Punto al Arte

Museo del Prado

Dirección:
Paseo del Prado s/n.
28014 Madrid.
Tel: (+0034) 91 330 28 OO.

Vista de la fachada principal del Museo del Prado en Madrid. 
El actual Museo del Prado es uno de los edificios con los que se adornó, en el reinado de Carlos III, el que se llamó primero Salón del Prado y luego Paseo. Con ese Salón del Prado, el rey pretendió dotar a la capital de un espacio de categoría urbana y monumental al modo de las capitales de otros reinos europeos. La zona se adornó con fuentes monumentales de temas clasicistas e imponentes y singulares edificios que, para ser destinados a la Ciencia, el monarca encargó a su arquitecto Juan de Villanueva. De norte a sur del eje del paseo, proyectó Villanueva el actual Museo, el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico ya en los altos del Retiro. Mientras en el actual museo se estudiaría la naturaleza inerme, en el inmediato Botánico se estudiaría la naturaleza viva: sólo el segundo mantendría el destino para el que fue proyectado. El Observatorio Astronómico lo ha conservado hasta tiempos muy recientes.

Aspecto interior de una sala con obras de Gaya. 
Las colecciones del museo se encuentran organizadas en: a) Pintura española (de 1100 a 1850): desde los murales románicos del siglo XII hasta la producción de Goya. En la planta baja destacan las pinturas de El Greco, en la sala principal, los conjuntos de Ribera y Murillo, la sala 12 y adyacentes el de Velázquez y el Siglo de Oro, culminando con la obra de Goya; b) Pintura italiana (de 1300 a 1800): abarca desde el primer Renacimiento -Fra Angélico, Mantegna, Botticelli- hasta el siglo XVIII -Tiépolo y Giaquinto. En la planta baja, se exponen las obras de Rafael, Tiziano, Tintoretto, Veronés y Bassano. Las obras de Caravaggio y Gentileschi se exponen en la planta principal; e) Pintura flamenca (de 1430 a 1700): obras de Weyden, Bouts, Memling, El Bosco y de otros artistas del siglo XVI se pueden ver en la planta baja. En la principal, pinturas del siglo XVII, con obras de RubensVan Dyck y Brueghel, entre otros; d) Pintura francesa (de 1600 a 1800): con obras de Poussin y Claudio de Lorena en la planta principal y de Ranc, Van Loo o Watteau en la segunda; e) Pintura alemana (de 1450 a 1800): en la planta baja, una sala se dedica a obras capitales de Alberto Durero, Lucas Cranach y Baldung Grien. En la segunda planta, otra sala se dedica al pintor neoclásico Anton Rafael Mengs; f) Escultura: más de doscientas veinte obras ilustran desde el arte arcaico griego hasta el período helenístico y el mundo romano. La colección se completa con las obras de los Leoni; g) Artes decorativas: entre otras, la colección de mayor importancia, el "Tesoro del Delfín", nutrido por alhajas heredadas por Felipe V de su padre, se expone en la planta sótano del museo; h) Dibujos y estampas: el museo atesora cerca de cuatro mil dibujos. Destaca la colección de quinientos dibujos y estampas de Goya, la más importante del mundo.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo de Bellas Artes de Sevilla


Plaza del Museo, 9.
41001 Sevilla.
Tel: (+0034) 954 22 07 90.

Detalle de la portada del convento de la Merced Calzada, actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes de Sevilla fue fundado como "Museo de pinturas", por Real Decreto del 16 de septiembre de 1835, con las obras procedentes de conventos, monasterios y otras propiedades eclesiásticas sevillanas desamortizados por el gobierno liberal de Mendizábal. Se sitúa en la Plaza del Museo, ocupando el antiguo Convento de la Merced Calzada. El edificio que hoy contemplamos debe su organización general a las transformaciones realizadas en las primeras décadas del siglo. El arquitecto y escultor Juan de Oviedo y de la Bandera presentó en 1603 las trazas e instrucciones para la construcción, que se inició con el derribo del antiguo edificio mudéjar. En 1612 se concluyó el templo y casi medio siglo después el resto de la fábrica, configurándose así una de las más bellas muestras del manierismo andaluz.

Escalinata interior del convento de 
la Merced Calzada, actual Museo de 
Bellas Artes de Sevilla. 
Desde su fundación como museo, el edificio ha experimentado tres grandes intervenciones. La primera, entre 1868 y 1898, la segunda, entre 1942 y 1945, y a tercera, entre 1985 y 1993, que se desarrolló en varias fases con el objetivo de lograr una rehabilitación total del edificio y su adecuación a las múltiples exigencias de la moderna museografía.

Gracias a donaciones recibidas por particulares e instituciones, a partir de las primeras décadas del siglo xx los fondos del museo experimentaron un notable crecimiento tanto en número como en variedad.

