La Madona del Rosal de Bernardino Luini
La
técnica impecable de este discípulo de Leonardo, la gracia original que pone en
sus fondos, como este rosal emparrado, la ingenuidad de las figuras tratadas
con colores que brillan a la luz, hacen de este artista el máximo representante
del Renacimiento lombardo del siglo XVI.
(Pinacoteca Brera, Milán)
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
Caridad Romana de Bernardino Luini
Obra alegórica, de encantadora ingenuidad, que ejemplifica la aportación de
este pintor lombardo, gran colorista, entregado de una forma fundamental a la
temática religiosa, a un asunto romano: la hija que alimenta a su padre
prisionero.
(Museo Stibbert, Florencia)
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat
Los palacios romanos
Con la presencia de León
Bautista Alberti en Roma, y atraídos por los papas humanistas, otros
arquitectos de Florencia fueron a la Ciudad Eterna a construir según el estilo
del Renacimiento toscano. Sin embargo, allí el estilo nuevo se manifestó
enseguida con un carácter local bien acentuado; las ruinas de los edificios
civiles romanos ofrecían modelos de fachadas y de disposición de conjunto que
no podían encontrarse en Florencia. El más caracterizado edificio del siglo XV
en Roma es el llamado hoy Palacio de la Cancillería, construido hacia 1485 para
residencia del cardenal Riario, sobrino del papa Sixto IV; cuyo nombre se ve en
el friso que corre por el centro de la fachada. Se ha supuesto que este
edificio sería obra de Bramante.
Sin embargo, es fácil que el maestro director fuese un florentino, discípulo de Alberti, porque en la disposición de la fachada se ve como una traducción toscana de la superposición de pisos del anfiteatro o Colosseo y en la decoración aparece muy claramente el estilo florentino cuatrocentista. No obstante, este palacio se diferencia del Rucellai de Florencia porque en la fachada de la planta baja no hay pilastras empotradas, y las que aparecen en los otros dos pisos no están colocadas a intervalos regulares, sino alternando los espacios anchos ocupados por las ventanas con otros ciegos más estrechos.
Otro palacio romano de la
misma época, o un poco anterior, es el llamado de Venecia, porque en él residió
después el embajador veneciano, pero lo hizo construir el cardenal Barbo, y es
obra, según dice Vasari,
del florentino Giuliano da Maiano. El exterior parece de un gran alcázar
medieval; en cambio, el patio tiene una sobriedad clásica tan romana, de líneas
tan puras, que resulta una profecía del estilo que un siglo después fue
característico del renacimiento romano, inspirado aún más directamente en los
edificios antiguos. La imitación de los órdenes superpuestos del teatro de
Marcelo es evidente en este patio rodeado por columnas adosadas a sólidos
pilares de sección cuadrada. Estos pilares con columnas adosadas separan en
cada piso los arcos de aquel patio, el cual es, no obstante, muy florentino.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
Nápoles y Alfonso el Magnánimo
Todos los mecenas del
Renacimiento tenían, a imitación de los antiguos romanos, sus casas de. campo
adornadas con obras de arte y apropiadas para gozar en ellas de vez en cuando
algunos días de esparcimiento, con diversiones más o menos espirituales. Se han
conservado en relativo buen estado algunas de las casas de recreo y residencias
de verano de los Médicis, con un carácter mixto de finca rústica y retiro
refinado.
En Nápoles, el rey aragonés Alfonso V, llamado el Magnánimo, hizo construir dos de estas casas de recreo. Una de ellas era una construcción casi abierta, de planta cuadrada, con un patio central y pórticos en cada fachada; las únicas habitaciones que se podían cerrar eran las dispuestas en los cuatro ángulos.
Las relaciones personales de
Alfonso V de Aragón con Lorenzo de Médicis, el nieto del gran Cosme, explican
la afluencia de artistas de Florencia a Nápoles, a mediados del siglo XV.
Alfonso era ya, antes de ir a Italia, un espíritu refinado, dotado de
extraordinario buen gusto; su biblioteca, inventariada cuando sólo era infante,
estaba llena de textos clásicos. Alfonso aprovechó las simpatías que la casa de
Aragón tenía en Sicilia y los derechos más o menos dudosos de la misma al reino
de Nápoles para aventurarse en una guerra de conquista de la Italia meridional,
logrando, después de mil vicisitudes; hacer una entrada triunfal en la antigua
Parténope.
El rey aragonés ya no
regresó a sus estados de España y se convirtió en un príncipe italiano, decidido
protector de las ideas nuevas del Renacimiento. Sólo son dignos de ponerse a su
lado, por la elevación de espíritu de que dieron pruebas, Cosme de Médicis,
Nicolás V y Federico de Montefeltro.
Para conmemorar la entrada
de Alfonso en Nápoles, su hijo, Férrante, mandó construir un arco triunfal en
la puerta del Castelnuovo. El castillo era una construcción gótica del tiempo
de los reyes franceses de la casa de Anjou, y en su remozamiento, bajo Alfonso,
intervino el mallorquín Guillem Sagrera. Tenía torres cilíndricas provistas de barbacanas y en el muro que
quedaba entre dos de estas torres los artistas venidos a Nápoles en 1458
realizaron el más extraordinario monumento a la gloria del rey aragonés. Esta
obra del arco y gran parte de su labor escultórica suele atribuirse hoy al
hermano de Luciano Laurana, Francesco, aunque algunos la han atribuido al mismo Luciano. La
parte baja imita los arcos de triunfo romanos, con una puerta de arco de medio
punto flanqueada por dos columnas adosadas y dos magníficos grifos en las
enjutas del arco, que sostienen el escudo de la Casa de Aragón.
Más arriba, sobre el friso,
hay un alto relieve que representa la entrada triunfal de Alfonso en Nápoles,
precedido por los grupos de sus guerreros, los heraldos con trompetas y el rey
en el carro triunfal, tal como lo describen sus biógrafos, tirado por cuatro
caballos blancos, con la llama símbolo de sus virtudes.
Más arriba aún, como la
pared tan alta de la fortaleza medieval pedía más decoración marmórea, hay un
nuevo cuerpo, formado por una logia o balcón abierto que repite el motivo del
arco inferior. Por último, en el remate, todavía un nuevo friso de nichos con
estatuas simbólicas, y otro remate curvo, con el retrato de bulto del Magnánimo.
Patio interior del Palacio Ducal de
Urbino, obra del arquitecto
dálmata Luciano Laurana. Este palacio, considerado el más bello de todo el
quattrocento italiano, había de tener directa influencia en la obra de
Bramante, que pasó en él su juventud. Obsérvese en este patio el pórtico
inferior con arcos de medio punto que sostienen el friso que lleva una
inscripción en latín. Por su refinamiento exquisito, por su escueta sencillez,
recuerda Laurana los mejores logros de Brunelleschi.
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El arco de Alfonso proclama,
lleno de esculturas, la gloria del rey aragonés, no sólo como político, sino
también como hombre ilustrado. De los registros reales de Barcelona se ha
averiguado el curioso detalle de que el mármol procedía de Mallorca, y constan
asimismo los nombres y salarios de algunos de los canteros y tallistas que
trabajaron en su decoración, la mayoría florentinos; pero no revelan, en
cambio, ni el del arquitecto que trazó este original conjunto, ni el de su
principal escultor.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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