo en ella anuncia el amor. Pero en la noble cabeza no hay el menor atisbo de lubricidad: sólo un gran artista podía realizar ese milagro.



No se han reconocido con absoluta certeza estas dos obras a que se refiere la anécdota concerniente a Friné. Se ha supuesto que una copia del Amor, de Tespis, sea una bella estatua de adolescente alado, en el Vaticano, de la cual hay otras dos copias en Nápoles y Turín. Es un joven fino, de cabellera abundante y mirada soñadora; su cuerpo tiene las tiernas formas de todos los tipos praxitélicos. Otra pequeña estatua del Amor parece también del estilo propio del maestro de Atenas; es un bronce bellísimo, encontrado dentro de una nave griega naufragada en Madhia, en la costa de África, con todo su cargamento de estatuas y fragmentos de arquitectura.

   Respecto al Fauno de la Vía de los Trípodes, se han hecho varias conjeturas, pero ninguna satisfactoria. Puede comprenderse, sin embargo, cómo expresaba Praxiteles el indefinible atractivo de estas naturalezas semihumanas, porque de él queda otra estatua de Sátiro, muy conocida, la cual debió de ser famosísima en la antigüedad; baste decir que es la escultura más reproducida por los copistas romanos. Es un joven apoyado, en indolente postura, en un tronco, con los pies cruzados y un brazo que descansa en la cadera; todo en esta figura tiende a dar la impresión de sensual abandono. ¡Cuán lejos se está del Doríforo de Policleto, que en el siglo anterior se había tomado como modelo perfecto de la belleza humana! En el Sátiro de Praxiteles las formas son redondeadas; no se percibe un solo músculo acentuado en los brazos ni en las piernas; el torso tiene suavidad casi femenina; una piel de lince airosamente doblada cubre el pecho. Pero lo más interesante del Sátiro es la cabeza; hay en los ojos y en la boca una expresión apenas perceptible de animal en forma humana. Las orejas cabrunas se disimulan con la profusa cabellera, pero la mirada turbia denota cuál es la verdadera naturaleza del modelo, en el que la inteligencia parece haber sido sustituida por el instinto. Se pueden imaginar los movimientos de esta figura, si se pusiese en marcha: ligera, esbelta, avanzando a pequeños saltos.

Venus de la Villa Adriana atribuida a
Cleomenes (Alte Nationalgalerie,
Berlín). También llamada Venus Me-
dicea, esta escultura fue realizada
hacia el siglo I a.C. sobre un original
en mármol de Praxiteles del siglo III
a.C. Obra hallada en 1680 en la Villa
Adriana. 
Otra escultura muy característica de Praxiteles, de la cual se conservan varias copias, es el Apolo joven, conocido con el nombre de Apolo Sauróctonos porque ha sido representado en el acto de matar un lagarto o saurio que se encarama en el tronco de un árbol. Apolo, el más bello y gracioso de los inmortales, en los días felices de su adolescencia juega ya a matar el saurio o lagarto, animal que vive en las rendijas de las rocas, clara alusión a las tinieblas del reino subterráneo.

Pero la obra más estimada de Praxiteles en la antigüedad era su estatua desnuda de Afrodita, que se conservaba en Cnido. La diosa del Amor siempre había sido representada vestida; así aparece en el friso del Partenón, y todavía vestida, aunque con tú nica transparente, la representó Alcarnenes. Praxiteles la sorprendió desnuda, en el momento de salir del baño; tiene a un lado el jarro de los perfumes y el manto plegado para envolverse. El arte griego sentía todavía cierto prejuicio contra el desnudo de mujer. La Afrodita de Praxiteles no parece tener precedentes; debía de ser una obra de taller, ejecutada en la soledad de su genio, en las horas que le dejaban libres los encargos. Como todas las obras del gran maestro, aparecía ligeramente policromada: el color suave puesto sólo en los ojos, los labios y el cabello; el resto del cuerpo tendría una pátina cerúlea. En la antigüedad se la consideró como un retrato de Friné.

Habiendo acudido a Atenas al mismo tiempo comisionados de las ciudades de Cos y de Cnido, para adquirir una Afrodita, Praxiteles les dio a escoger entre las que tenía terminadas. Los de Cos prefirieron una vestida; los de Cnido aceptaron la desnuda, la cual andando el tiempo, tenía que hacer famosa a su patria. Todos los amantes del arte en la antigüedad acudieron a ver el mármol maravilloso de Praxiteles.