La propuesta principal del museo es un recorrido por la pintura de la escuela sevillana, así como por algunos ejemplos de otras escuelas. El edificio condiciona el recorrido principal de la visita, ya que la sucesión de salas determina la visión cronológica de la exposición.

 La Planta Baja comienza en la Sala 1, que contiene los fondos expuestos de mayor antigüedad, es decir, pintura y escultura sevillana del siglo xv, y termina en la Sala V. la antigua iglesia del convento, actualmente dedicada a Murillo y a los grandes maestros que le precedieron en la primera mitad del siglo XVII.

La Planta Alta abarca desde la Sala VI hasta la XIV y propone un recorrido desde la obra de Murillo hasta la pintura de la primera mitad del siglo xx. En esta planta destacan la Sala VIII, dedicada a Valdés Leal, la Sala IX, a la pintura de escuelas europeas y la Sala X, que muestra excepcionales ejemplos de la pintura de otro gran maestro de la escuela sevillana: Francisco de Zurbarán.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo de América

Dirección:
Avenida de los Reyes Católicos, 6.
28040 Madrid.
Tel: (+34) 91 549 26 41 y (+34) 91 543 94 37.
http://www.mecd.gob.es/museodeamerica/el-museo.html;jsessionid=764635E0697659E65643E8DEA9A44BA8

La conquista del Paraguay (Museo de América, Madrid). Obra de un artista anónimo del siglo XVIII, es una pintura barroca de la época colonia. 
La idea de crear un museo que reuniera las colecciones del arte y cultura de las que fueron colonias americanas del antiguo Imperio español fue una idea que circuló ya desde tiempos del cardenal Cisneros, con diversos nombres tales como Museo Biblioteca de Ultramar o Museo Arqueológico de Indias. Sus fondos proceden de las colecciones reales, de excavaciones realizadas desde mediados del siglo XVIII, de diferentes donaciones de particulares, y de compras realizadas por el Estado.

Si bien durante el siglo XIX, con la decadencia colonial española -que culminó con el desastre del 98- el interés por crear este centro decreció bastante, fueron los hombres de la Generación del 27 los que dieron finalmente el paso definitivo que permitió la creación del actual museo, en 1941.

Tibor (Museo de América, Madrid). Jarrón de cerá-
mica de la época colonial que procede de México 
Con todo, las colecciones se instalaron provisionalmente en algunas salas del Museo Arqueológico Nacional, a la espera de su sede definitiva, que se inauguró en 1965. El proyecto del actual edificio fue encargado en 1943 a los arquitectos Luis Moya y Luis Martínez Feduchi. Teniendo en cuenta la función del museo, optaron por un estilo historicista y neocolonial, como se puede percibir en diversos detalles de la obra, como en la torre lateral que recuerda las de las iglesias barrocas americanas. En 1981 se cerró el museo por obras de remodelación, que acabaron en 1994 cuando abrió sus puertas el nuevo Museo de América.

Las obras expuestas en sus nuevas salas son de lo más diversas, desde cuadros de época colonial hasta piezas arqueológicas precolombinas, pasando por objetos de los pueblos indígenas. A la vez, el período cubierto es amplísimo, pues se extiende desde la Prehistoria americana hasta la actualidad.

La nueva disposición de sus obras podía haber obedecido a los clásicos parámetros de cronología y ubicación geográfica, pero finalmente se optó por cinco grandes áreas temáticas.

La primera, El conocimiento de América, versa sobre los mitos que se tenían sobre esta tierra, y de cómo los españoles llegaron a conocerla gracias a los escritos de los cronistas, la obra de los cartógrafos y los testimonios de los científicos y sus expediciones.

La realidad de América comienza mostrando sobre una gran pantalla -y con la ayuda de una maqueta- los paisajes de este continente, su gran riqueza y variedad geográfica. A la vez, informa del fenómeno del poblamiento del territorio, del nacimiento del mestizaje racial y cultural.

En el apartado dedicado a La sociedad, se trata de la vida cotidiana de sus gentes, de los ritos propios del ciclo vital, así como de las diferentes estructuras sociales, desde las más tribales hasta las más complejas.

El área cuatro se centra en La religión, con sus diversas divinidades, sacerdotes, chamanes, espacios y ritos sagrados. Y el último apartado versa sobre La comunicación, con muestras pictográficas primitivas, así como de la escritura (códice Tro-Cortesiano y Tudela).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

América Central

Como se ha avanzado, tres grandes zonas culturales se constituyen a raíz de la conquista. Así, en el Caribe y Centroamérica, los colonizadores podían sentirse en un territorio y un clima conocidos: se trata de una región tropical o templada; las mesetas no son demasiado altas y resultan casi siempre fértiles; la piedra y la madera, materiales de construcción occidentales por antonomasia, son abundantes.

