Fidias había empezado como
pintor en la escuela de Polignoto, donde había quedado su hermano o sobrino
Panainos. Dudando de su vocación, se trasladó a Argos para aprender al lado del
viejo maestro fundidor Ageladas, quien, en 470 a.C., se hallaba en el apogeo de
su fama, y es tradición que de él habían aprendido ya Mirón y Policleto. Con
todos estos cambios de disciplina artística, Fidias alcanzó gran habilidad en
todas las técnicas; su espíritu se enriqueció con los recursos e invenciones de
la escuela jónica pictórica de Polignoto y con la seriedad y ponderación dórica
de los escultores de Argos. Poco se sabe de su juventud y de su vida, y los
datos de su existencia tienen que recogerse, diseminados, como breves anécdotas
intercaladas en los libros de carácter general.
Su primera obra famosa, ejecutada por
encargo de Cimón, entre los años 460 y 450 a.C., fue una escultura en bronce de
proporciones gigantescas (alrededor de 9 m de altura), que se erigió en la Acrópolis,
cerca de los Propileos. Es la Atenea Promakhos, es decir "la que combate
en primera línea", y Plinio la llamó "la gran Minerva de
bronce". Parte de su pedestal se ha preservado, pero no se conserva
ninguna copia que ofrezca satisfactorias garantías de autenticidad.
La segunda gran obra fue otra imagen de
Palas Atenea que entre 451 y 448 ejecutó por encargo de los atenienses que
vivían en la isla de Lemnos. Estaba sobre un pedestal al aire libre en la
Acrópolis de Atenas, y se la conocía con el nombre de la Lemnia. Era de bronce, de dimensiones poco mayores del natural, y
pasaba por la más bella de las estatuas de Fidias. Los verdaderamente
inteligentes, como Luciano, ponderaban esta escultura diciendo que la "obra" de Fidias era la Lemnia. Una
estatua de la diosa del Museo de Dresde, a la cual se adaptaba exactamente una cabeza del Museo de Bolonia, fue
reconocida por Furtwangler como una copia de la Lemnia, y hoy nadie duda de que
la estatua bellísima de Dresde sea de Fidias joven.
Finalmente, la tercera Atenea de Fidias, en
la misma Acrópolis de Atenas, era la gran Atenea de marfil y oro,
la Parthenos (o Doncella), que debía
sustituir al viejo ídolo de madera en el Partenón.
Fidias había concebido la estatua de la
Atenea Parthenos como una obra que debía realizarse en mármol, pero el pueblo
exigió que fuese de marfil y oro. Tenía en una mano a la Victoria, y con la
otra se apoyaba sobre el escudo. De esta famosísima escultura sólo se poseen
pequeñas copias de la época romana; las grandes estatuas de los santuarios,
apenas accesibles, no se prestaban mucho a ser fielmente reproducidas por los
copistas, ya que su imponente majestad desaparecía al disminuirse su tamaño.
Una gema de Viena da idea de la cabeza de la Parthenos, con su casco de esfinge
y el alto penacho.
Una parte del marfil y el oro de que estaba
labrada la Parthenos desapareció del taller de Fidias, por lo cual se le acusó
y condenó severamente, y, según han consignado Plutarco y Diodoro, el célebre
artista murió en la prisión. Otra tradición, también antigua, suponía que
Fidias pudo escapar de Atenas y que se refugió en Elis. Tuvo tiempo, antes del
término de sus días, de labrar el Zeus, tan admirado, del gran santuario de
Olimpia, también crisoelefantino, y
del que sólo se conserva el recuerdo.
Lo que debió de acontecer realmente es que
hacia el año 432 antes de Cristo, después de la construcción del Partenón,
Fidias partió para el destierro, inculpado por los enemigos de Pericles.
Hiriendo así al artista, querían ver sus enemigos cómo el pueblo acogería una
acusación contra el propio dictador. Pericles tuvo que defenderse toda su vida
'de la superstición y la demagogia, e impotente, vio condenar sin razón a sus
amigos. El retrato de Pericles, ejecutado por Crésilas, transparenta su
carácter enérgico y un alma soñadora. Tenía el cráneo alargado, lo que
disimulaba con el casco. Fidias, en cambio, en el escudo de la Parthenos se
representó a sí mismo como un viejo todavía fuerte, pero calvo y de facciones
duras.