Hermes y Dionisos (Museo de Olimpia, Atenas). Hallado en Olimpia, el grupo es el único original de Praxiteles que es posible admirar. Los retoques posteriores, que inducen a algunos especialistas a creer que se trata de una copia, no han alterado el grano original del mármol, aquella marmoris gloria, cuya insuperable perfección tanto alabaron los antiguos. Hermes, que conduce a Dionisos a las ninfas de Nisa, se detiene un instante en el camino para ofrecer a su medio hermano un racimo de uvas y el joven dios del vino trata de agarrarlo. Este juego anodino es el punto culminante de la composición, construida en arqueados movimientos ascendentes de modo que la atención recaiga sobre el rostro de Hermes. Pero el dios, entrecerrados. los ojos, casi borrado el párpado inferior, está ausente, ensimismado en sus propios pensamientos. 
Marsias rodeado por las Musas de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). Gracias a una breve nota de Pausanias fueron identificados estos bajorrelieves, atribuidos a este artista y hallados en Mantinea por Fougères en 1887. Al parecer adornaban el zócalo de un pedestal sobre el que se alzaba una gran escultura del maestro y representan a Marsias tocando la flauta en compañía de las Musas. Envueltas en amplios mantos, las musas aparecen revestidas de una dignidad sabiamente arcaizante. Durante siglos los magníficos relieves sirvieron de lápidas en una iglesia cristiana. 
La Afrodita de Cnido ha sido reconocida en varias copias romanas; la mejor se guarda en el Vaticano. Es bellísima; la cabeza es de una hermosura ideal; es el prototipo perfecto de la mujer hermosa. Sorprenden el maravilloso modelado del busto y la espalda, la forma elegante de las piernas, todo el cuerpo sobrio y macizo, sin pliegues ni hoyuelos. Hasta cierto punto es casta: su cabeza está libre de pasión; la hermosa mujer mira tranquila, sin turbarse por manifestar el encanto de la belleza inmortal de su naturaleza femenina.

Símbolo de coquetería femenina es el aro que lleva en el brazo izquierdo. Esta nota se exagera en copias e imitaciones posteriores; el severo jarro de los perfumes y la especie de toalla que sostiene con una mano se cambian en una preciosa pareja de amorcillos o delfines, que distraen del asunto principal: la belleza del desnudo cuerpo femenino. La figura se apoya sobre un solo pie; la otra pierna, doblada, no efectúa ningún esfuerzo; por esto, para el equilibrio del bloque de mármol se hacen mecánicamente necesarios el puntal del jarro y la sábana. Que ésta sea la famosa Afrodita de Praxiteles nos lo atestiguan las monedas de la pequeña ciudad doria, que la reproducen en su reverso de manera harto reconocible. El original se conservó en Cnido durante la época romana, pero en la Edad Media se trasladó a Constantinopla, donde lo guardó en su galería un coleccionista bizantino llamado Lausos.

Marsias rodeado por las Musas de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). Otro detalle de las figuras que forman el bajorrelieve de Marsias. 
Hasta aquí se ha hablado de obras de Praxiteles al que se debe conocer por copias y restauraciones arriesgadas. Pero el gran maestro parece haber sido el favorito de la fortuna, ya que no es un artista como Fidias, que aun en sus obras de arte ha sido injuriado tristemente por el tiempo y los hombres. Rigurosas excavaciones del territorio helénico han proporcionado tres mármoles auténticos de Praxiteles, cincelados por su propia mano, de los cuales se tenían antiguas referencias escritas. El primero es el grupo de Hermes y Dionisos, de Olimpia. Estaba en el viejo templo de Hera. Hoy se cree que el grupo de Olimpia es una escultura de la época juvenil del maestro. Pero esta escultura de Olimpia es, después de las estatuas del Partenón, el mármol más precioso que haya legado la antigüedad. Quienes la han visto en el pequeño Museo de Olirnpia no pueden olvidar el encanto de su misteriosa perfección; el mármol parece revestido de una epidermis blanda y nacarada, como si tuviera, más afinada aún, la sensibilidad contemporánea al observador. La estatua se encontró mutilada de las piernas y uno de los brazos, pero la cabeza estaba intacta; en la frente, la nariz y los labios, milagrosamente conservados, ni un solo arañazo alteraba las líneas puras del hermano de la Afrodita de Cnido.


 Cabeza de Eubuleos de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). El culto a Eubuleos, el porquerizo que fue testigo casual del rapto de Deméter por Plutón, se celebraba tan sólo en los misterios de Eleusis. La escultura fue hallada en las ruinas del santuario y las copias romanas la atribuyen a Praxiteles, lo que parece confirmar que se trata de esta obra.