En 1523 se inician en la isla La Española las obras de la catedral de Santo Domingo, después de dos versiones anteriores sumamente modestas. Se trata de un templo gótico de tres naves y capillas entre los contrafuertes como era costumbre en España. Sin crucero, con ábside poligonal y bóvedas de crucería simples o complicadas, el único lujo consiste en los detalles escultóricos internos y en un portal renacentista aplicado sobre la fachada. Hubo también en Santo Domingo un importante convento de San Francisco, destruido en el siglo XIX y del que apenas quedan ruinas. En cambio se conserva hasta ahora, restaurado, el Palacio de Diego Colón (1510-1514), llamado así por quien lo mandó construir, hijo primogénito del descubridor de América. Es un sencillo edificio de piedra con varias salas y dos galerías altas abiertas al exterior.

Alcázar de Colón, en Santo Domingo. Conocido también como Palacio de Diego Colón, su construcción se inició a principios del siglo XVI y sirvió de residencia de los primeros virreyes de América: don Diego Colón y su esposa María de Toledo. Ha sido remodelado para recuperar su magnífico estilo mudé- jar y en su interior se ha instalado un museo.

El siglo XVI será en América Central el de la implantación de las órdenes religiosas, sobre todo de los franciscanos, dominicos y agustinos. Constan sus conventos de una iglesia de nave única cubierta por bóvedas de crucería y coronada de almenas; de un enorme atrio con barda y puerta en cuyos ángulos se levantan las “capillas posas” o lugares de reposo en las procesiones. A veces hay también “capillas abiertas” o “de indios”, especie de pequeñas iglesias semicubiertas desde donde se pueden seguir los oficios. Esto sin contar las dependencias: uno o varios claustros, número muy limitado de celdas y, en fin, el resto de los locales puramente utilitarios.

Los franciscanos fueron los más sobrios; los dominicos ya agregaron cruceros a las iglesias, y los agustinos cubrieron literalmente sus conventos de pinturas murales, realizadas a veces en simple grisalla.

⇦ Claustro del convento de San Miguel, en Huejotzingo (Puebla). En esta antigua localidad mexicana se encuentra el famoso convento de San Miguel construido por la orden franciscana entre 1 544 y 1570, con una mezcla de estilos plateresco y mudéjar.

Hubo conventos de las tres órdenes en las ciudades y en el campo. En general, los conventos urbanos, que aún existen, están hoy casi siempre deformados. En cambio, los rurales se conservan mucho mejor y son, sin duda, más importantes. Entre los franciscanos se cuentan los de Huejotzingo y Calpan, en el estado de Puebla. El primero fue comenzado en 1530 y concluido cuando a su vez empezaban las obras del segundo, es decir, a mediados del siglo XVI. De los conventos dominicos se retendrán sólo dos nombres: el de Coyoacán -en un suburbio del Distrito Federal- y el de Tepoztlán, en el camino de Cuernavaca a Taxco, que no hay que confundir con Tepotzotlán, en el estado de México.

En el convento de Tepoztlán (1560-1570), parece haber intervenido el más famoso arquitecto español de la época que jamás haya pasado por América: Francisco Becerra, que, después de trabajar en la catedral de Puebla, intervino también en las trazas de la de Lima y la de Cuzco. Finalmente, entre los mejores conventos agustinos hay que mencionar Acolman, Yuriria y Actopan. El primero lleva fecha de 1560 y ostenta en su fachada un portal plateresco de gran calidad artística. Actopan, en cambio, constituye el mejor conjunto de pintura mural del siglo.

Iglesia del convento dominico, en Tepoztlán (Morelos). La conversión de los indígenas a la religión cristiana fue encomendada a la orden de los dominicos por el virrey Velasco. Fray Domingo de la Función hizo derruir la imagen de piedra del dios Ometochtli, y en 1570 inició la construcción del convento y de esta iglesia (1580-1588).

En el siguiente, la arquitectura se presenta bajo otras condiciones. Para empezar, es evidente que el volumen total de la construcción disminuye con respecto a la primera etapa de la colonización. Si el siglo XVI corresponde en América Central a la fundación de ciudades y al proceso de instalación de las órdenes, no hay duda de que el siglo XVII ve sobre todo la terminación de las primeras grandes catedrales y el inicio de las obras de ciertos voluminosos conventos urbanos, cuya novedad consiste en no ser sólo masculinos como hasta entonces, sino también, en gran número, conventos femeninos especialmente de clausura. La actitud mental que preside toda esta arquitectura es distinta si se compara a la precedente. En el primer caso se estaba ante una arquitectura de circunstancias; en las nuevas sedes episcopales y conventuales se descubrirá una voluntad de arte “culto” con influencia poshe-rreriana en la disposición general de las masas -que revelan cierta sobriedad- y, en contrapunto, un tratamiento barroco del detalle principalmente en lo concerniente a los retablos, un tanto solemnes y recargados en esa fase del siglo XVII.

