Se ignora cuál fue la mentalidad de los
etruscos en sus primeros tiempos. En la época histórica se pueden distinguir
sus mitos teológicos de sus supersticiones. Creían en dos tríadas de dioses, una
supraterrena y otra subterránea; las divinidades de la primera eran Tinia (un Júpiter sin el omnímodo poder
de este dios grecolatino), Uni (es decir: Juno) y Menrva (Minerva); la infernal la componían: Ceres, Libera (especie de
Proserpina) y Uber (dios que
participa de las características de Baco y Plutón). Había además otros dioses: Aplú (Apolo), Turn (especie de Mercurio, el dios mensajero), Turán (semejante a Venus), Maris
(Marte) y varios genios relacionados con el mundo de los muertos, entre
ellos: Charun (Caronte) y Vanth (genio alado, femenino, de la
muerte).
Esta mitología enlazaba estrechamente las
creencias del pueblo etrusco con las griegas. Las relaciones con Grecia también
abarcaban este aspecto: así, dos ciudades etruscas, Caere y Spina (o quizá las
colonias de griegos en ellas establecidas), tuvieron, desde el siglo VI a.C.,
tesoros en el santuario de Delfos. Pero, aparte de sus mitos, eran base
importantísima de la religión etrusca prácticas rituales de carácter mágico,
referentes a la fulminación, a la interpretación del vuelo de las aves o al
examen del hígado de las víctimas. Los sacerdotes encargados de estos ritos
pasaron ab íntegro a la religión
romana; son en ella el fulgurator, el
augur, el haruspex. Su ciencia se hallaba codificada en una serie de libros
que constituían lo que los romanos conocieron por Disciplina etrusca.
La realización de todo acto reputado
importante debía, pues, ser precedida de un agüero; para fijarlo, se establecía
previamente, según el rito, una parte del suelo, con el espacio de cielo
correspondiente, y esto es lo que en latín arcaico recibe el nombre de templum. Ahora bien, por influjo griego
los etruscos conocieron también el santuario, al que se dio, asimismo, por
extensión, el nombre de templum.
No cabe duda que el santuario etrusco fue
una adaptación del templo griego. Vitruvio así lo ha descrito: su planta era
casi tan ancha como larga y tenía un vestíbulo con columnas de leño, cuyo
número lo determinaba la presencia, en el interior, de las tres cellas, si el
templo estaba consagrado a una tríada. La
cella del centro podía, en tal caso, ser más ancha. Pero también existían
santuarios de dimensiones reducidas y cella
única, como el que estuvo radicado en Falería (hoy reconstruido en el Museo de Villa Giulia); entonces el vestíbulo
contaba sólo con un par de columnas.
La techumbre se proyectaba fuera del
edificio en un tercio del espacio total de la cella o sagrario, y tanto ella como el saliente alero eran de
madera, lo mismo que las columnas y la estructura del tejado, siempre de doble
vertiente. También eran de madera los soportes que separaban los tramos de
ladrillo que constituían las paredes.
⇦ Aplú o Apolo (Museo de Villa Giulia, Roma). Esta terracota procedente
de Veyes es un extraordinario ejemplo de la plástica arcaica - siglos VI a V
a.C.- de influencia jónica. Por el impetuoso dinamismo, no sólo muscular sino de
toda la composición, el Apolo denota la mano de un gran maestro, Vulca, que
deliberadamente simplificó la forma en beneficio de la acción. El dios,
étnicamente etrusco - nariz afilada, ojos oblicuos, labios curvados- sonríe a
la jónica, tenso el arco, a punto de elevarse en su dinamismo primigenio
Era una arquitectura de material deleznable;
esto explica que los triángulos de los frontones careciesen de decoración
escultórica pétrea. En los templos de más antigüedad quedaron lisos o quizá se
pintaran; más tarde, a partir del siglo III a.C., el frontón delantero se
revistió de relieves o aun figuras de terracota. Por lo demás, toda la
decoración escultórica era de material cerámico y ya desde un principio se
concentró en lo alto: en el vértice del triángulo del frontón y en las
antefijas que reseguían los lados, separando los canales formados por las
hileras de tejas.
No es de extrañar que la descripción de
Vitruvio acerca de la estructura arquitectónica del templo etrusco no se haya
podido confirmar por las excavaciones. Son edificios que no han dejado más
rastro que fragmentos más o menos numerosos de su revestimiento de placas
cerámicas, que decoraba, con animada policromía, los frisos, la techumbre y sus
aleros.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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