Hermes sostiene en el brazo izquierdo al pequeño Dionisos y con la mano derecha le mostraría un racimo, que el niño hace ademán de querer alcanzar. La figura de Hermes está apoyada sobre un gran manto que pende de su brazo izquierdo. Es evidentemente la misma combinación ingeniosa de la Afrodita de Cnido, que parece sostener el ropaje que tiene sobre el jarro, pero que realmente sirve para hacer más estable la figura, algo inclinada. Un escultor formado en el cultivo de la técnica en bronce no hubiera recurrido a estos expedientes con tan grande naturalidad y tanto arte como Praxiteles; lo mismo la Afrodita de Cnido que el grupo de Hermes y Dionisos nada pierden con tener a un lado la elegante combinación de pliegues de líneas rectas que contrastan con las suaves curvas de los juveniles cuerpos divinos.

 Apolo de Belvedere atribuido a Leocares (Museos Vaticanos, Roma). El arte clásico tardío aparece profundamente ansioso de elevación y felicidad. Praxiteles y su discípulo Leocares redescubren los theoi rheia zoontes homéricos, los dioses que viven por encima de los mortales y a quienes se manifiestan bajo su forma más amable, sobrenatural y maravillosa. Esta magnífica escultura es una copia romana, en mármol, del bronce original.



Otra obra de Praxiteles, identificada también gracias a una indicación de Pausanias, es una basa con relieves que sostenía un grupo suyo en Mantinea. El poco atento viajero dice solamente que en el zócalo de un gran grupo de Mantinea estaban representadas las Musas y Marsias tocando la flauta. Esta indicación bastó para identificar los relieves, que se encontraron vueltos al revés, sirviendo de losas en el pavimento de la iglesia. Como elementos de información resultan importantísimos, porque en las figuras de las Musas Praxiteles enseña, sobre todo, su estilo aplicado a la ejecución de imágenes femeninas vestidas, estilo que debía ser muy imitado. Las Musas de Mantinea van envueltas en holgados mantos que insinúan suavemente la noble forma de sus cuerpos.

   La tercera obra de Praxiteles que se ha encontrado en las excavaciones del suelo de Grecia es la cabeza del joven Eubuleos, hallada entre las ruinas del santuario de Eleusis. Se conocían varias copias romanas de esta cabeza, algunas con la inscripción que decía ser el Eubuleos de Praxiteles. Su culto se celebraba únicamente en el santuario de los misterios; esto bastó para asegurar que el mármol descubierto era el propio original que hubo de ejecutar el escultor para Eleusis.

Artemisa atribuida a Leocares (Musée du Louvre, París). Réplica romana en mármol del original en bronce del siglo II a.C. La instantaneidad del movimiento -Artemisa tomando una flecha de su carcaj- se concentra en los brazos y en la disposición de las piernas. Como hábil contrapunto, la cabeza levemente echada hacia atrás, frena el movimiento y subraya la eternidad de la fugitiva aparición.
En todas las obras auténticas ya mencionadas de Praxiteles y en otras que por analogía se le han atribuido hay una anticipación de extraño espiritualismo. Su arte posee a veces tal fuerza de sentimiento, que impregna sus obras de una nostalgia casi religiosa. El gran escultor del amor y de la carne suele abstraerse en un quietismo que le hace aparecer como fervoroso contemplativo.

Aunque generalmente la sensualidad coexiste y acaba por confundirse con el misticismo, en las obras de Praxiteles hay algo más que esta reversión y confusión de extremos. Sus figuras están animadas de vida interior, orgánica y, al mismo tiempo, espiritual; su plenitud puede explicarse por el resultado que debió de producir en el artista y en sus contemporáneos las iniciaciones en los misterios. El tiempo de la esperanza en la inmortalidad por heroísmo, que importaron los dorios, y la época de la satisfacción filosófica del conocimiento lógico y racional que bastó a la generación de Fidias y Pericles, son horas de un oscuro pasado para las gentes del siglo IV a.C. Éstas habían experimentado la inefable bienaventuranza de la compañía de los dioses. En Eleusis se asistía a la cópula o teogamia de Plutón y Proserpina. En otros misterios, probablemente era más personal la iniciación y completa la intimidad con un ser divino. Que Praxiteles fuese un entusiasta de los misterios, lo revela el Eubuleos que hizo para Eleusis; pero, además, consta que Friné, que fue su amiga, fue castigada por introducir en Atenas los misterios de Isodates.