Iglesia del convento agustino, en Yuriria (Guanajuato). Excepcional ejemplo de la impronta del plateresco en la arquitectura colonial, la iglesia es el monumento más importante de esta ciudad mexicana situada a 1 .882 metros de altura. La construcción se realizó entre 1550 y 1559, y su fachada, presidida por la imagen de San Agustín, muestra rasgos indígenas con motivos florales y animales.

México cuenta con unas quince mil iglesias y treinta y tres catedrales. De estas últimas, sólo se tratará de unas pocas. Las principales entre las fundadas en el siglo XVI son las de Mérida, México, Puebla y Guadalajara: en las tres últimas se siguió trabajando durante todo el siglo XVII y hasta finales del XVIII. Poseen una característica que es general a todas las hispanoamericanas: la amplitud de los terrenos en que se elevan. Esto permite desarrollos muy impresionantes, tanto en el número de naves como en el de capillas y cúpulas.

Catedral de Mérida, en Yucatán (México). En 1561, la iglesia de esta ciudad, obra de Miguel de Agüero, fue consagrada como catedral bajo la advocación de San ldelfonso. La fachada, de estilo renacentista, ostenta el emblema nacional mexicano de la época colonial, mientras que las torres son de estilo morisco.

Catedral de México, en el Distrito Federal. Iniciada en 1563 y proseguida durante 250 años, Ésta fue una duración inusitada entre las iglesias hispanocoloniales. La fachada tiene esculturas de Miguel y Nicolás Jiménez, colocadas en 1687. Las torres fueron terminadas por José Damián Ortiz de Castro hacia 1790. En su extremo derecho, la capilla del Sagrario está considerada como la apoteosis de la fachada-retablo. Realizada entre 1749 y 1760 por Lorenzo Rodríguez, parece una joya rococó esculpida en la pálida piedra llamada chi/uca, que contrasta con los muros de rojo tezontle.


La actual catedral de México es un edificio nuevo que reemplaza -casi en el mismo sitio- a otro más antiguo. La actual fue comenzada en 1563 (el mismo año que El Escorial) y sus dos consagraciones tuvieron lugar, respectivamente, en 1656 y 1667. La fachada fue terminada unos diez años más tarde; son en cambio del siglo XVIII la parte superior, las torres y la totalidad de la cúpula. La catedral de Puebla es su gemela, aunque un poco más reducida. Sin embargo, resulta más unitaria que su hermana mayor y posee unas torres esbeltas que revelan aún más su deliberada verticalidad.

Hay que agregar que este siglo XVII es también el momento en que empieza a afirmarse la “escuela poblana”, es decir, el uso de yeserías en el interior de los locales y de la policromía de la cerámica usada como revestimiento al exterior.

En las grandes ciudades, las obras comenzadas en el siglo XVI van a ser proseguidas o terminadas durante el siguiente y con las características con que habían sido imaginadas salvo algunos detalles de la decoración, más sujeta a la moda. En general se trata de conjuntos severos y de buena calidad de diseño, como pueden serlo en la Ciudad de México: las portadas de la catedral, las iglesias de la Concepción y San Bernardo, y el convento de Santa Teresa. En efecto, tanto allí como en provincias, los conventos de monjas van a adquirir a partir de entonces una gran importancia. En Querétaro, Morelia y otras ciudades centroamericanas se empiezan a levantar enormes edificios destinados a ese fin. Sus iglesias -cuyas naves únicas son paralelas a la calle sobre la que se abren por un doble portal- poseen también soberbios retablos y coros en una o dos plantas, desde donde las religiosas pueden seguir el oficio sin ser vistas.

Catedral de Puebla (México). Iniciada su construcción en 1575 según un proyecto de Francisco Becerra, tiene una gran similitud con la catedral de la capital mexicana. La fachada principal, que se ve en la imagen, está realizada con cantera gris, decorada con detalles de piedra de villerías, y en las portadas están instaladas las esculturas de varios santos.

Las obras maestras de la yesería poblana aplicadas al interior de las iglesias se encuentran, a principios del siglo XVII, en Santo Domingo de Oaxaca y, más tarde, en el templo del mismo nombre en la propia ciudad de Puebla. Estas yeserías suponen una libertad de imaginación tridimensional rara vez alcanzada en el arte de cualquier tiempo y país. Empiezan con cierto empaque renacentista y poco a poco se transforman en una proliferación delirante. En el siglo siguiente estas fantasías obsesivas serán interpretadas en “estilo ingenuo” en algunas de esas pequeñas iglesias próximas a Puebla, de las cuales las más famosas, por su exterior de cerámica y su interior en yeso policromado, son San Francisco Acatepec y, sobre todo, la inolvidable Santa María Tonantzintla.

