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Del arte prehelénico al arte griego

La civilización griega es la primera de las grandes culturas que han florecido sobre suelo europeo, la que generó unas formas de vida y de pensamiento de las que, siquiera remotamente, el hombre de la actualidad todavía participa y que, al haberse proyectado más allá de sus propios límites, constituye la fuente de lo que se ha dado en llamar "clasicismo", ese punto de referencia al que la historia del mundo occidental suele regresar periódicamente para reencontrarse con sus orígenes.

Altar de Hera en el Heraion de Samos. En este templo de la isla de Samos se adoraba a Hera, diosa de los matrimonios y los nacimientos. El altar estaba en el centro de un recinto rodeado por ocho columnas de lado a lado y veintiuna a lo largo. Fue construido hacia el año 540 a.C. como el primer templo jónico gigantesco, pero fue destruido por un terremoto. 
Es evidente que la civilización griega es fruto de la interacción de múltiples factores y de estímulos diversos, que condicionan su desarrollo. No obstante, a partir de estas circunstancias se generaron en Grecia unas actitudes y unas formas de vida que constituyen lo más genuino de sus esencias y que permiten distinguir su civilización de las que la precedieron y de las que con ella convivieron.

La referencia al hombre como medida de todas las cosas y la confianza en la libertad que se desprende del reconocimiento de su condición de ser racional, son valores que pueden percibirse tras cualquiera de las manifestaciones de la cultura griega, ya sean de índole intelectual o material, incluyendo entre estas últimas la arquitectura y las artes plásticas.

Seguramente hay que buscar en el ambiente, el paisaje o las características geográficas del mundo griego una de las razones que permiten explicar esta manera de ser y de hacer. La diversidad geográfica, la presencia del mar, la dispersión de la población, etc., imponen unas condiciones de vida poco uniformes, al mismo tiempo que, para garantizar la subsistencia, obligan al mutuo intercambio y, por consiguiente, favorecen la existencia de unos intereses compartidos que, en situaciones extremas, como ante el enemigo exterior, hubo que defender mediante la unión de todos los griegos.

También hay, no obstante, unas razones históricas que pueden intuirse a través del fondo de verdad que subyace siempre tras cualquier interpretación mitológica y que, en la actualidad, han sido esclarecedoramente iluminadas merced al progreso de la ciencia histórica y de la arqueología.

Es sabido que la mitología griega alude constantemente al mundo minoico, evidenciando que los griegos antiguos se sentían ligados a él como a un remoto antepasado. Hoy se sabe que la cultura cretense se extendió por las islas circundantes y se implantó en la Grecia continental y en otros puntos del mar Mediterráneo. La cultura micénica es en buena parte deudora de la civilización cretense o minoica, especialmente por lo que respecta a la plástica. En ella se vivieron las circunstancias y los personajes que dieron lugar a la epopeya homérica, que para los griegos antiguos estaba más cerca del mito que de la historia.

Santuario de Artemisa Orthia, en Esparta. Vista parcial de las ruinas del santuario dedicado a esta diosa de los espartanos que regía la fertilidad, la caza y la guerra. El templo data del siglo VI a.C. y estaba construido sobre otro más antiguo del siglo VIII a.C. 
El momento que realmente marca el inicio de la historia griega propiamente dicha, la frontera entre un mundo de dioses y de héroes y un mundo de humanos, cabe situarlo alrededor del año 1000 antes de Cristo, cuanto se registra lo que se ha dado en llamar la invasión doria. La civilización micénica llega bruscamente a su fin y a partir de entonces la historia recomienza. A lo largo de tres siglos se asienta progresivamente un nuevo sustrato humano y cultural que sustituye la cultura del bronce por la del hierro y que deja atrás las formas naturalistas y ondulantes que caracterizaron la civilización micé­nica, desarrollando otras muy diferentes, caracterizadas por la tendencia a la esquematización geomé­trica y a la rigidez.

Precisamente, los mismos griegos empezaban a calcular su historia a partir de la fecha de la primera Olimpiada, esto es, el año 776 antes de Cristo. Así pues, es a partir de este nuevo sustrato cultural aportado por los dorios cuando se puede dar comienzo a la historia del arte griego propiamente dicho, cuya primera etapa es el período que se ha dado en llamar geométrico.

Templo de Apolo en Selinonte (Sicilia). Construido hacia el año 530 d.C., este templo dórico es el mejor conservado de los levantados en la región y sus ruinas son las mejor conservadas. Las sucesivas fases del templo griego son el resultado de una evolución natural. El megarón primitivo se convierte en la cella de llissos, abrigado por un pórtico de cuatro columnas. Más tarde se alarga la cella -templos de Assos y Selinonte y nace en torno a ella una columnata lateral protectora de lluvias. 
Hay que tener en cuenta, no obstante, que la ocupación del país por los dorios no fue uniforme ni completa y que persistió el recuerdo de lo que la había precedido, quedando fijado en forma de relato mitológico y literario, del mismo modo que, a lo largo de gran parte de la historia griega, se mantendría un claro dualismo entre dorios y jonios, los cuales serían los herederos de los pobladores primitivos de la Grecia prehelénica que, expulsados de sus acrópolis fortificadas, tuvieron que emigrar al Asia y a las islas vecinas. Así, las poblaciones griegas de Asia y de las islas tuvieron siempre una particular disposición para la belleza, que era distinta y más acomodada a las tradiciones prehelénicas que la que manifestaron las razas dorias puras de la Grecia continental.

Prestando atención ahora al proceso evolutivo seguido por el arte griego después de la invasión doria, puede verse que en lo arquitectónico desaparecen por de pronto las grandes acrópolis amuralladas que caracterizaron la civilización micénica.

Templo de Apolo en Corinto. Perteneciente al orden dórico, fue construido en el siglo VI a.C. Su imagen desprende una impresión de arcaísmo acentuado por las robustas columnas, muy próximas entre sí. 
Es posible pensar que a las acrópolis micénicas abandonadas continuarían acudiendo las gentes, movidas por la piedad que inspiraba el antiguo culto localizado en cada una de ellas. Tanto en los palacios de Creta como en los del continente existía un gran patio central y que en éste había un altar, aproximadamente delante del megarón, o sala para las reuniones, que daba también a este patio. Cuando Micenas, Esparta y Tirinto quedaron abandonadas, las gentes de la ciudad baja utilizaron para las ceremonias del culto el megarón

Esto denota ya un cambio, por cuanto el culto prehelénico utilizaba símbolos como el hacha y el pilar. Al llegar los dorios, el principio femenino, que parece ser la divinidad simbolizada por el hacha, se manifestó en forma humana, y recibió un primitivo culto a Hera, de la que pronto debían hacerse todo género de representaciones plásticas. Además de estas figurillas de tierra cocida, los arqueólogos italianos encontraron en la isla de Creta una imagen primitiva de una divinidad sentada encima de un basamento con leones: se diría que era la personificación con figura humana de la Dama de los Leones, que antes había sido simbolizada por una simple columna. Entre los griegos era tradicional que el más antiguo templo de su patria fuese el dedicado a Hera, en Argos; y en Olimpia, el templo más viejo era, no el del señor del Olimpo, que al principio se satisfacía con un solo altar, sino el de su consorte Hera. Otros santuarios venerados de la primitiva Grecia estaban dedicados también a una divinidad femenina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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