Pericles y Fidias transformaron a Atenas, de
una ciudad secundaria que era, en la más hermosa de toda la cultura griega.
Durante dos siglos, Atenas fue el alma de Grecia; su acción, iniciada a
mediados del siglo V a.C., duró todo el siglo IV El Partenón, erigido sobre los
cimientos del edificio de Temístocles, fue proyectado de nuevo por Ictinos y
Calícrates, arquitectos al servicio de Pericles. Tenía ocho columnas en sus
fachadas principales y diecisiete en las laterales. Una particularidad del
Partenón es que la dependencia posterior a la gran cella, o sea el opistódomos, es relativamente grande. Se ha
supuesto que, en un principio, se querrían instalar allí los servicios del
culto de Cécrops y Erecteo, que en el Viejo
Templo estaban reunidos con el de Atenea.
Exteriormente, el Partenón es de orden
dórico. Cuando se construyó, el estilo tradicional dórico había llegado a la
perfección. Las columnas, finamente alargadas, tienen un éntasis o
ensanchamiento central que no excede de 17 centímetros, lo que, sin embargo,
basta para quitarles la rigidez de la línea recta de sus aristas. Todo en el
Partenón está calculado con minuciosa perspicacia para producir en el
espectador efecto de maravillosa perfección. Todas las rectas horizontales se
hacen ligeramente curvas, con el fin de destruir las desviaciones de la
perspectiva. El edificio se construyó en doce años, del 448 al 437 a.C. La
decoración escultórica no estaba aún terminada cuando se procesó a Fidias, por
lo que sus discípulos tuvieron que terminar solos la obra por voluntad
inquebrantable de Pericles. Con razón se ha supuesto que Fidias,
originariamente un escultor formado en la práctica de la escultura destinada a
ser fundida en bronce, realizó en arcilla o en yeso sus modelos para el
Partenón, que después, bajo su dirección, realizaban en mármol pentélico sus
ayudantes. La decoración (que se realizó entre los años 447 y 432) está
repartida por la fachada, en las metopas y en los frontones; debajo del pórtico
corre un friso sin triglifos, que se
desarrolla sin interrupción.
⇦ Torso de la nereida Iris, en el frontón Oeste del Partenón (Museo Británico,
Londres). El tratamiento de la tela pegada totalmente al cuerpo de la figura
responde a la técnica de paños mojados empleada por Fidias.
El conjunto de esta decoración ha llegado
matizadísimo hasta la actualidad. El templo se transformó durante la Edad Media
en iglesia cristiana, y servía de polvorín cuando hizo explosión, al caer en él
una granada durante el sitio de Atenas por los venecianos, en el año 1687. Al
ocurrir la explosión, se abrió por los lados; las dos fachadas principales
resultaron menos perjudicadas, pero se desplomaron muchas de las columnas de
las fachadas laterales. Las esculturas que aún quedaban en el glorioso edificio
tan maltratado se arrancaron a principios del siglo XIX con consentimiento del
Gobierno turco, al ser adquiridas por lord Elgin, embajador británico cerca de
la Sublime Puerta, y en 1816 se vendieron al Museo Británico. De los grupos
escultóricos que decoraban los frontones quedan sólo unas pocas estatuas; su
disposición en el propio lugar no se conocería si no fuera por las
descripciones de los antiguos y los deficientes croquis que tuvo el capricho de
dibujar un pintor francés que acompañó a un embajador de Luis XIV a
Constantinopla en 1674, antes de que fuera volado el edificio por las bombas de
los venecianos.
El frontón de la fachada occidental
representaba la contienda de Atenea con Poseidón para adjudicarse el derecho de
patronato de la ciudad. Ambos hieren con su arma el suelo de la Acrópolis: la
diosa hace brotar de la roca el olivo, y el dios ofrece el caballo, don
precioso, pero inferior según los atenienses al árbol que mana grosura. Como en
los frontones de Olimpia, que representaban una escena que había tenido por
teatro aquel mismo lugar, en el Partenón también se supone ocurrida aquella
escena en la plataforma misma de la Acrópolis; por esto asisten a ella sus
primeros habitantes semidivinos, Cécrops y Erecteo, con sus esposas e hijos.