No sólo México sigue construyendo durante el siglo XVII, sino que Guatemala, por ejemplo, conoce también un ritmo parecido, aunque con realizaciones más provincianas a medida que se alejan de los centros principales. La primera fundación de Guatemala es del año 1524: esta ciudad, al pie de dos volcanes, fue destruida en 1541. Trasladada apenas unos kilómetros más al Norte, la población iba a vivir siempre amenazada hasta el terrible terremoto de 1773. A partir de entonces se fundó una tercera ciudad en un sitio más propicio: la actual Guatemala, de menor interés arquitectónico. En cambio, la anterior, Guatemala Antigua o simplemente Antigua, a secas, es uno de los centros artísticos más importantes de la región.

Iglesia de Santa Teresa la Antigua, en Ciudad de México. Esta iglesia pertenece al convento de Santa Teresa, en el cual permaneció un tiempo sor Juana Inés de la Cruz. Construida en 1859 por Lorenzo de la Hidalga, tiene dos portadas barrocas flanqueadas por columnas salomónicas y una cúpula de ocho caras que se apoya en un espléndido tambor con grandes ventanales y columnas. 


Nave de la iglesia de Santo Domingo, en Oaxaca (México). El interior está compuesto por una sola nave de setenta metros de largo con capillas laterales a ambos lados y la anexa capilla del Rosario. Una de las características de esta iglesia es la magnificencia de su decoración barroca, en la que priman los dorados, y el contraste entre este interior y su exterior, más bien austero. Su construcción se extendió desde finales del siglo XVI hasta 1620. 

En ruinas o en estado de relativa conservación pueden verse aún hoy en Antigua los conventos de las órdenes conocidas. El más importante es el de La Merced, organización de origen puramente español y que, junto con la Compañía de Jesús fundada por un español pero rápidamente internacionalizada, completan el panorama de la religiosidad más activa en todo el ámbito de la América hispana. En el convento de La Merced, en Antigua, se juega con el elemental pero bellísimo contraste que ofrece el muro de ladrillo revocado de un color claro y la decoración en relieve de cal blanca. Todos los elementos de la arquitectura culta están presentes allí, sólo que tratados en “popular”: superposición de órdenes, columnas rechonchas y desproporcionadas, fustes salomónicos cubiertos de racimos, entablamentos, conchas, jarrones.


Iglesia del convento de la Merced, en Antigua (Guatemala). Terminada poco antes del terrible terremoto de 1773, aquí triunfa la ornamentación de gusto popular (preferencia por las superficies planas, ausencia de hinchazones y de hundidos). La decoración escultórica, tan parecida a la de las cercanas ruinas de la ciudad maya de Petén, recubre todo el monumento con su fino grafismo blanco, sin desdibujar las masas arquitectónicas, centradas por la puerta y la ventana hornacina típicamente guatemalteca





Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México. Situado en el cerro Tepeyac, donde los aztecas ya rendían culto a Tonantzin, este santuario es el máximo exponente del culto religioso mexicano y a él acuden los devotos y peregrinos. La construcción del primer templo se inició en 1709, pero fue destruido y el nuevo edificio, obra de Pedro Ramírez Vázquez, fue consagrado en 1976 por el papa Paulo VI. 

Durante los siglos XVI y XVII, las formas arquitectónicas, aunque muchas veces racionales y bellas en sí mismas, no dejan de resultar un tanto chatas y pesadas. Había motivos para ello: la Ciudad de México está construida sobre una laguna y teme aún hoy las grandes alturas; Antigua, en cambio, fue la víctima de una tierra que tiembla demasiado a menudo. En las siguientes centurias, empero, junto con el dinamismo general de las formas, vendrá un afán de verticalismo que producirá en México iglesias como la pequeña de Ocotlán en Tlaxcala o la emblemática de Santa Prisca, enTaxco. La otra adquisición de la época son por un lado las cúpulas que proliferan cubiertas de azulejos multicolores, y, por otro, los retablos también “en altura” dorados y policromados con verdadero énfasis.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

América del Sur

En 1527, los españoles venidos de Panamá por el Pacífico descubren en Túmbez el imperio incaico. Cuatro años después inician la conquista del Perú, que va a ser aún más sangrienta que la de México, pues los españoles no sólo van a luchar con los indios, sino también entre ellos. Conquista muy dura, puesto que hay que salvar montañas entre las más altas de la tierra, explorar inmensos ríos, dominar llanuras y selvas infinitas.

El paso de los religiosos se produce en condiciones muy diferentes a las que habían tenido lugar en América Central. Si bien los primeros franciscanos de México tenían por guía a un flamenco, puede decirse que, en la masa, los que construyeron traían un ideal de forma típicamente hispano. En cambio, desde el principio y durante tres siglos en América del Sur, los frailes constructores en una gran proporción no fueron sólo españoles sino flamencos, alemanes, tiroleses, portugueses e italianos.

⇨ Catedral de La Habana, en Cuba. El interior del templo está formado por tres naves y ocho capillas laterales, separadas por columnas de orden toscano. En 1788 se inició su construcción en el corazón de La Habana VieJa, según planos diseñados por los jesuitas. Las obras de orfebrería del altar estuvieron a cargo del italiano Bianchini y también hay pinturas de Jean-Baptiste Vermay.



No hay que hacerse ilusiones: no se da un siglo XVI sudamericano comparable al que ya se ha visto en México. Quedan, yendo de Norte a Sur, la catedral de Tunja (Colombia); la catedral, San Francisco, Santo Domingo, San Agustín y La Merced, en Quito; las ruinas de las iglesias de Saña y Guadalupe en la costa al norte de Lima; la primera y modesta versión de las iglesias del lago Titicaca; las dos de Santa Clara, en Ayacucho y el Cuzco, respectivamente, y las tres de San Francisco en el Cuzco, Sucre y Potosí.

Muchas de estas iglesias poseen o poseyeron cubiertas en bóveda de crucería, artesonados renacentistas o mudéjares, techos que se perpetuarán durante toda la colonia. En efecto, los constructores, después de los primeros terremotos comprendieron que las bóvedas góticas eran más aptas para resistir que las pesadas de cañón corrido. En cuanto a los artesonados constituyen siempre un medio de prestigiar el local que recubren y por eso puede decirse que duran en el tiempo.

De todo ese primer siglo de conquista, los edificios más importantes que aún están en pie -aunque a veces deformados- son las catedrales colombianas de Tunja y de Cartagena de Indias y las iglesias quiteñas.Véase el caso de estas últimas. El convento de San Francisco de Quito posee una enorme superficie, lo que le permite contar con trece claustros, tres iglesias, un colegio y otras dependencias. La iglesia principal es obra de un flamenco, Fray Jodoco Ricke, que evidentemente se apoyó en modelos tomados de Serlio que interpretó de manera nórdica. En el interior, la iglesia contaba con un magnífico arteso-nado mudéjar de maderas incrustadas formando polígonos estrellados. Un incendio en el siglo XVIII la privó de ese adorno, que sólo se salvó en parte: sobre el coro y el crucero. Su vecina y rival, la iglesia de Santo Domingo (totalmente estropeada por “arreglos” modernos), posee también otro artesonado mudéjar en la nave; finalmente, la de San Agustín se enorgullece de una soberbia bóveda de crucería sobre el coro.

Claustro del convento de San Francisco, en Quito (Ecuador). Vista del claustro principal del convento, formado por dos galerías superpuestas que rodean un inmenso patio. La galería inferior tiene 104 columnas dóricas de piedra unidas por arcos de estilo morisco y, en la superior, los arcos están sostenidos por columnas bajas y bulbosas, que no tienen precedentes en la arquitectura colonial americana.

Así como el siglo XVII constituía una época casi de receso en México, ese mismo siglo representa el gran auge arquitectónico del Virreinato del Perú. Varias ciudades se destacan entonces claramente: Lima, el Cuzco, Arequipa, Trujillo, Ayacucho, en el Perú actual; La Paz, Sucre, Potosí y Cochabamba, en Bolivia. Como siempre, la arquitectura religiosa domina de lejos a la civil, que no puede competir con ella.

En Lima se rehacen o se terminan obras comenzadas el siglo anterior. La ciudad cuenta ya entonces con grandes construcciones como la catedral y los enormes conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, La Merced y La Compañía. Al igual que en el resto de la América hispana se encuentra aquí un curioso problema. Las plantas y elevaciones de estos edificios son tradicionales y bastante poco imaginativas: nave única con capillas entre los contrafuertes o cruz latina con cúpula en el crucero. La significación está dada principalmente al exterior por el portal, lo alto de las torres o la semiesfera de la cúpula. En el interior, en cambio, ese efecto está exclusivamente a cargo del mobiliario: sillerías del coro, pulpitos y, sobre todo, la serie siempre variada de los gigantescos retablos, que son a veces oscuros, pero, en general, dorados y policromados.

Iglesia del convento de San Francisco, en Quito (Ecuador). La gran obra de la arquitectura quiteña del siglo XVI es esta iglesia, que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La monumental iglesia está formada por tres naves con crucero y ábside. Las naves están separadas por columnas de piedra que sostienen los arcos de medio punto. La decoración del interior ostenta artesonados moriscos y en los retablos se puede apreciar la influencia de los artesanos indígenas.

El gran vuelco en la arquitectura que va a proli-ferar por todo el altiplano desde Arequipa a Puno, está marcado por la construcción de la iglesia de La Compañía después del gran terremoto de 1650 que destruyó prácticamente la ciudad de Cuzco. En ese templo, otro flamenco de genio, el Padre Egidiano (Gilíes en realidad) va a poder ejercer su talento, creando así el “modelo” ideal -interior y exterior- de una iglesia culta a gran programa (1651-1668).