No es, pues, de extrañar que el mórbido estilo de Praxiteles fuese, por su optimista melancolía, el preferido para las estatuas funerarias. Muchas figuras femeninas envueltas en amplios mantos (como las Musas de Mantinea) son evidentemente retratos idealizados, para ser colocados en un sepulcro; su gesto suave, tranquilo, debió de corresponder sin duda a la imagen ideal de una persona que vive más intensamente en el Hades que en la Tierra. Dos de estas estatuas (llamadas la grande y la pequeña herculanenses porque fueron halladas en Herculano) son los mejores ejemplos de este género de retratos. Igualmente debe considerarse como impregnada de la bienaventuranza que prometían los misterios la estatua praxitélica del Museo Británico procedente de Cnido. Los críticos quisieron ver en ella a Demé­ter, la diosa madre, que sueña pensando en su hija perdida. Es probable que la supuesta Deméter de Cnido no sea más que un retrato funerario, la persona real idealizada para decorar su propia tumba. Sin embargo, ¡cuánta dignidad, qué noble reposo! Nada en esta figura revela tristezas personales, ni hay todavía ningún rasgo fisonómico característico, exclusivo de su cabeza material.

 Artemisa de la isla de Milos (Badisches Landesmuseum, Karlsruhe). Reproducción romana del original en mármol de Praxiteles, datado hacia



De entre los discípulos de Praxiteles, el primero que hay que mencionar, aunque no sea el de mayor fama, ha de ser su hijo, el cuarto escultor de la familia, llamado Cefisodoto como su abuelo. A este Cefisodoto el Joven se ha atribuido la llamada fanciulla o jovencita de Anzio, encontrada en las ruinas de una villa de Nerón, cerca del mar. Representa para algunos, no una sacerdotisa, sino un joven adolescente, al que presta aspecto afeminado su traje talar de acólito del culto. La cuestión del sexo de esta figura todavía no está resuelta, lo que no impide admirar su gran belleza; tiene los cabellos recogidos sobre la frente e inclina la cabeza con recogimiento religioso sobre la tablilla donde están la rama de laurel y los instrumentos de la purificación.

Otro de los discípulos de Praxiteles, Leocares, realizó un gran grupo de Ganimedes raptado por el águila, del cual se conserva una copia en el Museo del Vaticano. Es gracioso el detalle pintoresco del perro que ladra viendo a su joven amo suspendido en el espacio; es una supervivencia de esta sensibilidad animal de la naturaleza, que entra también dentro de la gamma praxitélica. Del mismo Leocares se suponía fuese el famoso Apolo de Belvedere, que más bien debe atribuirse a otro discípulo de Praxiteles, al corintio Eufranor. Este artista prueba que el estilo del maestro hacía escuela fuera de Atenas. Sin embargo, el Apolo de Belvedere, tan estimado por los románticos del siglo XIX no es sino copia de un original más antiguo, y aun con la desdichada introducción del amplio manto que lleva pendiente del brazo. Su clámide debía de ser más pequeña, y con la mano en alto blandiría el arco o una rama de laurel.

Estatua gemela del Apolo de Belvedere es la Artemisa o Diana de Versalles, en el Louvre. De ésta tampoco se tienen más copias que un fragmento del torso encontrado en Itálica, cerca de Sevilla. Ambos dioses, Apolo y Artemisa, avanzan lanzando el cuerpo hacia delante y se equilibran mediante la posición de sus brazos.

Es natural que los tipos predilectos de Praxiteles se repitieran durante largo tiempo. Sin embargo, el tipo de la Afrodita desnuda no fue aceptado inmediatamente; la diosa se representó más a menudo con un manto que le cubría las piernas. Así son la de Arles, la de Milo y la de Capua.

Fuertes ecos de praxitelismo se percil;>en todavía en la Afrodita descubierta en la isla de Melas o Milo, conservada en el Louvre, y que hoy se considera obra helenística de fines del siglo II a.C. A su descubrimiento, en el año 1820, estaba rota en varios fragmentos, uno de los cuales era parte del pedestal, con la inscripción que señalaba como autor a un tal Alexandros. Este fragmento del pedestal y parte de los brazos se perdieron, dando lugar, en tiempos pasados, a largas discusiones acerca de la posición de los mismos y por extensión, sobre la escena representada. La Afrodita o Venus de Milo se yergue apoyada sobre un pie, mientras el otro descansaba en una especie de peldaño que formaba el fragmento perdido con la inscripción. Uno de los brazos debía de sostener ligeramente los pliegues del manto que cubre las piernas.

Pero se conservan tres grupos de Marte y Venus de época romana (dos en los Uffizi y unó en el Museo de Belgrado), en los cuales la diosa aparece en posición semejante a la Afrodita de Milo, y el brazo izquierdo, levantado, se apoya sobre el hombro de su divino amante. Esto induce a creer que, en ei original griego, Afrodita estaba también al lado de Ares. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.  

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