Pausanias consigna que las esculturas del
frontón oriental representaban el nacimiento milagroso de Atenea de la cabeza
de Zeus. La misma escena, figura da en un tosco brocal de pozo antiguo del
Museo Arqueológico Nacional de Madrid, permite adivinar la posición de los
personajes principales, que han desaparecido del Partenón. Las figuras de los
ángulos son las únicas que se han conservado: las Horas y las Parcas, deidades
que presiden el nacimiento y la muerte. La misma idea del nacer y el dejar de
ser expresan los símbolos del Sol y de la Luna, con las cabezas de los caballos
de sus carros que asomaban en los ángulos agudos del frontón. Los encabritados
de Helios relinchan anunciando el día; los de Selene, la diosa nocturna;
agachan pasivamente la cabeza; Atenea nacía en aquella hora de luz; así
describen los escultores del Partenón el despertar de la aurora.
Los cuerpos desnudos son felizmente
simplificados, pero sin llegar a ser formas puras, puesto que aquellos torsos
de mármol viven y respiran. El cuerpo de la gran figura de Poseidón, mutilado,
fragmentario, no es de un dios: es el prototipo masculino de la especie humana.
Las dos figuras masculinas de los ángulos tienen los mismos caracteres de
sobria ejecución, pero con algún ingenuo detalle restablecen su humanidad. Las
estatuas femeninas van vestidas, pero se manifiesta sutilmente su personalidad
hasta en los pliegues de las túnicas. Las Parcas, las fúnebres deidades del
Hades, muestran adaptados al cuerpo los pliegues finísimos de sus ropajes
transparentes; en cambio, en las vestiduras de Iris y de la Victoria, que
habitan aquí en el suelo, se ven los pliegues izarse a impulsos del viento;
mientras en las diosas olímpicas, como Hebe, la escanciadora de los inmortales,
caen curvados los anchos planos de tela en que se posan el aire y los rayos del
sol. En aquellas exquisitas esculturas, cada pedazo de mármol habla en seguida
de todo el universo. Recuérdese que Fidias pudo y debió de tener frecuente
contacto con Anaxágoras, el filósofo amigo de Pericles. La gran preocupación de
Anaxágoras era, precisamente, el concierto físico del universo, el orden y el
ritmo de torbellino de los accidentes cósmicos.
Sólo dos cabezas se han conservado de las
estatuas de los frontones del Partenón: una es la del joven recostado que se
suele designar con el nombre de Teseo; la ogra, arrancada antes de que se
hiciera la expoliación definitiva, es una cabeza femenina que se supone ser de
la Victoria del frontón oriental. Ambas cabezas son de una simplicidad sublime,
pero todavía bien humanas, ya que la forma no se estiliza: se idealiza,
conservando lo que es eterno e inmortal en la faz de cada sexo. La misma
idealización aparece en las cabezas de los caballos. Acaso se les podría
reprochar únicamente una excesiva transfiguración, como cierta humanización de
su tipo, pero así todo, serán siempre el ideal de su raza, el arquetipo del
caballo, la idea pura de su forma que pedía Platón para las obras del artista.
Las esculturas de los frontones acaso se
colocaron cuando ya Fidias estaba en el destierro; pero no cabe la menor duda
que el maestro propuso el plan sublime de los dos conjuntos desde el principio
de las obras, porque al construir el edificio ya se reforzaron interiormente
con barras de hierro todos aquellos lugares donde debían apoyarse las figuras.
En cambio, es probable que viera colocadas las metopas de las cuatro fachadas,
un ciclo de 92 cuadros en alto relieve donde se representaban las luchas de los
atenienses con los centauros, con las amazonas y, por fin, con los griegos
bárbaros de Asia en la guerra de Troya. Siempre la misma preocupación: el
eterno combate del orden humano con los monstruos y anormales.