Arriesgándose a una mayor altura en la nave y las torres, practicando una elegante cúpula sobre tambor, inventando en la fachada un gran arco trilobulado bajo el cual se desarrolla una especie de “retablo exterior” y en las torres unos remates bien diseñados, Egidiano se nos impone no sólo como un gran arquitecto: su obra es la “cabeza de serie” en Cuzco y en toda su región. En la ciudad misma: La Merced, San Sebastián, San Pedro repiten con mayor o menor fortuna el esquema de La Compañía. A lo lejos, lo mismo ocurre en Arequipa, en Puno.

⇨ Iglesia de la Compañía, en Cuzco (Perú). Construida entre 1651 y 1668 por el Padre Egidiano, un flamenco que se atrevió a alzar un edificio de gran altura en una zona de frecuentes terremotos. Las enormes torres, que flanquean la fantástica fachada-retablo de Diego Martí- nez de Oviedo, dan solidez al conjunto.



Si en América del Sur el siglo XVII es el inventivo, el siguiente concentra, sin embargo, mucho mayor volumen de edificación. Lima, destruida a su vez por el terremoto de 1746 como no lo había sido nunca hasta entonces, va a ser reedificada -tal como era- por el Virrey, conde de Superunda, en un material tradicional ligero: la quincha, conglomerado de cañas, barro y cal que sirve para construir tabiques y techos. Salvo el elemento de “engaño” que esto supone hay que convenir que las formas en sí mismas continúan su desarrollo normal como si fueran de ladrillo.

De estas reconstrucciones quizás el mejor ejemplo -en su totalidad- sea el convento de San Francisco. En cambio, el interior más rico, más variado por la calidad intrínseca de sus retablos fabulosos es, sin duda, el de la iglesia de San Pedro, que forma parte del convento de los jesuitas. Siempre sin salir de Lima y en el mismo siglo XVIII hay que anotar que el más suntuoso palacio urbano de toda Sudamérica es el llamado de Torre Tagle, siempre gallardamente en pie.

En el mismo Perú habría que mencionar a la ciudad de Arequipa, edificada en una piedra volcánica blanca, fácil de tallar, lo que da una arquitectura funcional de bóvedas, con detalles decorativos donde se puede ver cierta influencia indígena. Sin olvidar a Puno, con su catedral toda en granito rosa a cuatro mil metros de altura a orillas del Titicaca, elevada por la munificencia de un minero agradecido.

Claustro del convento de San Agustín, en Quito (Ecuador). Recinto cuadrangular rodeado por una doble galería de arquería superpuesta: la inferior con arcos de medio punto sostenidos por esbeltas columnas dóricas, y la superior formada por la alternancia de arcos pequeños y grandes apoyados en columnas bajas y abultadas.

En los países al norte de Perú, hay que recordar la severa catedral neoclásica de Bogotá, la iglesia de San Francisco en Popayán y el castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena de Indias, la más imponente obra de ingeniería militar de todo el período colonial en el Nuevo Mundo. Uno de los más perfectos y unitarios templos de América -puramente europeo por otra parte- es la iglesia de La Compañía, en Quito: fachada refinadísima de un italiano; interiores copiados de San Ignacio de Roma, interpretados en madera dorada y pintada de rojo por ebanistas tiroleses.

⇨ Iglesia de la Compañía, en Arequipa (Perú). Detalle de la fachada de este edificio colonial que es una muestra difícilmente superable de escultura "mestiza" de barroco español y de gusto indígena. La fidelidad al plano le confiere una apariencia de bordado sobre piedra, que recubre inmensas superficies con formas de vegetación tropical (frutos, mazorcas y lianas trepadoras) mezcladas con extraños temas prehispánicos y con recuerdos confusos de antiguas mitologías.



En los países al sur de Perú habría que citar, en fin, la serie estupenda de iglesias del lago Titicaca, segunda floración de las del siglo XVI. En La Paz: San Francisco y el palacio de Diez de Medina (hoy Museo); en Sucre: San Felipe Neri; en Potosí: la desaparecida Compañía (de la que queda un curioso campanario) y San Lorenzo. Allí mismo y como ejemplo civil -muy retocado hoy- se encuentra La Moneda, donde se acuñaba el metal del Cerro y que es, indudablemente, después de las fortificaciones de Cartagena de Indias el mayor edificio laico de América del Sur.

El resto siempre ha sido más pobre. De la actual Argentina apenas si merecen recordarse la catedral de Córdoba y las Misiones jesuíticas de los guaraníes.

En el Paraguay: otras Misiones o Reducciones fundadas por la Compañía de Jesús (siempre interesantes urbanísticamente) y la extraña serie de iglesias en madera, como Yaguarón, en donde los constructores han vuelto a inventar el prototipo del templo dórico primitivo: sala rectangular cubierta por un techo a dos aguas que sirve para cubrir la cella y la galería de postes que rodea a toda la nave.

⇦ Claustro del convento de San Francisco, en Lima. La estructura de este recinto refleja la tendencia de la arquitectura colonial peruana a construir amplios espacios horizontales.



En cuanto a Brasil, dos episodios principales explican su arquitectura colonial. Uno tuvo lugar desde el siglo XVI al XVIII en el Nordeste: Recife, Olinda, San Salvador (Bahía) y Río de Janeiro. Allí, la influencia portuguesa es directa: no sólo se importa la mano de obra, sino hasta los materiales de construcción, la pedra lioz que venía como lastre en la bodega de los buques. Al principio, las iglesias son modestísimas. En Bahía, en el siglo XVII, los jesuítas empiezan en 1657 las obras de su convento. La que fue su iglesia es hoy catedral de la ciudad: extraño y sobrio edificio con una bóveda a casetones realizada en madera que finge la mampostería. Más sinceros, en la misma ciudad, resultan los conventos de Santa Teresa (inaugurado en 1697) y el de San Francisco (1708-1723). Este último -muy italianizante- es un milagro de gracia y proporción, sobre todo por su claustro aéreo, blanco de cal, con un soberbio zócalo de azulejos y columnas de piedra ocre. El interior es literalmente la “gruta” dorada, sin un solo vacío.

Este mismo tipo de decoración recibió también hacia esa época la iglesia del viejo convento (1590) de San Benito, en Río de Janeiro. Esta ciudad, que después de Bahía fue capital durante varios siglos, posee aún soberbias iglesias del siglo XVIII: la Candelaria, la iglesia del Carmen. En Recife, una gran iglesia característica es San Antonio. La más lujosa del siglo XVIII es otra, la de San Pedro de los Clérigos: toda en curvas y con ese carácter profano, típico de la arquitectura barroca lusobrasileña; en su interior se llega en cambio a una especie de rococó afrancesado.

Palacio del marqués de Torre Tagle, en Lima. Terminado en 1735 y salvado de milagro del terrible terremoto de 1746, que destruyó casi toda la ciudad, esta mansión, que es el palacio urbano más suntuoso de toda América del Sur, está ocupada actualmente por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Perú.

Con el descubrimiento tardío de las minas de oro y de diamantes en la región central del interior de las tierras -en portugués Minas Gerais-, la arquitectura brasileña del siglo XVIII iba a tomar nuevo impulso. La ciudad principal de la región es también otra vez una ciudad minera: Ouro Preto.

Si bien en un principio la arquitectura de Ouro Preto conserva ciertos principios de rigidez que pueden verse aún en el Palacio de Gobierno, de José Pinto Alpoim y Manuel Francisco Lisboa (arquitecto portugués y padre del futuro Aleijadinho), en la Santa Casa de Misericordia y en el Carmen, obra de Lisboa padre, las formas se dinamizan y se enriquecen -como en la Galicia española o el norte de Portugal- con soluciones curvas. Esto produce iglesias de plantas complejas en elipses combinadas y con dos corredores (que también existían en el Nordeste tardío), que llevan de la calle hasta la sacristía sin pasar por la nave única. Aquí se hace notable también el carácter “civil” de toda esta arquitectura: los edificios de culto se presentan como grandes casas ornadas de escudos, de balcones.

Catedral Primada de Santa Fe de Bogotá (Colombia). Situada en la antigua plaza de Armas, hoy plaza de Bolívar, es la iglesia de mayor envergadura de todo el país. Fue construida entre 1807 y 1823 en estilo neoclásico y en el mismo lugar en que Fray Domingo de las Casas ofició la primera misa después de la fundación de la ciudad en 1538. En su construcción intervino activamente Fray Domingo de Petrés un fraile capuchino enviado por la orden para que dirigiera las obras.


Iglesia de la Compañía, en Quito. Vista de la capilla mayor de una de las obras maestras del barroco americano. La fachada de la iglesia e de procedencia europea, especialmente italiana: desde la planta del templo, copia exacta de la iglesia del Gesù, en Roma. El altar mayor consta de tres cuerpos sostenidos por ocho pares de columnas salomónicas cubiertas de hojas, frutos y aves. 

El mayor esplendor se debe, sin embargo, a la actividad de Antonio Francisco Lisboa (1730-1814), más conocido por el Aleijadinho, mulato hijo de Manuel Francisco y de una negra. El Aleijadinho es, sin duda, el escultor y arquitecto más genial nacido en esa parte de América en todo el transcurso del siglo XVIII. En esta región de Minas Gerais -Sabara, San Juan del Rey- parece ser el autor de graciosas y equilibradas iglesias. En Congonhas do Campo se encuentra como escultor de los “pasos” de un Calvario, pero, sobre todo, de esos doce famosos profetas que constituyen hoy lo más conocido de su arte. Su obra maestra es San Francisco de Ouro Preto, en que todo da la impresión de ser de él, desde la planta resuelta en curvas hasta el medallón finísimo en piedra gris (pedra savao) del centro de la fachada. Otro artista importante es Manuel Francisco de Araujo, arquitecto del Rosario de Ouro Preto y de San Pedro en la vecina ciudad de Mariana.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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