⇨ Metopa 30 en el Partenón, Atenas (Museo Británico, Londres). En
esta obra, de una serenidad totalmente clásica, el centauro, obedeciendo a su
instinto, acaba de abatir a un lapita; aun así, su rostro es el de un hombre
prudente y bondadoso. Podría ser el del centauro Quirón, maestro del joven
Aquiles en el arte de cabalgar y tocar la lira.
En contraste con estas composiciones
heroicas se desarrollaba bajo el gran pórtico un friso famoso, con una procesión
en la que desfilaban todos los ciudadanos de Atenas, los cuales, representados
en sus diversas categorías, acudían fielmente al santuario de la Acrópolis.
Consistía en una ceremonia cívica que en la celebración de las Panateneas
congregaba cada año a todo el pueblo de Atenas (y con mayor pompa cada cuatro
años) para llevar un nuevo manto o peplo a la diosa. El antiguo ídolo de madera
necesitaba que se le revistiera con un peplo de lana; después, la costumbre
tradicional hizo sobre vivir la ceremonia, y el peplo se entregaba al sacerdote
en la entrada del Partenón y quedaba suspendido todo el año en la cella, junto a la estatua de marfil y
oro de Fidias. El friso, que da la vuelta a todo el edificio, tiene 160 metros
de largo; está grabado en relieve plano y con figuras de la mitad del tamaño
natural; hay, pues, espacio suficiente para tan larga comitiva. La novedad no
está precisamente en el hecho de introducir una composición de la vida civil
para la decoración de un templo, sino más bien en el naturalismo con que está
representado cada grupo de ciudadanos. Desde los viejos con manto, las largas
filas de muchachas y matronas, los jóvenes a caballo, los sacerdotes y
burgueses hasta los aguadores, todos se dirigen hacia la fachada oriental donde
estaba la entrada y tenía que entregarse el peplo a la diosa.
Es admirable la variedad de la composición
en este friso; cada figura, sin desentonar del conjunto, tiene su gesto
especial. Los jóvenes a caballo se mueven con ligereza diferente cada uno; las vírgenes
avanzan acompasada y rítmicamente, pero sin monotonía; a veces, el pequeño
detalle de un jinete que se apea para arreglar las bridas del caballo o de una
muchacha que se compone el velo nos hace participar en la fiesta, cuando
empezábamos a distraernos con el desfile de la procesión.
Combate
con caballos. En el friso norte del Partenón, en Atenas
(Museo Británico, Londres). Esta escena corresponde a la losa XLII del friso
que representa a los guerreros en el fragor de la batalla.
|
Por una idea felicísima, en la parte del
friso que corresponde al centro de la fachada se interrumpe el cortejo, y el
espectador se ve trasladado súbitamente a las regiones del Olimpo. El grupo
está formado por las figuras de las doce divinidades superiores, que se supone
que desde lo alto asisten también a la ceremonia cívica. Estas figuras de las
divinidades son obra de Fidias o, por lo menos, directamente inspiradas por él;
además de su admirable belleza, son preciosas como ejemplo de la manera de
representar a los personajes olímpicos en el relieve.
Otra de las últimas obras de Fidias,
ejecutada ya en la vejez, muy probablemente después del proceso del escultor,
era la famosísima estatua, también de marfil y oro, de Zeus del templo de Olimpia.
De ésta se tienen aún menos datos que de la Atenea Parthenos, puesto que no se
ha conservado ninguna copia. Sólo las monedas de Olimpia dan idea del tipo
general; pero en varias cabezas de Zeus, de época posterior, todavía se
encuentran ecos de la grandiosa belleza y revelación de poder que debía de
percibirse al contemplar la estatua.
En estos últimos tiempos se ha ido haciendo
mucha luz sobre el origen del grandioso estilo de Fidias, y se ve de modo bien
claro que supo aprovecharse de las composiciones pictóricas de Polignoto y que
quizá empleó sus invenciones adaptándolas a la escultura, lo que no
minusvalora, en absoluto, su capacidad creadora. La creación en arte no
consiste tan sólo en la invención de un asunto o modelo.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat.